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TONY BADRAN

Los comentarios del presidente en una entrevista reciente son prueba adicional que la intención declarada de la Casa Blanca de dar poder a los moderados en Irán es una  mentira.

No todos los días escuchas al Presidente Barack Obama explicar la intolerancia pura. Pero en una entrevista reciente, hizo precisamente eso. “El hecho que seas antisemita”, dijo Obama sobre la República Islámica de Irán, “no te excluye de ser racional.” El comentario posterior inmediato se enfocó en si el presidente, de hecho, comprendía el antisemitismo—por definición, un marcador de sinrazón. Pero el comentario de Obama también revela la profundidad de su determinación a asociarse con Irán.

El comentario de Obama corona una serie de declaraciones y políticas reveladoras que desmienten la afirmación de la Casa Blanca que su política hacia Irán está diseñada para dar poder a los moderados en Teherán.

Comencemos en Irak, donde la administración ha negado toda pretensión de que quiere asociarse con las milicias chiitas que están efectivamente bajo el control de Irán. Apenas hace un mes, durante la operación para capturar la ciudad de Tikrit, la Administración norteamericana estaba todavía buscando mantener las apariencias de que evitaría  la coordinación con las milicias, declarando en su lugar que trabajaría sólo con las fuerzas de seguridad iraquíes. Pero ahora, luego de la caída de Ramadi, la Administración ha anunciado formalmente que está dispuesta a trabajar con las milicias para recapturar la ciudad. “Las milicias tienen un rol que desempeñar en esto,” dijo un portavoz del Pentágono a los periodistas la semana pasada.

El enfoque de la Casa Blanca hacia Irak refleja su política en Líbano. Esto no es decir que la administración está cooperando en forma directa con Hezbolá,. Pero así lo está haciendo en forma indirecta—al ocultarse detrás de la cobertura de las Fuerzas Armadas Libanesas (LAF). Estados Unidos ha compartido información a través de canales de las LAF, sabiendo muy bien que las fuerzas armadas trabajan estrechamente con este grupo.

Informes persistentes de Líbano sugieren que Estados Unidos está compartiendo información operativa y en tiempo real con las LAF sobre el movimiento de combatientes sirios en la zona de Arsal. Estados Unidos está al tanto de la alta probabilidad de que tal información sería pasada a Hezbolá,, para apoyar su campaña militar en Líbano oriental y las colinas Qalamoun.

Mientras ayuda a Hezbolá, el gobierno de Obama ha cortado la ayuda a sus opositores chiitas. Citando un “cambio de prioridades” en Líbano, el Departamento de Estado terminó un subsidio para la ONG libanesa Hayya Bina, manejada por el activista Lokman Slim, quien ha sido abiertamente crítico de Hezbolá. Como resultado de este “cambio”, el Departamento de Estado aclaró que “todas las actividades con intención de fomentar una voz chiita independiente moderada sean cesadas de inmediato y en forma indefinida.”

Comentarios noticiosos en Líbano interpretaron el movimiento en forma rápida y adecuada como un “desembolso” estadounidense para los iraníes. Ésta fue una declaración política que expresaba que el gobierno de Obama no sólo estaba colaborando con los hombres duros del régimen iraní en seguridad e inteligencia, sino también estaba negando, de forma pública, cualquier apoyo a las voces moderadas que podrían ser vistas en alguna forma como desafiando la posición privilegiada de Irán dentro de Líbano.

No puede haber duda que esta política se origina en el mismo Obama. El presidente ha exhibido una tendencia pronunciada en señalar a los iraníes, públicamente, su deseo de asegurar la aproximación, tanto como su desinterés en los adversarios de Irán—los aliados tradicionales de Estados Unidos.

Tomen por ejemplo la reciente cumbre en Camp David con los líderes de los estados del Golfo Árabe. En toda oportunidad, antes, durante y después de la cumbre, el presidente se salió de su camino para tranquilizar a Teherán. Obama declaró en forma repetida que él pensaba que Irán no era la amenaza real. Lo que es más, como  destacara intencionadamente en su conferencia de prensa en la conclusión de la cumbre, el propósito de sus deliberaciones de seguridad con los aliados del Golfo no era enfrentar “o siquiera marginalizar a Irán.”

Como resultado de esta intención, Obama no se movió una pulgada de ninguno de los escenarios regionales donde está involucrado Irán, especialmente la cuestión muy importante de Siria. Mientras tanto, la Casa Blanca se aseguró de aclarar—a Teherán más que a nadie—que el objetivo verdadero de la cumbre fue guiar a los sauditas de la mano para que se sienten y se comprometan con los iraníes. En ese sentido, es más ajustado describir la cumbre de Camp David como un anuncio educado y público de divorcio entre Obama y los países del Golfo que como cualquier otra cosa.

Los comentarios de Obama haciendo luz del antisemitismo iraní llegaron en una entrevista donde el presidente expresó nuevamente su disgusto ya pronunciado hacia el gobierno israelí. El amortizó sus críticas en el léxico de la decepción con Israel por no cumplir con los ideales de su generación fundadora. Obama quiso colocar la carga de su disputa con Israel sobre los hombros de los mismos israelíes: a saber, los de su primer ministro. En realidad, el núcleo de la división es el impulso muy personal de Obama para amigarse con el Irán de Khamenei—siendo aquí Khamenei la parte operativa.

La función del comentario estudiado del presidente sobre el antisemitismo iraní, por lo tanto, es blanquear a Khamenei y a los intransigentes.

 

 

 

Fuente: NOW Lebanon

Traduccción: Marcela Lubczanski para Enlace Judío México