IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Toda esa energía y experiencia acumulada que no se encausó en radicales reformas religiosas, encontró otro camino: la reconstrucción de Israel. Una nación desolada, un desierto inhóspito. Una tierra sin pueblo esperando el regreso del pueblo sin tierra. Hoy en día es todo lo contrario: un vergel, una capital de la innovación tecnológica, de la investigación médica. Un paraíso para las artes. Un refugio para las minorías del Medio Oriente.

YeshivaHace tiempo, discutiendo sobre asuntos de Historia, retomé y cité una frase del Historiador Yuval Harari que en su momento me dejó impactado, y me sigue impactando: hace tres mil años éramos una religión que sacrificaba animales para que lloviera, pero nos convertimos en una religión de yeshivot, te libros, de estudio, de discusiones, de intelectuales.

Es cierto. La grandeza del Judaísmo ha estado en su capacidad no sólo de transformarse y adaptarse, sino de también plantearse retos de superación en esas transformaciones y adaptaciones.

La tradición rabínica lo tiene bien entendido, y lo explica a su modo.

Por ejemplo, nos dice que la Torá estuvo a punto de perderse, pero que Ezra la devolvió a Israel. Es una afirmación sorprendente, porque la arqueología ha demostrado que eso es completamente cierto: el patrimonio cultural y religioso -y eso incluye las Escrituras Sagradas- del antiguo Israel estuvieron a punto de perderse después de la invasión babilónica. Los babilonios, al igual que sus antecesores los asirios, hacían todo lo necesario para destruir el sentido de identidad de los pueblos que conquistaban, para que de ese modo fuese más fácil su sujeción e incluso su lealtad a partir de la segunda generación. Por ello, se encargaban de destruir su patrimonio intelectual y cultural.

No fue sino hasta después del exilio en Babilonia que Ezra el Escriba y su generación se dedicaron a restaurar los destrozos dejados por los babilonios. El texto de la Torá, tal y como lo conocemos, es la monumental obra de restauración de Ezra.

La tradición rabínica nos dice otra cosa interesante: según algunos, cuando venga el Mesías la Torá va a cambiar en su modo de aplicarse. Es una sorprende y preclara conciencia de que las épocas cambian y, con ello, el modo en el que tenemos que aplicar la Torá.

Los ejemplos que demuestran operativamente esto son abundantes.

Un caso: la Torá dice que hay que ejecutar a diferentes tipos de “pecadores” (adúlteras, violadores del Shabat, etc.). Hay muchas explicaciones retóricas para justificar por qué esto ya no se aplica a quemarropa hoy en día, pero la realidad es más sencilla que muchos de esos intentos por explicar: hemos evolucionado como sociedad. Las cosas antes se resolvían con ejecuciones. Ya no. Ya sabemos que hay otras alternativas.

Entonces ¿estamos dejando de obedecer la Torá bajo el pretexto de “mejorar como sociedad”?

No. Al contrario: en su momento, la Torá ofreció al pueblo de Israel una base para convertirse en una mejor sociedad. No era un momento cualquiera: era… la Edad del Bronce. Una sociedad muy primitiva, tanto como las más avanzadas de su época. La religión se basaba en sacrificios de animales. Los meses y los años se medían por observación del cielo. Los países vecinos eran enemigos que te atacaban para matarte, robarte y violar a tus mujeres y esclavizar a tus hijos.

Era un mundo salvaje.

Pero la Torá transformó al pueblo de Israel en ese contexto. Nos enseñó algo que a nadie -por decirlo de algún modo- se le había ocurrido: la conciencia moral. Es decir, que las cosas no eran buenas o malas dependiendo de nuestros intereses, sino que tenían un valor moral intrínseco. Por ejemplo, que el asesinato o el robo son incorrectos. Dañan a la sociedad. Debe, por lo tanto, un respeto pleno a la propiedad y privacidad del otro.

Israel no era la única nación que ya tenía esta noción, pero sí fue la primera en hacer un señalamiento trascendental: aún los reyes y sacerdotes tenían que someterse a esa moral. Su rango no les daba ningún permiso de actuar impunemente. Y el mensaje de los profetas fue contundente: sin una sujeción del rey y los sacerdotes a las reglas, la sociedad está destinada al fracaso y colapso.

También a su propia tragedia le dio una nueva dimensión. En términos históricos y concretos, el Reino de Samaria cayó ante los asirios y el de Judá ante los babilonios por una razón muy elemental: se enfrentaron con enemigos más poderosos. Nada más.

Pero ese “nada más” hubiera significado, en circunstancias normales, la desaparición de los reinos israelitas. Ningún pueblo se repuso de ese tipo de invasiones. Los derrotados asumían, en automático, que los dioses de sus enemigos habían derrotado a los propios, y no quedaba más opción razonable que la sumisión.

Pero no Israel. Basados en ese mensaje moral de los profetas anteriores a la catástrofe, los profetas del exilio y posteriores le dieron una nueva interpretación a la desgracia: D-os, el D-os de Israel, no había sido derrotado por los asirios o babilonios. Tampoco había abandonado a su pueblo. Simplemente, había dejado que Israel sufriera las consecuencias de su mal accionar. La catástrofe como consecuencia de una acción moral (o inmoral, en este caso). La corrección de la conducta como vía para superar la catástrofe, por grande que sea.

Con ello, el pueblo judío consiguió lo que parece que nadie más ha logrado en la misma dimensión: la inmortalidad. A partir de allí, los judíos obtuvimos los recursos internos, espirituales, morales, para sobreponernos a todo. Para resurgir de nuestras cenizas.

El reto en la actualidad no es obedecer ciegamente la letra de la Torá. No se trata de volver a apedrear adúlteras, aceptar la poligamia y la esclavitud, o basar la religión en sangre derramándose. El reto es entender de qué modo la Torá transformó a esa sociedad en ese momento, para que nosotros podamos transformar nuestra sociedad en este momento.

Para ello, el Judaísmo Rabínico desarrolló otro concepto genial: la Torá Oral. Justo para explicar que la obediencia a la Torá no se trata de una aplicación literal y no razonada de lo que está escrito (porque eso nos obligaría a vivir bajo rutinas y paradigmas de hace 30 siglos), la idea es que hay otra dimensión de la Torá, heredada de generación en generacion por vía oral, y que no es otra cosa sino el criterio mediante el cual la letra de un texto antiguo se revitaliza y se convierte en experiencia nueva.

En términos simples, esa impresionante capacidad de adaptación han hecho del Judaísmo Rabínico un sistema practicamente perfecto. O más bien, siempre perfeccionándose. Lo demuestra un hecho histórico: la refundación de Israel en 1948.

Véase de este modo: el antiguo Israel practicó cierto tipo de religión, antigua, desde su fundación como monarquía hacia el siglo X AEC, y hasta el año 587 AEC cuando los babilonios destruyeron al Reino de Judá. Era un religión típicamente sacerdotal, equilibrada por un poder político ejercido por otra dinastía (la de los descendientes del rey David). Después de la invasión babilónica, la naturaleza de la religión sacerdotal fue severamente cuestionada, y el poder político nunca más regresó al linaje de David.

Sin embargo, con la restauración del Templo de Jerusalén las cosas regresaron a cierta normalidad, salvo por un detalle: se comenzaron a perfilear los antagonismos religiosos de un modo que antes no existía, debido a que un grupo inconforme con la marginación del linaje de David del poder político sentó las bases para una construcción teológica que, abusando de la imaginación, comenzó a imaginar escenarios apocalípticos que culminarían con una serie de desgracias, después de las cuales los descendientes de David recuperarían el trono.

Después de la guerra Macabea, estos antagonismos tomaron su forma clásica: Saduceos, Fariseos, Helenistas y Apocalípticos florecieron durante más de dos siglos, hasta que la guerra contra Roma se convirtió en el parte aguas definitivo.

De esa catástrofe fue que surgió el Judaísmo Rabínico, una reorganización radical obligada por la destrucción definitiva del Templo de Jerusalén, basada en un nuevo tipo de autoridad: la de los sabios. Durante mil años, el Judaísmo había sido dirigido por un clan familiar, el sacrerdotal. Ahora era dirigida por la gente instruida.

En otras palabras, la democratización del poder religioso. Un paso revolucionario.

El nuevo sistema de organización tuvo que ponerse a prueba durante casi dos mil años de cruel exilio. Paradójicamente, gracias a ello desarrolló conceptos y prácticas que garantizaron la sobrevivencia del grupo.

Imagínense a un pueblo apátrida, sin nada, expulsados de aquí y de allá. Personas que han visto a algún familiar morir violentamente, que han perdido a sus padres, a una esposa, a algún hijo, de esa manera. Mujeres que vivían siempre en el riesgo de ser violadas o asesinadas.

¿Cómo vives con eso? ¿Cómo te sobrepones a desgracias que podrían marcarte y traumarte para siempre? El Judaísmo Rabínico respondió con lo que podría definirse como la primera gran escuela de auto-superación: despertarte cada mañana, SIEMPRE, y decir “gracias, Señor, porque me has devuelto el alma…”. Pasar al baño y decir “gracias, Señor, porque hiciste al hombre con agujeros…”. Y así durante todo el día: agradecer, agradecer, bendecir, bendecir, volver a agradecer, volver a bendecir.

Una disciplina mental. Una estructura en el interior de la psique. La garantía de que uno puede enfrentar cualquier desgracia.

Por ello, la importancia de la idea de que la identidad judía se hereda por la vía materna. Idea ancestral -ya está claramente planteada en la Torá-, pero que cobró una relevancia fundamental en las épocas en las que muchos embarazos fueron consecuencia de violaciones. El Judaísmo fue la primera, acaso la única religión en ese tiempo, que recibió a esos niños con todo el amor, porque eran tan judíos como cualquier otro. A ellos también se les educó en yeshivot y con Talmud y Torá. A ellos también se les enseñó a agradecer y bendecir.

Pero todo ello conllevaba un riesgo: una religión fraguada bajo el rigor del exilio puede convertirse, involuntariamente, en una religión apta sólo para gente sumisa y marginada.

Por eso, el gran reto vino en 1948. Israel renació. El pueblo judío recuperó su patria, su libertad. La psicología del exilio empezó a desaparecer. Todos los que hemos nacido después de ese año, pensamos y sentimos nuestro Judaísmo de un modo radicalmente diferente a nuestros abuelos.

¿Qué sucedió con el sistema Rabínico, forjado en el exilio, ante la nueva realidad?

Naturalmente, hubo oposición. Muchos sectores muy tradicionalistas se alinearon en el anti-sionismo. Sin embargo, poco a poco se han reducido. Al paso de los años, aún ese tipo de tradicionalismo judío se ha asimilado a la nueva realidad.

Bien, eso es en un nivel. Pero en el estructural, en el de los paradigmas esenciales de la religión, ¿qué le sucedió al sistema Rabínico después del renacimiento de Israel?

En realidad, nada.

Funciona. Funciona bien. Lo ha hecho, lo hace y lo seguirá haciendo. Ningún rabinato ha planteado la posibilidad de reestructurar a fondo nuestra religión. No hay necesidad: está lista para seguir su proceso de evolución no porque haya una urgencia repentina, sino porque así es como avanza la humanidad.

Por eso digo que el sistema Rabínico es, prácticamente, perfecto: lo que más le podía afecta -la victoria, la reivindicación- ni siquiera lo despeinó.

El Judaísmo Rabínico es un abanico plural donde cada judío tiene un lugar asegurado. Debate, discute, se agarra a sombrerazos cada vez que se requiere o que se desea. No importa. Podemos con eso. Nos alimentamos, nos energetizamos con eso.

Toda esa energía y experiencia acumulada que no se encausó en radicales reformas religiosas, encontró otro camino: la reconstrucción de Israel. Una nación desolada, un desierto inhóspito. Una tierra sin pueblo esperando el regreso del pueblo sin tierra. Hoy en día es todo lo contrario: un vergel, una capital de la innovación tecnológica, de la investigación médica. Un paraíso para las artes. Un refugio para las minorías del Medio Oriente.

¿Qué es lo que debemos hacer para conservarlo y hacerlo crecer todavía más?

Nada que no sepamos hacer. Simplemente, lo que nuestros sabios nos enseñaron en aquellos difíciles años cuando el sistema Rabínico tomó su forma: desde el mismo momento de levantarnos, saber ser agradecidos y siempre bendecir. Agradecer y bendecir, bendecir y agradecer.

Y, por supuesto, recordar que ya no sacrificamos animales para que llueva. Tenemos libros, tenemos escuelas, yeshivot, universidades. Discutimos. Aprendemos. Enseñamos.

Es hermosa la heredad que me ha tocado…