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PASCAL ROY PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

 

“El movimiento BDS, que congrega a gran parte de la izquierda mundial, europea y española, se ha quitado la máscara y enseña ahora su verdadera naturaleza: su antisemitismo”

 Pasar el verano en España es sinónimo de farniente, largas siestas en la sombra, días de playa y mojito, noches largas en algún festival de música. El Festival Rototom Sunsplash de Benicassim es uno de ellos. Está muy bien ubicado, en la costa valenciana, cerca de la playa. Acoge a músicos y artistas afines a la música y la cultura reggae. Uno de los artistas invitados este año iba a ser Matthew Paul Miller, más conocido como Matisyahu. Es un cantante judío de nacionalidad norteamericana que ha sabido desarrollar una música propia, con el reggae y el hip-hop en tela de fondo, y textos que se basan en temas espirituales relacionados con el Judaísmo jasídico.

Tal vez sea la proximidad de su nombre al apellido del primer ministro israelí (Matisyahu, Netanyahu…), o precisamente su identificación con la religión judía y, hasta hace poco, su apariencia de judío ultra-ortodoxo, con kipá, barba y tirabuzones, lo que le haya convertido en el blanco de la ira de los activistas del movimiento BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones). Fue bajo la presión de este grupo que la dirección del Festival decidió cancelar la participación de Matisyahu prevista para el día 22 de agosto.

Tres días después de su decisión de desprogramar al artista judío, el Festival (financiado, entre otros, con el dinero de los contribuyentes del ayuntamiento y del gobierno regional) rectifica, invita de nuevo al artista y pide perdón. La presión del gobierno español y de la mayoría de la oposición (con la excepción de los partidos de izquierda Podemos e Izquierda Unida), así como la movilización de la opinión pública internacional, dieron sus frutos.

Pero el daño ya está hecho y una conclusión se puede sacar en claro de este revuelo. El hecho de que el movimiento BDS, que congrega a gran parte de la izquierda mundial, europea y española, se ha quitado la máscara y enseña ahora su verdadera naturaleza: su antisemitismo.

Una cosa es criticar al gobierno israelí, como a cualquier gobierno de cualquier país del mundo. Otra cosa es pedir a los judíos del mundo que se desmarquen de los crímenes supuestamente cometidos por su pueblo. La izquierda occidental suele criticar a Israel bajo el argumento del antisionismo, la cara amable del antisemitismo, el colmo de lo políticamente correcto. Pero a veces se le ve el plumero y lo que ha ocurrido en Benicassim puede significar un punto de inflexión en cuanto a la relación entre izquierda y antisemitismo.

Se trata, efectivamente, de presiones a un artista de nacionalidad norteamericana, que iba a actuar en España, no en Israel, y a quien el movimiento BDS discriminó por sus ideas, su fe y su identidad judías. Sin duda, es un hecho grave en el siglo XXI. Como lo expresa el propio cantante en su página de Facebook: “Los organizadores del Festival […] me pidieron que redactara una carta o realice un vídeo para aclarar mi posición sobre el sionismo y el conflicto israelí-palestino, de cara a tranquilizar a la gente del BDS. […] Sinceramente, me pareció chocante e indignante que me obliguen a mí, el único artista judío americano programado en el festival, que haga una declaración política. A los otros artistas programados, ¿acaso les pidieron también que hagan declaraciones políticas para que puedan actuar? Ningún artista merece verse en esta situación para poder expresar su arte. Yo quiero hacer música para toda la gente, sin distinción de raza, creencia, país, cultura, etc. Eso es lo que queremos, los músicos.”

Esta forma de pensar y actuar por parte del BDS evoca otros tiempos, en los que se exigían pruebas de “limpieza de sangre”, curiosamente en el mismo país, o en los que se caricaturizaba a los judíos un poco como se le retrata hoy en día a Matisyahu, con barba larga y tirabuzones. Esto es antisemitismo.

También es antisemitismo el hecho de que se exija a Matisyahu, por su condición de judío, un posicionamiento político no requerido al resto de participantes. Y lo que es peor aun en la escala del antisemitismo: lo que le pidieron a él, no lo pidieron a Paul Auster, Woody Allen o Bob Dylan. Porque a Matisyahu se le ve claramente como judío.

Nunca nadie pedirá a Alejandro Sánz, en su próximo concierto en México, que se posicione sobre el saqueo de América Latina y Central por parte de sus antepasados, ni a Bruce Springsteen, en su próxima gira española, que se desmarque de los crímenes del imperialismo yanqui. Sobre esto debe reflexionar la sociedad en su conjunto, cuando de repente obligan a un artista judío a hacerlo para poder participar en un festival de música.