ARNOLDO KRAUS

Frente a mí una fotografía. Es reciente: 4 de julio de 2015. Es una fotografía mexicana. Al pie del retrato leo, La escena de un crimen en Ciudad Obregón. Describo la escena. En el primer plano yace una persona cubierta con una sábana. Sólo se ven sus zapatos. Cerca de la cabeza, a diez centímetros, hay una mancha de veinte o veinticinco centímetros: es la sangre del cadáver. A medio metro, calculo arbitrariamente las distancias, hay tres grupos de personas. Los describo.

En uno, sentados a la mesa, tres personas comen; uno de ellos, mayor de edad, con un refresco en la mano, voltea y observa al muerto; las dos acompañantes ven hacia otro lado: una sostiene un vaso, la otra se limpia la boca. Atrás hay un hombre de mediana edad: creo que observa al muerto. En el segundo grupo, de espaldas, una mujer despacha a un marchante con lentes oscuros —parece mirar a la codueña o empleada del puesto de alimentos. Entre estos grupos y el siguiente hay un mueble, de metal y vidrio, típico puesto de comida en México, con la inscripción Coca-Cola; detrás de los vidrios hay bolillos. En el tercer grupo hay un cliente que come y otra inclinada detrás de él: parece servirse “algo” —tiene un traste en la mano derecha. Completan la fotografía unos árboles, una mesa y unos bancos.

El pie del retrato es correcto, La escena de un crimen en Ciudad Obregón. El encabezado de la nota periodística relacionado, o no, con la fotografía, El asesinato de dos periodistas ahonda los ataques contra la prensa en México, nos desnuda, nos retrata. Los periodistas asesinados vivían en Veracruz y Oaxaca. El cuerpo de Ciudad Obregón no es de ninguno de ellos. Regreso a la fotografía. Tejo una historia. Modifico, para los fines de este texto el título del periódico. Indiferencia es el mío.

El muerto debe tener poco de muerto; de no ser así, las autoridades lo hubiesen recogido y depositado en la morgue. Entre la ejecución de la fotografía, supongo, y el asesinato, transcurrieron pocos minutos. En ese lapso alguna persona cubrió con una sábana el cuerpo, el cuerpo apenas sin vida; quizás, otra vez supongo, el occiso degustaba, al igual que el resto de los comensales, la comida del puesto instalado en la calle —en la calle de siempre: por donde se anda día a día, se platica, se compra; en la calle que lleva a la casa, al trabajo, a la vida.

Última suposición. Dado que el crimen fue reciente, las personas que comían al lado del cadáver no se retiraron del lugar. Siguieron ahí —quizás otras personas huyeron despavoridas. Mi título, Indiferencia, no se refiere a los comensales que comían al lado del muerto. Indiferencia se refiere a la actitud que vive una comunidad como la nuestra cuando las muertes por violencia suceden día a día, en un lugar y en otro lugar, en enero, en diciembre, hoy y hace quince o más años. La inmensa mayoría de estos muertos son personas desconocidas, nombres ajenos, lejanos, otros.

Aparco la fotografía. Intitulé el artículo: “¿Es la indiferencia un tema que concierne a la ética?” Otros es la palabra que cierra el párrafo previo. Otros, con itálicas, es una palabra que entró a mi vocabulario a partir de algunas lecturas de Emmanuel Lévinas. Ignoro, me disculpo, si otros filósofos la usaron antes.

Ética e Infinito es un libro inmenso de Lévinas. Extraigo dos ideas. Lévinas: “Yo no soy intercambiable, soy yo en la sola medida que soy responsable. Yo puedo sustituir a todos, pero nadie puede sustituirme a mí. Tal es mi identidad inalienable de sujeto”. Páginas atrás, “ …desde el momento en que el otro me mira, yo soy responsable de él… soy responsable de su misma responsabilidad”.

La indiferencia es una enfermedad contagiosa, grave, sin límites. El ser humano se habitúa y se hace parte de ella. Si la indiferencia no se confronta crece.

Notas insomnes. Considero, junto a Lévinas, que la responsabilidad atañe a la ética. Pienso, al lado de la fotografía, que la indiferencia concierne a la ética.

Fuente: El Universal