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SARA SEFCHOVICH

 

Si cualquier cambio tuviera que suceder en la sociedad, dicho cambio tendría que llevarse a cabo por las madres.

El autismo es incurable. Y sin embargo, el año pasado se publicó un libro escrito por un muchacho japonés de nombre Naoki Higashida, en el que relata cómo a los 13 años de edad pudo romper su aislamiento y comunicarse con el mundo.

¿Cómo fue que logró esto tan excepcional? Gracias a que su madre ideó un sencillo sistema para ello: “Una tabla en la que podía señalar las letras de las palabras o símbolos de las más frecuentes que quería transmitir. Esto le permitió por fin, tener voz propia” dice Emilio de Benito en una reseña a ese libro.

Vïctor Machín (conocido como Vitolo) es un jugador de futbol que participa en un equipo español. ¿Cómo llegó hasta allí? le preguntó un entrevistador. La respuesta fue: “Mi madre me hizo futbolista, yo no paraba en mi casa y ella corría detrás de mí hasta que me apuntó en un equipo de mi barrio. Y de ahí hasta ahora”.

Toya Graham es una madre que fue a sacar a rastras a su hijo cuando participaba en los disturbios recientes de Baltimore. Otras madres decidieron hacer lo mismo, para proteger a sus hijos de la violencia, y terminaron logrando pararla, algo que la policía no había conseguido.

Dilma Rousseff —para pedir clemencia a Indonesia por condenar al fusilamiento a un ciudadano brasileño acusado de introducir cocaína a ese país— dijo: “Se los pido como jefe de Estado y como madre”.

En Brasil un equipo de futbol contrató a las madres de los ultras para evitar los disturbios que siempre ocurren en los partidos y estas formaron un cuerpo de seguridad con el que los muchachos no se atrevieron a meterse.

En México desde hace veinte años, un grupo de madres cocinan y se paran junto a las vías por donde pasa La Bestia, ese tren que lleva a los centroamericanos que cruzan México para ir a Estados Unidos y les avientan bolsas con alimento y agua, que les ayudan a seguir su trayecto.

En la ex Yugoslavia, las madres que no querían que sus hijos fueran a la guerra estuvieron dispuestas a jugarse todo con tal de conseguirlo. Así escribió la periodista Jasmina Tesanovic en su diario: “Si yo fuese madre de un soldado al que enviaron contra su voluntad a combatir, me compraría un arma y mataría al responsable. Cambiaría mi vida por la de mi hijo”.

Llevo mucho tiempo insistiendo en este y otros espacios cómo a través de la madre se pueden lograr cambios significativos en la sociedad. Lo he dicho para las madres de los delincuentes: ellas pueden ayudar a bajarle a la violencia que vivimos.

No soy la única que piensa así. La activista liberiana y premio Nobel de la Paz 2011, Leymah Roberta Gbowee, quien organizó el movimiento que puso fin a la guerra civil en su país, ha dicho: “Si cualquier cambio tuviera que suceder en la sociedad, dicho cambio tendría que llevarse a cabo por las madres”.

La razón para afirmar que esto funciona es que las madres tienen (evidentemente no todas, pero muchísimas) una relación con sus hijos que las hace capaces de inventar recursos que parecen sacados de la nada, con tal de protegerlos y apoyarlos para que no vivan en el autismo, sepan usar bien su energía, no peleen después de un partido de futbol, no vayan a la guerra, no pasen hambre, no los fusilen.

Hoy es un día en que se ha decidido festejar a las madres. Festejemos pues, recordándoles a aquellas que lo han olvidado, que tienen un trabajo que hacer para que podamos bajarle a la violencia en este país: ese trabajo consiste en hacer que sus hijos sepan que ellas no están de acuerdo con la crueldad y que formen redes con los parientes, amigos y vecinos para presionar a los violentos para que le bajen.

Esto funcionará sin duda, porque a los seres humanos nos importa nuestra red social inmediata y a nadie le gusta que allí lo vean mal. Y porque la relación madre-hijo es la relación afectiva más potente que existe en la cultura mexicana.

Escritora e investigadora en la UNAM.
[email protected]
www.sarasefchovich.com

Fuente:eluniversalmas.com.mx