e

WILLIAM KRISTOL

El martes pasé un tiempo con el primer ministro reelecto de Israel, Benjamín Netanyahu. Pienso que estaba feliz de tomarse un respiro de sus labores hercúleas de reunir un gobierno y lidiar con las controversias abundantes.

Entonces nos dedicamos a una pequeña conversación e intercambiamos cumplidos e historias sobre nuestros padres. Yo disfruté particularmente su relato fascinante del trabajo de su padre con el gran líder sionista Ze’ev Jabotinsky en el último año de su vida, y los esfuerzos subsiguientes de su padre por reunir apoyo en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial para la judería europea y para la creación del estado de Israel. Su fracaso en el primer frente y su éxito en el segundo es un recordatorio útil de la medida en la cual, en política, tragedia y triunfo no son alternativos sino primos.

Hablando de triunfos, felicité por supuesto al primer ministro por su victoria en la reelección. Pero él no tenía interés en quedarse en eso, y, de hecho, su estilo no era en forma alguna triunfalista o siquiera exuberante. El primer ministro fue sobrio, y estaba alarmado.

La causa principal de su alarma no era la gran cantidad de ataques que han sido lanzados recientemente contra Israel por parte de la administración en Washington. El simplemente expresó confianza en la fuerza subyacente de la relación entre Estados Unidos e Israel y se negó a involucrarse, siquiera en este escenario privado, en cualquier ataque recíproco contra sus homólogos estadounidenses.

No, lo que alarmaba al primer ministro era Irán. El progreso del régimen iraní hacia las armas nucleares es la amenaza, como él la ve, para el bienestar de Israel, para el éxito general de la política exterior estadounidense, y para cualquier esperanza de paz y estabilidad en el Medio Oriente. El acuerdo de armas nucleares que busca la administración Obama con Irán aseguraría el camino de Irán a la capacidad de armas nucleares y fortalecería a un régimen que no sólo proclama muerte a Israel y muerte a Estados Unidos sino que muestra a través de su comportamiento que dice en serio ambas cosas. Y esto por no hablar de la probabilidad que siga una carrera de armas nucleares en el Medio Oriente.

El primer ministro planteó sus puntos sin hipérboles o bravatas. Ninguno de ellos era nuevo, como él mismo explicó. Después de todo, él ha sido tan claro y expresivo como nadie podría ser acerca de la amenaza de un mal acuerdo, inclusive en sus comentarios ante el Congreso de Estados Unidos. Sus argumentos privados reflejaron bastante los públicos, y los argumentos que han estado haciendo otros críticos del acuerdo. De hecho, en un par de ocasiones el primer ministro se interrumpió para decir, “pero por supuesto usted comprende este punto, usted ha publicado estos argumentos.” Y así lo hemos hecho nosotros y otros. No es que los estudiosos en el Instituto de la Empresa Estadounidense y la Fundación para la Defensa de las Democracias y el Consejo sobre Relaciones Exteriores y el Instituto Hudson—por no decir nada de los senadores y congresistas y ex secretarios de estado—no hayan explicado que nos estamos dirigiendo hacia un mal acuerdo con un régimen malo.

Es un mal acuerdo por todas las razones que he señalado. No desmontará la infraestructura nuclear de Irán, mientras desmonta el régimen de sanciones que finalmente había comenzado a tener impacto y que sostiene la mejor esperanza de detener pacíficamente el programa nuclear de Irán. No aborda los programas de armas de Irán u obliga a Irán a confesar su agenda militar. Tiene límites sobre las inspecciones y verificación, y un límite de tiempo sobre las restricciones de las capacidades de arranque Irán. No exige ninguna promesa de algún cambio en el comportamiento iraní. Así que es un mal acuerdo con un régimen malo, uno que está liderando el patrocinio del terror, un agresor en la región, un enemigo de Estados Unidos y comprometido con la destrucción de Israel. Y es un mal acuerdo que fortalecerá a un régimen malo, que alentará a los regímenes malos en otras partes del mundo a redoblar sus búsquedas asesinas, y por lo tanto hará más probable la guerra—no, las guerras.

Caminé de regreso a mi hotel después de una discusión de hora y media pensando que esta fue tal vez la conversación más sobriamente alarmante que he tenido jamás con un líder político en una posición de responsabilidad. Y al reflexionar sobre el camino del gobierno de Obama, no pude quitar de mi mente el reproche de Winston Churchill a Neville Chamberlain después de Múnich: “A usted se le dio la opción entre guerra y deshonor. Usted eligió el deshonor y tendrá guerra.”

Al día siguiente, en mi habitación de hotel en Jerusalem, tomando un receso para preparar la clase que estaba para enseñar aquí, leí sobre la cena tributo anual de gala del Centro Simon Wiesenthal el martes por la noche en el hotel Beverly Hilton. La noticia de la cena fue el discurso de Harvey Weinstein, receptor del Premio Humanitario del Centro.

Weinstein habló coloridamente sobre la necesidad de combatir al antisemitismo: “Vamos a tener que volvernos tan organizados como la mafia. Mejor hacemos frente y pateamos a estos muchachos en el culo. … Simplemente ya no podemos soportar más a estos locos bastardos.” El siguió:

“Pienso que es hora que nosotros, como judíos, nos reunamos con los musulmanes que son honorables y pacíficos- pero también tenemos que ir y protegernos-. Tiene que haber una forma de defendernos. Aunque debemos ser comprensivos de nuestros hermanos árabes y de nuestros hermanos islámicos, también tenemos que comprender que estos locos bastardos [los extremistas árabes e islámicos] están también matando a los suyos—ellos están matando a vecinos, están matando a personas de todo tipo de razas diferentes.”

Estas me parecieron tal vez cosas muy útiles para ser dichas a un público de Hollywood—especialmente cuando son dichas por un liberal que fue un partidario fuerte y vocal del Presidente Obama tanto en el 2008 como en el 2012.

Pero leyendo sobre estos comentarios en Jerusalem, uno no puede evitar ser amedrentado, incluso abochornado, por la bravata y dura conversación. Combatir al antisemitismo es una cosa buena, por supuesto. Pero todos los tipos de antisemitismo que Weinstein va a pasar combatiendo palidecen en importancia al lado de la perspectiva de un régimen iraní antisemita obteniendo armas nucleares con la aquiescencia de Estados Unidos. Y sobre eso, Weinstein ha estado callado hasta ahora, por lo que sé. Y los amigos de Weinstein en la política estadounidense han estado en su mayoría callados.

Quizás Weinstein llamará a Hillary Clinton y a Chuck Schumer y a Harry Reid, y los persuadirá para que actúen para bloquear un mal acuerdo con el régimen iraní. Tal vez, Weinstein llame a su amigo el Presidente Obama y le pida que deje de participar en la deslegitimización de Israel mientras contribuye a la legitimización de Irán. Tal vez Weinstein incluso le solicite que ponga nuevamente sobre la mesa la amenaza de fuerza militar.

Pero contar con los judíos liberales, prominentes y ricos para que se expresen contra sus amigos frente a las amenazas existenciales para el pueblo judío nunca ha sido una buena apuesta. Benzion Netanyahu vio esto de cerca en junio de 1940, cuando los principales líderes judíos estadounidenses boicotearon el discurso de su mentor, Ze’ev Jabotinsky, en New York cuando Jabotinsky hizo sonar la alarma sobre lo que estaba sucediendo en Europa.

Ahora su hijo, Benjamín Netanyahu, está haciendo sonar la alarma sobre lo que está sucediendo hoy. Él ha planteado el argumento, en mi opinión en forma irrefutable, que ningún amigo de Israel puede apoyar al inminente acuerdo con el régimen iraní. Tal acuerdo tampoco es en forma alguna del interés nacional estadounidense. Sin embargo, un gobierno estadounidense equivocado está en un camino de elegir la deshonra y preparar el escenario para guerras futuras. Depende de los líderes estadounidenses en ambos partidos y en todos los órdenes de la vida hacer su mayor esfuerzo para evitar este resultado. Y si se deja a Israel para que actúe, lo menos que podemos hacer los estadounidenses es apoyar a nuestro aliado democrático, así como lo menos que pudieron hacer honorablemente los estadounidenses en 1940 fue apoyar a Inglaterra cuando, en su mejor hora, ella se puso de pie y combatió sola.

Fuente: The Weekly Standard

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México