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ALEX VICENTE

David Foenkinos indaga en ‘Charlotte’ en la vida de una pintora exterminada por los nazis, a través de una biografía novelada que ha escrito como un largo poema.

Cuando era pequeño, a David Foenkinos (París, 1974) le diagnosticaron “una enfermedad de viejos”. Estuvo a punto de morir por una extraña infección de la pleura, la membrana que recubre los pulmones, más habitual entre septuagenarios que entre alumnos de primaria. La experiencia convirtió al novelista francés en uno de esos niños prematuramente tristes, conscientes antes de tiempo de cómo terminará todo. Las novelas de Foenkinos se habían distinguido hasta ahora por su tono ligero y su comicidad amable, el antídoto que debió de encontrar para afrontar las pequeñas miserias de la existencia. Así era hasta Charlotte (Alfaguara), su último libro, que el año pasado se hizo con el prestigioso premio Renaudot y ya lleva cerca de 400.000 copias vendidas en Francia. En él, Foenkinos redescubre la biografía apasionante y trágica de Charlotte Salomon, semiolvidada pintora judía que fue exterminada en Auschwitz a los 26 años.

El escritor dio por casualidad con el expresionismo evocador y autobiográfico de esta artista, hace más de una década, en una exposición en Berlín. Foenkinos compara su hallazgo con el más contundente enamoramiento. “Fue un choque muy fuerte, una especie de flechazo, que logró movilizar mi intelecto, pero también mis emociones”, explica el escritor, encadenando cigarrillos en una terraza de su barrio, al este de París. “Me fascinó que, en pleno 1942, una mujer sometida a la dominación y la violencia lograra transformar esas fuerzas oscuras en una obra de arte tan poderosa”. Foenkinos se obsesionó con su personaje. Pasó meses vagando frente a su antiguo domicilio en el barrio berlinés de Charlottenburg. Importunó a quienes pudieron ser sus vecinos o a funcionarios de archivos históricos que le tomaron por “un psicópata”. Recorrió las calles de Villefrance-sur-Mer, el pueblo de la Costa Azul donde se refugió durante cuatro años, antes de ser delatada por un vecino y de ser capturada por los nazis. Charlotte se acababa de casar y estaba embarazada.

En las páginas del libro, transluce la fascinación experimentada por Foenkinos, así como una colosal idolatría. Hasta el punto que resulta inevitable preguntarse si, más allá de las fronteras marcadas por la historia, existe cierta identificación con su personaje. “Ser judío significa poder acostarse con mujeres rubias”, escribió hace años con desaprensión en una novela falsamente autobiográfica, ¿Quién se acuerda de David Foenkinos? (Seix Barral). Al recorrer la vida de Salomon, se diría que este descendiente de judíos norteafricanos ha asumido que su origen religioso también implica otras cosas. “No existe ninguna identificación”, descarta el escritor. “Y menos en cuanto a la cultura judía, que no ha tenido ninguna importancia en mi vida, como tampoco en la suya. No puedo decir, a la manera de Flaubert, que Charlotte sea yo. Pero sé que ahora estaré ligado a ella para siempre. Seré como el presidente de una secta consagrada a rendirle culto”, ironiza.

Tanto o más que por su historia, el libro sorprende por la forma escogida para relatarla. Foenkinos dispone las frases en versos libres y breves, igual que en un largo poema narrativo. “La escribí así porque era la única manera de poder respirar al llegar al final de la frase. No lo llamaría poesía. Y, de hecho, tampoco biografía. Es una novela, aunque todo lo que cuente sea cierto”.

El destino de Foenkinos cambió con La delicadeza, fábula sentimental y sarcástica sobre una joven viuda, que vendió cerca de un millón de ejemplares en Francia y fue adaptada al cine por el propio escritor y su hermano Stéphane, con Audrey Tautou como protagonista. Antes, había sido un escritor conocido pero no siempre celebrado, tal vez perjudicado por esa ligereza que a veces se confunde con la inconsistencia. Pese a las buenas críticas obtenidas con Charlotte, hay quien le ha reprochado que intente adquirir legitimidad literaria sirviéndose de un asunto tan grave como el exterminio nazi. “Es absurdo. Para mí, un libro sobre la Segunda Guerra Mundial es igual de importante que otro que solo proporciona entretenimiento. Me influye tanto Woody Allen como Michael Haneke; me gustan igual Louis de Funès y Walter Benjamin. Tener humor y fantasía es un don mayor”, asegura.

Es consciente de que el establishment literario no siempre está de acuerdo con sus palabras. El pasado otoño, Foenkinos se erigió en favorito para el premio Goncourt, el más importante de las letras francesas, pero terminó eliminado en la última ronda. “Es cierto que existe una prima a la seriedad. Si no me dieron el Goncourt, supongo que fue a causa de lo que he escrito antes”, admite. Siempre le quedará otro reconocimiento, que considera todavía mayor: haber logrado resucitar el nombre y la obra de Salomon, que se expondrá en Villefranche-sur-Mer a partir de mayo y luego en Niza a partir de septiembre. Además, la editorial francesa Le Tripode reeditará en octubre ¿Vida o teatro?, el monumental volumen que dejó Salomon antes de morir, formada por 1.600 acuarelas, gouaches, textos autobiográficos y piezas musicales.

Fuente:elpais.com