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CARMEN MOLINA CASTILLO

Excelentes negociadores, grandes empresarios, afamada reputación como estrategas les persigue, pero ¿cuál es el secreto de los judíos?

Quizás, muchos piensen que la clave radica en hacer negocios entre ellos, o que tienen una habilidad natural para emprender cualquier tipo de actividad, que la genética les brindó un don especial o que simplemente su avaricia por el dinero los lleva a ser mejores economistas y administradores. Pero la verdadera razón de su trayectoria de éxito se basa en la conexión entre el credo marcado por su religión y la forma de hacer negocios. La ética que se deriva de los principios recogidos en las sagradas escrituras, ha llevado a los judíos a destacar en el mundo empresarial: siempre guiados por la ética y el esfuerzo. Así es,  los llamados ‘hijos de Dios’ no se acomodan en el milagro divino sino que se rigen por una de las leyes de Teshuvá:

“Todos y cada uno de los judíos deben esforzarse por llegar a ser tan grandes como Moisés”.

Ese impulso les mueve a ser mejores líderes, a desarrollar sus capacidades sin olvidar que deben cumplir la ley, el pago de impuestos y las normas del comercio. Obviamente, no hace falta ser judío para tener estos hábitos de conducta empresarial, pero seguramente sean pocos los que superen a los judíos en su papel de estrategas.  Una de las anécdotas más representativas de sus tácticas, su agudeza y su brillantez, puede que sea esta:

“En la ciudad de Nueva York, a principios del siglo XX sumergidos en la Gran Depresión, el arroz se convirtió en el alimento base de cualquier familia no por su apetitoso sabor, sino por su económico  precio.

Esa oportunidad de negocio latente hizo que el número de interesados en penetrar en el mercado de la venta de arroz se incrementara rápidamente. Es entonces cuando estalló la batalla por clientes, y los precios bajaron hasta que los márgenes de beneficio descendieron a mínimos históricos, pero consiguió estabilizarse.

Estables, hasta que los judíos se interesaron por el negocio y se posicionaron como máximos vencedores en lucha por el precio más bajo. Con cada kilo de arroz, vendían una bolsa de plástico para que al cliente le fuese más cómodo transportarlo: la bolsa era condición indispensable en  la transacción.

El resto de vendedores, furiosos por no poder competir con esos precios,  se propuso averiguar las sucias artimañas que estaba usando los judíos para conseguir comprar el arroz a menor precio y poder venderlo sin ganancia alguna. La búsqueda no dio resultado y el secreto siguió guardado.

Años más tarde, uno de los grandes magnates judíos del arroz, consagrado ya en el mundo de los negocios y con varias empresas en Estados Unidos, concedió una entrevista para desvelar las claves de su éxito.

El entrevistador,  directamente, le disparó una lista de preguntas:

¿Qué proveedor le vendía el arroz a un precio tan bajo? ¿Qué habilidades de negociación usaban? ¿No se siente avergonzado por romper las reglas del juego y entrar en competencia desleal? ¿Cuál era el truco del negocio?

El hombre lo miró fijamente y le reveló el misterio:

Nosotros comprábamos la mercancía al precio que el resto, pero no era el arroz lo que nos daba beneficios. Nuestra verdadera actividad empresarial era la venta de bolsas de plástico. “

 

Fuente:revistadigital.inesem.es