No hay conflicto internacional más complicado, en este momento, que la guerra civil en Siria. Su costo en daños materiales ha sido inmenso, y en vidas humanas todavía peor. Pero, curiosamente, todo parece indicar que las principales potencias en conflicto no tienen mucho interés en ponerle fin a los combates, sin importar cuánta gente tenga que sufrir por ello.

Foto by Sasha Mordovets/Getty Images

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Lo he dicho varias veces en este espacio: la guerra civil en Siria se iba a extender durante mucho tiempo, porque le resultaba demasiado conveniente a muchos de los agentes involucrados.

Es irracional: todos los demás conflictos que se gestaron durante la falazmente llamada “primavera árabe” concluyeron o, si acaso se mantuvieron –como en el caso de Libia–, fue en proporciones muy reducidas en comparación a lo que pasa en Siria, país en el que el conflicto no sólo se perpetuó, sino que se volvió extremadamente violento y además se transformó en “todos contra todos” integrado por cualquier cantidad de grupos e intereses: Bashar el Assad y sus reducidas tropas leales apoyadas por tropas de élite iraníes y libanesas (de Hizballá), el Frente Al-Nusra (filial de Al Qaeda), las milicias kurdas, el ejérctio de Turquía, tropas de sirios rebeldes de tendencias laicas, la milicia Ahrar al-Sham (islamista), la milicia Jaish al-Islam (también islamista), el Califato o Estado Islámico (Daesh o ISIS), así como Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Alemania. Hay también una mínima pero inevitable participación de Jordania. Por su parte, Arabia Saudita, Israel y Egipto todavía no han tenido que involucrarse directamente, pero están listos para hacerlo en caso de que sea necesario.

¿Por qué se llegó a este desastre?

En primer lugar y fuera de toda duda, por culpa de Bashar el Assad, sátrapa sirio que heredó el poder de su padre Hafez el Assad, y cabeza de un gobierno absolutista y corrupto. El detonante de la guerra civil fue la brutal represión de Assad contra los que se levantaron para protestar contra su dictadura. Pero, tal y como lo señalé desde hace dos años, fue un conflicto que le resultó muy conveniente a las potencias occidentales y a Rusia, al punto que era evidente que no iban a hacer nada por concluirlo.

Para occidente representó la ventaja de que la guerra civil en Siria deterioró el poderío regional de Irán, nación con objetivos expansionistas que invirtió muchas décadas (y mucho dinero) en establecer un corredor por-chiíta desde Irán hasta Líbano, teniendo a Siria como el indispensable puente terrestre. La idea inicial era construir otro eje similar por el sur de Arabia Saudita, pasando por Yemen y extendiéndose por Somalia hasta Gaza, para así crear una pinza que pudiese facilitar un ataque devastador contra Israel. Sin embargo, el plan no funcionó: los problemas generados por la guerrilla Huti (pro-iraní) en Yemen provocaron la intervención de Arabia Saudita en ese país, y ello no sólo reventó la estrategia iraní, sino que dejó en el completo aislamiento a Hamas en Gaza. Israel se encargó de mantenerlo bajo control.

Pero lo peor fue que cuando se puso en jaque a Bashar el Assad, Irán tuvo que movilizar primero a las tropas libanesas de Hizballá; cuando dicho apoyo resultó insuficiente, las propias tropas de élite iraníes no tuvieron más remedio que participar también en los combates.

En otras palabras: Irán tiene mucho que perder en esta guerra. Pero Irán era un país profundamente afectado económicamente por una serie de sanciones impuestas por la comunidad internacional, debido a su beligerancia y a sus proyectos nucleares. En consecuencia, para poder sobrellevar los altos costos de esta guerra, Irán no ha tenido más alternativa que endeudarse con Rusia, su principal fuente de recursos militares y asesoría tecnológica y estratégica.

Para Rusia es muy importante ese dinero. La potencia ex-socialista está sumida en su propia crisis económica provocada por la caída de los precios del petróleo, y le urge dinero. Mucho dinero. Pero la guerra es buen negocio, y nadie lo sabe mejor que los rusos. Por eso, le conviene un panorama donde Irán siga comprando, comprando, hasta quedar a deberles la camisa.

Por eso, desde un principio ni Estados Unidos en conunto con Europa, ni Rusia, hicieron demasiado por lograr que la guerra se decantara a favor de uno u otro bando. Al contrario: los nutrieron, los reforzaron, les permitieron seguir. Y mientras más sigan, mejor para unos y otros.

Por su parte, la postura de Bashar el Assad ha evolucionado con el tiempo. Inicialmente, hubiera sido feliz de que el conflicto se resolviera pronto y a su favor para así mantenerse en el poder. Pero con el paso de los años su posición se complicó demasiado: a la fecha, Assad tiene el nada honroso mérito de haber ordenado un verdadero genocidio en contra de su propio pueblo. Más de 150 mil sirios han muerto por culpa o por orden directa de Assad. Eso, en términos simples y sencillos, ha destruido la poca legitimidad que le quedaba.

Por eso la aparición del Daesh (ISIS) fue una bocanada de oxígeno. Si por una parte Rusia tuvo que intervenir directamente en el conflicto en Siria para apoyar a Assad, por otra el razonamiento para justificar dicha intervención y dicha defensa ha ido ganando cada vez más adeptos: si Assad cae, el vacío de poder va a ser llenado por musulmanes extremistas, factiblemente por Daesh. Y ese es un lujo que nadie –salvo Daesh– se quiere dar en este momento.

¿Qué pasaría si acabara la guerra con una derrota y destrucción de Daesh? Assad quedaría en el poder, pero con la acusación de haber masacrado a su propia gente. Por lo tanto, es lógico suponer –como bien los señala Christoph Reuter en el diario Der Spiegel– que Assad es uno de los más interesados en que la guerra siga. Es la única manera de explicar –agrega Reuter– por qué Rusia, las tropas de Assad y las tropas de Daesh han atacado coordinadamente posiciones de los rebeldes anti-Assad no islamistas. En la lógica evidente de Assad y los líderes de Daesh, hay que exterminar a esos rebeldes, pero Assad y Daesh no deben exterminarse entre ellos.

¿Por qué Daesh quiere que continúe la guerra? En los últimos meses, las tropas de Daesh han sufrido severas derrotas que han puesto en jaque su poder de convocatoria. Los números de musulmanes extranjeros que viajan hacia el territorio del Califato Islámico han disminuido sensiblemente. Entonces, si de entrada Daesh necesita seguir peleando para sobrevivir, además necesita apuntarse éxitos para poder alimentar su sistema de propaganda y con ello garantizar sus siguientes ataques. Ataques que, por cierto, no son en el campo de batalla en lo que alguna vez fue Siria; más bien, atentados terroristas como el que puso de cabeza a Francia apenas hace un mes.

Turquía es otro componente importante en este conflicto. Las evidencias exhibidas por Rusia e Irán demuestran, convincentemente, que Erdogan ha sido un apoyo importante para Daesh.

¿Qué es lo que tiene –o tenía– en mente el Primer Ministro turco? ¿Por qué en medio de todo este conflicto se puso del lado del grupo más brutal e intransigente? Turquía, más que nadie en occidente (tómese en cuenta que Turquía es parte de la OTAN), ha estado ansioso por ver colapsarse el poderío de Irán en la zona. El objetivo es evidente: acaparar el control que pierdan los Ayatolas. Es una vieja guerra entre persas y otomanos, ambos con sueños imperiales y expansionistas.

Sin embargo, todo se le complicó a Turquía desde que cometió el catastrófico error de derribar un avión ruso, seguramente calculando que la OTAN se pondría de su lado. Cosa que no sucedió. Turquía ha quedado a merced de Rusia –país que no es nada amable en este tipo de casos–, y ahora Erdogan necesita que la guerra se prolongue lo más posible para reposicionarse. Su situación es tan frágil que incluso ahora habla de mejorar las relaciones con Israel, y es que es evidente que Turquía poco a poco está quedando aislada, sola en este enredo sin pies ni cabeza.

¿Cuál es la postura de Israel, Arabia Saudita y Egipto? Hasta el momento, relativamente cómoda porque los conflictos no han llegado a su territorio. Hasta cierto punto, los tres países preferirían ver la sobrevivencia de Assad, porque aunque el líder sirio siempre fue un enemigo declarado, también fue un enemigo predecible y controlable. La posibilidad de que un vacío de poder (resultante de una posible caída de Assad) deje espacio libre para la expansión de Daesh no le gusta ni le interesa a Jerusalén, El Cairo y Ryad.

¿A quiénes les interesaría que la guerra acabara? Obviamente y en primer lugar, a los sirios comunes y corrientes, los que más alto precio han tenido que pagar por esta barbarie: alrededor de 300 mil muertos en casi cuatro años. Pero hay otros grupos que también desean que esta sinrazón termine: los rebeldes no islamistas y los kurdos. Son grupos cuya lucha tiene el perfil de una genuina defensa de su sobrevivencia, sin más intereses que los inmediatos y propios.

Y, por sorprendente que parezca, seguro que a quien más le interesa que la guerra acabe es a Irán. Ha perdido todo en este conflicto: desde su antigua hegemonía hasta millones y millones de dólares en infraestructura y equipo militar. Y no se hable de la pérdida de soldados. Pero, sobre todo, ha perdido prestigio, arrastrando en esa debacle a Hizballá. Si por una parte Irán y Hizballá ya no inspiran confianza en el mundo musulmán suní (el mayoritario), por otra parte se ha desmoronado la imagen que construyeron de ser un poderío militar invencible. En realidad, las tropas iraníes se han mostrado torpes e incompetentes, y Hizballá se ha visto abrumada.

Rusia insiste en que la estrategia a seguir es que ellos bombardean desde el cielo, y los iraníes –con Hizballá entre los pies– atacan por tierra. Oh, claro. Es muy fácil: Rusia no está exponiendo a su gente; Irán, en cambio, la está sacrificando. Por eso cada vez son más los rumores de que Irán está pensando seriamente en la retirada. A estas alturas, pareciera que lo mejor que puede obtener el régimen de los Ayatolas es no seguir perdiendo.

¿Y Assad? Sorprendentemente, su posición parece cómoda, siempre y cuando sus tropas lo mantengan a salvo de los ataques. Mientras exista la amenaza de Daesh, Assad seguirá siendo necesario. No como una solución, pero sí como un impedimento para que venga un problema peor.

Pero para mantener esa postura, necesita que Daesh sobreviva. Es lo único que, de un modo u otro, lo legitima.

Nos falta hablar de los Estados Unidos, pero eso merece un análisis aparte, sobre todo porque nunca en la Historia la política exterior norteamericana había sido tan torpe y tan sin rumbo. Lo único que se puede decir es que Obama se encargó de aniquilar cualquier posibilidad de influir en Medio Oriente, y Putin no desaprovechó la oportunidad de quedarse con el pastel completo.

Mientras tanto, la guerra sigue y seguirá, y los sirios seguirán muriendo.

Así de repugnantes podemos ser como especie humana.