ESTHER SHABOT

Esther-Shabot

Varias de las organizaciones judías más antiguas e institucionales han coincidido en rechazar el pacto en materia nuclear de manera tajante.
En Estados Unidos abundan las discrepancias acerca de las bondades y los riesgos inherentes a la firma del acuerdo entre el G5+1 e Irán. El Partido Republicano y la gran mayoría de sus simpatizantes lo condenan calificándolo como “una decisión desastrosa”, mientras que en el resto de la sociedad estadunidense privan toda clase de opiniones, desde las de los indecisos y los que comparten la percepción de los republicanos, hasta las de los entusiastas que califican al acuerdo como “histórico” y como la mejor o la menos mala de las alternativas a la mano para conjurar la amenaza de un Irán en posesión de armas atómicas que continúe simultáneamente en confrontación abierta con buena parte de la comunidad internacional.

El público judío de Estados Unidos, también, participa de esta polarización. Varias de las organizaciones judías más antiguas e institucionales han coincidido con el punto de vista del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien ha rechazado el acuerdo de manera tajante, intentando, incluso, influir sobre congresistas de EU para que lo echen atrás. Al mismo tiempo, otras organizaciones judeo-estadunidenses, junto con 340 rabinos y 26 importantes notables exactivistas comunitarios, han manifestado su total apoyo al acuerdo por considerarlo la mejor opción que se tenía de cara a la crecientemente incierta y volátil situación en que se encuentra el Oriente Medio.

Divergencias similares aparecen entre gobiernos, políticos y público de naciones en las que las repercusiones de lo que pase con Irán son de primera importancia. Los países del Consejo de Cooperación del Golfo (Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Kuwait, Omán y Qatar) están inmersos en una acerba polémica acerca de si reunirse o no con diplomáticos iraníes en ocasión de la Asamblea General de la ONU en septiembre próximo en Nueva York, a fin de discutir los temas que les preocupan. Mientras que los tres primeros miembros del CCG arriba mencionados se oponen, Kuwait se muestra indeciso, y los dos últimos cabildean a favor de dicha reunión en la que pretenden tratar con los iraníes el tema del conflicto bélico en Yemen que les preocupa sobremanera. Al parecer, el CCG se halla, también, en ascuas acerca del cariz que puede tomar el acontecer geoestratégico de la región una vez que el acuerdo del G5+1 con Irán se ponga en práctica y con ello dé inicio una nueva etapa en cuanto al papel que Teherán pueda jugar en la zona para impulsar al chiismo militante en detrimento del mundo sunita.

Y, sin duda, Líbano es otro más de los centros de polémica con relación al acuerdo con Irán. Están ahí, también, los optimistas que lo vislumbran como la posibilidad de apertura de nuevas oportunidades de reconciliar a las fuerzas locales proiraníes (coalición 8 de marzo) con las antiiraníes (coalición 14 de marzo), en la medida en que Irán en su nuevo juego político probablemente se vea empujado a dejar de azuzar a sus aliados del Hezbolá libanés. Con ello —opinan— se  sentarán las bases para una restauración de la institucionalidad del país que conduzca a recuperar la normalidad perdida tras 14 meses de vacío de poder por la imposibilidad que ha habido a lo largo de dicho lapso, de nombrar Presidente.

En contraposición, los pesimistas interpretan que justo lo contrario ocurrirá: que Irán maniobrará con mayor comodidad para encumbrar a Hezbolá y para intensificar la guerra civil de Siria, todo ello en detrimento de la estabilidad libanesa. El panorama abierto por el acuerdo con Irán es así enormemente confuso. Son tantos los factores y las variables que interactuarán a partir de las nuevas circunstancias que nada puede preverse con claridad. ¿Es mejor que existan compromisos y diálogo entre Irán y las potencias? Seguramente sí, aunque es evidente que persisten muchos puntos oscuros cuyo potencial peligro sigue flotando en el ambiente.

Fuente: Excelsior