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JAVIER TAEÑO

El presidente sirio liberó de la cárcel a los salafistas que iban a terminar formando el IS para que luchasen con los rebeldes.

Bashar Al Assad se ha convertido en el equilibrista principal del circo sirio, que marcha ya por el cuarto año de conflicto y sin ningún tipo de viso de que su final se acerque. El presidente, acostumbrado a hacer malabarismos, ha conseguido mantenerse en el poder y actualmente goza de una posición estable, con Damasco, la capital, en su poder, y avanzando posiciones en otros enclaves como Alepo, ante una oposición muy fragmentada en diversos grupos que además tienen que luchar también contra el Estado Islámico.

Pero esta situación, que a priori parece de privilegio, no solo obedece a los acontecimientos que se han ido produciendo durante la guerra civil, sino que también responde a la estrategia de Assad y cómo ayudó a la creación y extensión del Estado Islámico, un enemigo para todos menos para él.

Y es que siempre ha sido muy comentado que apenas se han producido enfrentamientos entre las fuerzas leales al presidente y el grupo extremista, convirtiéndose estos últimos en un fiero enemigo para los grupos rebeldes del país y también para las potencias occidentales. Los opositores lo tienen claro: Assad no solo no ha hecho nada por parar al IS, sino que además es responsable.

Lo saben bien aquellos sirios que estaban en la cárcel cuando se empezaron a producir las primeras manifestaciones en el país en 2011 contra el régimen. Siria vivía su propia Primavera Árabe y la reacción del presidente fue la de liberar a los presos que más se habían radicalizado.

“Yo diría que cuando entraron en prisión alrededor del 90% eran musulmanes normales. La situación allí era como en la Edad Media. Demasiada gente y poco espacio, tampoco había agua. No había suficiente comida y lo que había lo habrían ignorado hasta los perros de la calle. La tortura era una realidad cotidiana. Después de años allí, esa gente se convirtió en salafista y de muy mala manera”, cuenta a The Newsweek un opositor que estuvo siete años en prisión y pudo ver la evolución de estas personas.

Es su testimonio, pero hay muchos más, que cuentan cómo los compañeros de prisión radicalizados son hoy miembros destacados del Estado Islámico, que están en libertad desde que se produjeron las primeras manifestaciones. Este movimiento popular Assad lo achacó a los salafistas radicales, así que su decisión fue liberar a los que se habían creado en las cárceles.

“Si no tienes un enemigo, entonces te tienes que crear un enemigo”, manifiesta el mismo opositor.

Así fue exactamente. El presidente se negó a abandonar el poder, la revolución terminó triunfando en algunas ciudades y el país se fragmentó en dos bandos que han terminado siendo al menos una decena, con los grupos rebeldes y los kurdos luchando contra el Estado Islámico, mientras que Assad intenta recuperar las zonas que no están en poder del régimen.

Pero internacionalmente también ha llegado a salir reforzado, ya que hay voces que piden el apoyo para el presidente como ‘mal menor’ frente al Estado Islámico. Poco parece importar que haya usado armas químicas contra su propio pueblo y su supuesta responsabilidad en el desarrollo del IS, es decir se usaría como solución a aquel que creó el problema. Una situación que no tiene mucho sentido a priori.

En 2012, después de la liberación de los salafistas, Estado Islámico duplicó sus miembros y llegó hasta unos 2.500. A partir de aquí una rápida carrera expansionista en la que han conseguido hacerse fuertes en el este de Siria y en zonas de Irak, rivalizando con Al Qaeda para atraer a más militantes. Mientras tanto Assad ganando posiciones y beneficiándose de las luchas entre sus enemigos para hacerse más fuerte.

La guerra no ha acabado y faltan muchas batallas por librarse, pero lo cierto es que el presidente sigue tomando posiciones en la barra de equilibrismos dispuesto a realizar su número final y llevarse una salva de aplausos.

Fuente:es.noticias.yahoo.com