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IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Ya estamos acostumbrados a que Google nos regale, en ocasiones especiales, doodles relacionados a la fecha en turno.

 En esta ocasión, hoy (2 de Diciembre de 2014) nos recuerda el 119 aniversario del natalicio de la que ha sido llamada “la madre del Psicoanálisis”, Anna Freud (1895-1982).

 Anna fue la hija menor de Sigmund Freud, el definitivo padre del Psicoanálisis. Y si a ella se le llama “la madre” de esta compleja disciplina, es porque en muchos sentidos fue la continuadora de las investigaciones de su padre, enfocándose especialmente en el Psicoanálisis Infantil, pero también logrando una gran cantidad de aportaciones a la pedagogía moderna, siempre desde la perspectiva obtenida en su trabajo clínico.

 Al igual que su padre, Anna Freud fue un ser humano sumamente complejo. En gran medida se debió a la influencia de una relación distante con su madre, un vínculo sentimental muy intenso con su niñera, y una relación de amor-odio-envidia con su hermana Sophie (la favorita en la familia, por ser la más bonita de las tres hijas que tuvo el matrimonio Freud), que más tarde se aderezó con un fuerte sentimiento de culpa cuando Sophie murió prematuramente en 1920 debido a una epidemia.

 Ante esos momentos de pérdida y duelo, Anna reaccionó con el mismo estilo que su padre: trabajo, trabajo y más trabajo.

 Su vida laboral no fue sencilla, toda vez que le tocó desarrollarla justo durante el período en el que se logró la emancipación laboral de la mujer. En ese sentido, fue sorprendentemente exitosa: desde 1920 ingresó a la Sociedad Psicoanalítica de Viena (aunque sólo en calidad de “Psicoanalista para niños”, porque las terapias para adultos todavía le estaban restringidas). En 1924 sustituyó a Otto Rank como miembro del Comité de dicha Sociedad, y al año siguiente fue designada Secretaria. En 1927 volvió a ser designada como Secretaria, pero esta vez de la Asociación Psicoanalítica Internacional, entonces bajo la presidencia de Max Eitingon.

 En ese mismo año inició la rivalidad teórica con la que habría de ser su mayor antagonista: Melanie Klein. No fue cualquier situación, ya que los integrantes de la Sociedad Psicoanalítica no pudieron abstenerse de tomar partido. Personalidades tan importantes como Karl Abraham y Ernest Jones apoyaron a Klein, pero Sigmund Freud siempre manifestó su definitiva preferencia por las teorías de su hija (rechazando abiertamente las de Klein).

 Poco tiempo después, ambos se enfocarían en la elaboración de dos libros que vendrían a convertirse en verdaderos clásicos del Psicoanálisis: Sigmund escribió Moisés y la Religión Monoteísta, y Anna escribió El Yo y los Mecanismos de Defensa.

 Desde los 18 años de edad, Anna quedó como hija única tras los casamientos de sus hermanas y hermanos. A partir de ese momento, el vínculo con Sigmund se reforzó (situación que luego la llevó a una extraña rivalidad con su madre por el cuidado de su padre tras el diagnóstico de cáncer que recibió en 1923). Cuando la familia tuvo que huir de Viena en 1938 debido a la invasión alemana (Anna fue citada varias veces a interrogatorios con la Gestapo), padre e hija se establecieron en Londres, y tras la muerte de Sigmund, Anna se hizo cargo de la dirección de la sección infantil de la Hampsted Clinic de Londres, una institución de gran prestigio.

 Dicho lugar fue convertido por Anna en un refugio para niños judíos evacuados de Europa entre 1940 y 1942.

 No era la primera vez que Anna se involucraba en una actividad institucional de enfoque judaico: en la Alemania del período entreguerras, fundó el Asilo e Instituto Baumgarten, para niños judíos que habían perdido a su padre en la I Guerra Mundial, en asociación con S. Bernfeld, militante sionista y socialista.

 La presencia de Sigmund y Anna junto con muchos otros psicoanalistas judíos en Londres, provocó fuertes tensiones en la Sociedad Británica de Psicoanálisis, y Anna fue dejando poco a poco el control de la Clínica en Hampsted. Fue un proceso lento, y no fue sino hasta 1976 que se retiró por completo de esa institución.

 Durante la década de los 50’s siguió colaborando como parte del Consejo Ejecutivo de la Asociación Psicoanalítica Internacional.

 Su trabajo académico también fue muy destacado. Profesora en la Universidad de Yale, además recibió Doctorados Honoris Causa por las Universidades de Viena, Columbia, Harvard y Frankfurt.

 A partir de 1979, su salud se fue deteriorando paulatinamente y murió en 1982, mientras dormía.

 Intensa, controvertida, brillante. Así fue Anna Freud, quien además tuvo el privilegio de pertenecer a esa generación de mentes privilegiadas que hicieron del Psicoanálisis una de las disciplinas clínicas más importantes para la civilización occidental.

 Parece mentira, pero ese grupo de gente encabezados por Sigmund Freud provocaron que el ser humano cambiase radicalmente su modo de percibirse y entenderse.

 No somos iguales hoy en día, gracias a ellos. Y Anna Freud tuvo el privilegio -pero también el talento y el tamaño humano- para ser protagonista de esos momentos.