PILAR RAHOLA

Cuando aún resuenan los intentos de boicotear en Madrid al notable cantante israelí Idan Raichel, por parte de los movimientos que, con la excusa palestina, se dedican a la caza de cualquier artista, científico, deportista que tenga ese pasaporte, gozo del honor de almorzar con Daniel Zajfman y Zohar Menshes, presidente y vicepresidente del Instituto Weizmann.

Weizmann Institute
Instituto de Ciencia Weizmann en Rehovot, Israel

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Hablamos de los boicots, del racismo de manual que ejecutan, de la obsesión que estos cazadores de judíos sienten hacia Israel mientras no notan ningún sarpullido ante dictaduras atroces de corte islámico, no fuera caso que se les quebraran los esquemas.

Como ejemplo notable para la escuela del esperpento, el de un tipo llamado Carlos Latuff, feliz ganador de un concurso del régimen iraní para reírse de las víctimas del Holocausto, además de ser un prolífico artista de dibujos antisemitas.

Ese mismo dechado de virtudes firmó un manifiesto hace poco, con lo más granado de la progresía española –Marujas Torres y tal–, para acusar a las oscuras fuerzas judías de la polémica sobre El Jueves. Es decir, con la tiranía iraní de la mano, y riéndose de millones de judíos asesinados, se convierte en acusador de la maldad judía. Todo es tan normal que parece un manicomio.

Como el Weizmann es uno de los centros de avance científico, tecnológico y médico más importantes del mundo, la idea de boicotear el conocimiento estalla como lo que es, la bárbara intolerancia de los fanáticos.

Por suerte, la luz del Weizmann triunfa por encima de la oscuridad antisemita y a ellos cabe elevar este espacio.

Creado en Rehovot, en 1934 –en coherencia con la obsesión del naciente Israel por alumbrar a la ciencia, que incluso creó la universidad antes de tener Estado–, este instituto es el inventor de la amniocentesis, responsable de los nanomateriales para uso industrial, descubridor de la proteína ligada al cáncer de pulmón, base de la droga Erbitux para el cáncer de colon, inventor de los algoritmos de encriptación, descubridor de la vacuna para la hepatitis B y un largo etcétera. Entre su haber, varios científicos galardonados con el premio Turing, el Nobel de la Informática, y con el propio Nobel.

Las cifras que maneja están a la al­tura de su categoría: 250 equipos de investigación, sabios de todo el mundo y más de mil estudiantes, repartidos en un campus con más de 100 edificios donde todas las disciplinas científicas se mezclan.

Y todo ello financiado en un 75% por mecenas privados. El Weizmann es un templo del conocimiento, un milagro en un país en riesgo permanente, un ejemplo de la ciencia aplicada al bienestar de la huma­nidad. Imaginar que haya grupos que quieran hacer el boicot al trabajo de centenares de científicos por el solo hecho de ser israelíes –o investigar en Israel– confirma la sorprendente capacidad que puede tener un fanático en su deseo de alcanzar la máxima ­estupidez.

Fuente: La Vanguardia – Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico