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ARNOLDO KRAUS

En la actualidad, dos grupos, uno por motivos religiosos y otro por temores infundados, cuestionan  la validez de las vacunas.

Cuando recién surgieron,  la sociedad quedó embelesada por su capacidad para prevenir males y evitar sus consecuencias, en ocasiones, devastadoras. Aunque la primera vacuna -viruela- se desarrolló en 1796,  quizás fue la de la poliomielitis (1952) la que causó mayor revuelo: impediría la parálisis aguda en las extremidades de los niños y sus secuelas; además, de que  en esa época, la enfermedad era considerada un  inmenso problema de salud pública.  En cuanto se anunció su descubrimiento,   para muchos estadounidenses, víctimas de la viremia,  la vacuna significó el fin de una especie de guerra. En algunas tiendas, los dueños escribieron en las ventanas, “Thank you Dr. Salk”.

La siguiente anécdota ilustra la trascendencia de la investigación y revela la grandeza ética de Jonas Salk. Tras publicitarse la investigación  un periodista le preguntó a Salk, “¿Patentará la vacuna?”, “No hay patente”, respondió, “¿Acaso puede patentarse el sol?”.

Debido a los movimientos anti vacunas y a las creencias radicales y dogmáticas  de algunos grupos religiosos, éstas han traspasado el ámbito de la salud pública y han adquirido tintes éticos. Así lo demuestra la reciente epidemia -enero 2015-  ocurrida en Estados Unidos, cuyo foco, el parque de diversiones Disneylandia, truncó la alegría de algunos padres y niños,  y activó la alerta social. Poco tardó la diseminación del sarampión: Después de California, se detectaron casos en Washington, Oregon, Utah, Colorado y México.

A diferencia de la mayoría de las enfermedades,  diabetes mellitus y artritis reumatoide como ejemplos, donde el afectado es una persona, sea por malos hábitos dietéticos, por alteraciones en el sistema inmunológico o por predisposición hereditaria, en algunas afecciones  virales, sarampión o poliomielitis como ejemplos,  las vacunas impiden, no sólo en quien la recibió, sino en la comunidad, la aparición y los daños producidos por el virus.

No vacunar expone al vecino; vacunar lo protege.  En ese binomio, y en las siguientes preguntas  radica la cuestión ética. ¿Tiene derecho el padre de un hijo enfermo de leucemia, cuyos mecanismos de defensa son débiles, de saber si los compañeros de clase  han sido vacunados? ¿Tienen derecho los padres de no inmunizar  a sus hijos por sus creencias e ideas?

Aunque no comprendo a los fanáticos religiosos, me rindo ante  sus sinrazones: imposible dialogar con ellos. Los fanáticos   no vacunan a sus hijos por dos motivos: Las vacunas fabricadas en Occidente están contaminadas por sida y producen esterilidad -años atrás, extremistas cristianos argumentaban que si la voluntad de Dios era que si alguien debía morir por viruela sería  pecado coartar la voluntad de Dios.

A los padres de los movimientos anti vacunación, muchos de ellos educados en universidades ni los comprendo ni entiendo sus sinrazones: a partir de un informe médico publicado en 1998 en la prestigiosa revista médica, The Lancet, y posteriormente refutado, donde se aseguraba que vacunar producía autismo, estos grupos  han agregado a su lista y a sus argumentos, la  esclerosis múltiple, alteraciones inmunológicas y  la muerte súbita. Si no hay  comprobación científica que sostenga  esas asociaciones,  entonces, ¿en qué se basan?

Dos escenarios. Primero.  La confianza en los médicos ha disminuido. Los médicos son responsables: la falta de integridad ética es alarmante y su connivencia con compañías farmacéuticas es nauseabunda; asimismo, la sociedad desconfía de algunas medidas gubernamentales. Segundo escenario. Los medios de comunicación e Internet publican noticias inadecuadas y falsas. Cuando el tema noticioso  versa sobre enfermedades, la avidez de la sociedad es enorme. Mal informar daña,  siembra paranoia,  permite el florecimiento  de grupos anti vacunación y de pseudocientíficos, quienes usufructúan el temor y con frecuencia generan  ganancias inmensas. Leer en Internet acerca de  enfermedades o modas médicas  produce miedo, crea patologías y mal informa.

El síndrome Internet -el término es mío- enferma a quien lee sobre enfermedades,    atemoriza, y  genera un mercado deshonesto, donde charlatanes investidos de  conocimientos falaces, aprovechan el pánico  y la desinformación para vender sus productos.

No vacunar a menores, incapaces de opinar, puede dañar a la población vulnerable: compañeros de escuela con inmunodeficiencias, ancianos, enfermos crónicos. Aunque los padres tienen derecho de no vacunar a sus descendientes y el gobierno no puede exigirles que lo hagan, otros padres, con hijos enfermos,  tienen derecho  de conocer el estatus de vacunación de los compañeros de sus vástagos. Difícil responder, ¿Quién tiene razón?  Fácil diagnosticar: No vacunar es un brete médico y ético. Falta de confianza en las autoridades, información inadecuada y fanatismo  son  caldo de cultivo.

Notas insomnes. ¿Es ético no vacunar? El brete consiste en  empalmar ciencia y libertad. ¿Cómo?, ¿quién?, ¿es factible?

Fuente:eluniversalmas.com.mx