RAQUEL CASTRO

Centro de Documentación e Investigación Judío de México (CDIJUM)

De todas las películas que hizo Fritz Lang, ésta fue siempre su favorita. Y no sólo de él: en 2010, la revista británica de cine Empire, hizo una lista de “las cien mejores películas de la historia” y puso a M en el número 33.

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No tiene tanto tiempo de que vi por primera vez M (dirigida por Fritz Lang en 1931, en Alemania). Debo confesar que no tenía muchas ganas porque pensaba que sería una película lenta, más un documento histórico que hay que mirar con atención académica que una peli, esas historias audiovisuales que acompañamos de palomitas y  nos emocionan un buen rato. Y debo confesar que mi opinión cambió desde el primer minuto de película. Para la mitad, ya me había arrepentido de esperar tanto tiempo: estaba entre una historia de suspenso, con acción, un poco de horror, una buena dosis de humor… La historia es ágil y emocionante aún ahora. El lenguaje cinematográfico de Lang es inmaculado. La trama sigue siendo fresca y original: un asesino de niñas aterroriza a la ciudad, lo que ocasiona que la policía esté más atenta que nunca. No encuentran al asesino, pero sí les arruinan el negocio a los criminales del lugar, que deciden organizarse ellos para atrapar al asesino y acabar con él. Cuando están por matarlo, la policía los detiene y hay un verdadero juicio. La historia termina con las madres de las niñas llorando, diciendo que no habrá sentencia que les devuelva a sus hijas y que los padres deben cuidar más a sus hijos, “todos ustedes”, dice al público desde una pantalla ya en negros.

Cuando terminé de verla estaba tan gratamente impresionada que me puse a buscar más información al respecto. Yo sabía que no es una oscura película inconseguible (tanto que la vi en Blu-ray, en la comodidad de mi hogar), y que tiene muchos fans entusiastas; pero no sabía bien por qué (hasta que la vi, pues). Y como me enteré de algunas cosas sabrosonas e interesantes, se las quiero compartir a ustedes, por si un día tienen ganas de ver una joyita cinematográfica y no saben cuál.

Tendríamos que comenzar hablando de Fritz Lang, director y coguionista ya reputado por películas como Metrópolis, de 1927, uno de los mejores ejemplos del cine expresionista alemán. Cuando Lang se enteró de “la moda” de las películas con sonido, de inmediato decidió incursionar en la nueva tecnología, y así lo anunció en un periódico en 1930. No dijo mucho: que haría una película hablada y que se titularía Mörder unter uns (La Muerte entre nosotros). Sorprendentemente, nada más aparecer esta nota, Lang empezó a recibir cartas amenazantes y luego se le negó el espacio en los estudios Staaken. Cuando preguntó por qué, el jefe del estudio le dijo que era miembro del partido nazi y que el partido sospechaba que la película era sobre ellos. Por suerte retiraron la traba al saber de qué trataría en realidad, aunque la anécdota nos revela mucho de la situación política y social que atravesaba Alemania en esos momentos (y de lo cochina que tenían la conciencia los miembros del partido nazi, digo yo: mira que ponerse así el saco…)

Mientras investigaba para hacer el guión, Lang pasó ocho días en un asilo mental y conoció a varios asesinos de niños, lo que le ayudó a dotar de una escalofriante verosimilitud a su personaje. No sólo eso: ansioso de retratar el mundo delictivo de la mejor manera posible, Lang usó a muchos criminales como extras en la película… y 25 de ellos fueron arrestados durante la filmación, porque no dejaron de trabajar en lo suyo mientras no estaban en el set.

Con todo, en M no se ve la violencia de los asesinatos; pero no es por censura ni mucho menos por autocensura. En alguna entrevista, Lang dijo al respecto que “al sólo sugerir la violencia cada persona creaba los detalles terribles del asesinato de acuerdo con su propia imaginación”. Y eso, a la fecha, sigue funcionando a la perfección.

El uso del sonido en M fue mucho más complejo que el de la mayoría de las películas habladas de la época: tiene un narrador, sonidos fuera de cuadro, sonidos que motivan la acción y momentos de silencio que generan suspenso. También fue de las primeras en usar un leitmotif, una técnica tomada de la ópera: asoció una tonada con el asesino (en este caso, “En la gruta del rey de la montaña”, de la suite Peer Gynt de Grieg). No sólo eso: Lang eligió que la forma en que aparece esa melodía fuera mediante el silbido del criminal, de modo que, en cuanto se escucha, el espectador sabe que el asesino anda por ahí, incluso si no aparece a cuadro.

Un dato curioso: el actor que interpretaba al asesino, Peter Lorre, no sabía silbar, así que el sonido lo hizo Thea Von Harbou, co-guionista y esposa de Lang. Y por cierto: Lorre es material de muchos datos interesantes. Se dice que tiene el dudoso honor de haber sido el actor favorito de Hitler. Sin embargo, Lorre abandonó Alemania un par de años después de la filmación de M, cuando el partido nazi tomó el poder, ya que era judío (su verdadero nombre era László Löwenstein). Trabajó primero en Londres para Hitchcock y luego en Hollywood, donde tuvo altas y bajas hasta su muerte en 1964 (quizá lo recuerden como el ruin Ugarte en la clásica Casablanca).

Lang no la tuvo mucho mejor que Peter Lorre en esa época: en 1933, la siguiente película de Lang, El testamento del Doctor Mabuse, fue prohibida por los nazis. Se dice que Goebbels lo llamó a su oficina para comunicarle la censura al filme pero que en el Partido (recién llegado al poder) reconocían su talento y que le ofrecían un puesto en el estudio UFA (Universum Film AG), para entonces propiedad del partido nazi y pieza importante de su propaganda. Lang, cuya madre era judía, optó por huir, a pesar de que él mismo había sido criado como católico y no tenía relación con el origen de su familia materna. De hecho, Lang huyó el mismo día que tuvo la entrevista con Goebbles. Se fue a Estados Unidos, donde hizo 23 películas. Murió en 1976.

Thea, su coguionista, se quedó en Alemania. Divorciada de Lang, se casó en secreto con un periodista indio diecisiete años menor que ella. Siguió trabajando en el cine y, al terminar la guerra, estuvo varios meses en un campo de prisioneros. Después trabajó como Trummerfrau: las mujeres que ayudaron a reconstruir las ciudades bombardeadas. Murió en 1954. Algunos años después Lang dirigió “la tumba india”, basada en una novela de ella.

Ya para terminar con los datos curiosos: M comienza con una niña jugando al equivalente de “de tin Marín, de do pingüé”. El nombre de esa pequeña no aparece en los créditos, pero se sabe que es nada menos que Hanna Maron, quien tuvo el record mundial por la carrera en teatro más larga y es recordada como una de las más importantes actrices israelíes: en 1933, al igual que Lang y Lorre, su familia emigró de Alemania. Sólo que, a diferencia de aquellos, fue a Palestina. Ahí siguió actuando. Murió en 2014, a los 90 años, en Tel Aviv (y de su vida, que da para otro artículo, espero platicarles en otra ocasión).

Volviendo a M, hay que decir que, de todas las películas que hizo Fritz Lang, ésta fue siempre su favorita. Y no sólo de él: en 2010, la revista británica de cine Empire, hizo una lista de “las cien mejores películas de la historia” y puso a M en el número 33. No es poca cosa. Pero al final lo que importa es que cada uno de nosotros la vea y decida en qué lugar de su lista la pone. Los invito a hacerlo.