PEDRO HUERGO

La humanidad conoció al psicoanálisis  gracias a una princesa frígida.

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Marie Bonaparte (Paris, 1882) –también llamada Mimi, sobrina nieta  de Napoléon y, por vía materna, nieta del fundador del Casino de Montecarlo– era riquísima y bellísima, pero frígida. En 1907, para que todo fuera más rico, más bello y más frígido, la casaron con un homosexual, S.M. el Príncipe Jorge de Grecia – tío abuelo de la Reina Emérita de España, Sofía de Grecia. En la luna de miel, la recién Princesa Jorge de Grecia viajó, además de con su marido, con la pareja de éste, su tío Waldemar de Dinamarca. Casado a su vez con una  pintora, morfinómana y dada al travestismo (se disfrazaba de bombero) Marie d´ Orléans.

En Copenhague, buscando solución a su frigidez, la princesa griega  se acostó con su sobrino, el hijo mayor de Waldemar y la Orléans;  cosa que no le gustó nada a Jorge, que se acostaba con su tío, Waldemar. Una gran discusión familiar: Jorge no toleraba el adulterio incestuoso, por parádojico que parezca; la Bonaparte toleraba la relación homosexual de Jorge. Los dos hombres huyen juntos con la disculpa de cazar ciervos cornudos en el Tirol; del disgusto, Marie d ´Orléans muere.

Sigmund Freud (Friburgo, 1856) entonces ya era un relativamente famoso neurólogo y profesor en Viena; lideraba la Sociedad de Psiquiatría y estaba a punto de admitir en ella a mujeres. Hijo de la oveja negra de una familia de judíos jasídicos, Segismundo se  casó con la hija del rabino mayor de Hamburgo,  Marta, con la  que tuvo seis hijos. A la benjamina la llamaron Anna y con el tiempo se convertiría en la mano derecha del gran doctor.

“Mimi” Bonaparte, mientras tanto, resolvía problemas familiares: su cuñado, el rey de Grecia, Constantino I, fue obligado a abdicar y la Junta Militar arrestó a su hermano Andrés de Grecia; su esposa,  Alicia de Battemberg, hacía poco había dado a luz en el Palacio corfiota de Mon Repos a un niño llamado Felipe, futuro Duque de Edimburgo y marido de Isabel II de Inglaterra. M. Bonaparte lo sacó de Corfú escondido en una caja de naranjas y se lo llevó a su palacio en París. (La madre, sordomuda de nacimiento, estaba entrando en una crisis a caballo entre la esquizofrenia y el misticismo y no se podía hacer cargo de él; luego se hizo monja ortodoxa en Atenas y se enfrentó a los nazis cara a cara  cuando invadieron Atenas. Está enterrada en el Monte de los Olivos de Jerusalén)

Por esa época, dicen, Freud empezó a tener relaciones extramaritales con su cuñada, Minnie, que vivía con los Freud en Viena, al haber quedado viuda. Parte de una documentación biográfica que fue investigada en su momento y que, como veremos luego, también incluye un  entonces comprometido secreto de la vida íntima de Freud que  “Mimi” Bonaparte logró seguir ocultando.

Pero ella seguía queriendo conocer el placer sexual. Con Jorge de Grecia, tuvo dos hijos, Pierre y Eugenia, pero además de acostarse con el ayudante de cámara de su marido, también lo hacía con el Ministro de Economía francés. Más no había orgasmos.  Así que llegó a la conclusión de que su problema sexual debía ser un problema fisiológico;  para intentar resolverlo se sometió a una  operación con el cirujano judío y vienés Josef Halban; quien movió quirúrgicamente su clítoris para acercarlo a la vagina, cortando y pegando ligamentos. Ningún éxito. Así que el problema, si no era fisiológico, debía de ser mental.

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Mimi y Sigmund se encontraron por primera vez en 1925, un año después de la muerte de su padre;  sumida en la depresión y dadas sus responsabilidades aristócratas, los constantes viajes entre París y Viena la convirtieron en el primer nexo de comunicación internacional entre el psicoanálisis y el mundo. Marie, de hecho, ya con 44 años, quiere estudiar  medicina, pero se dedica sólo al psicoanálisis, pagando de su propio bolsillo las traducciones de la obra de Freud al francés o comprando a un anticuario ciertas cartas comprometedoras entre Freud y el también doctor  judío Wilhelm Fleiss, que amenazaba con chantajear al psiquiatra vienés por ciertos excesos de juventud.

Cuando los nazis llegaron a Viena, los Freud, como los demás judíos tuvieron problemas. Anna Freud fue detenida en su propia casa y llevada a los cuarteles del nazismo en Viena. Bonaparte, haciendo uso de la inmunidad diplomática que le confería su título de princesa de un reino europeo, se presentó en persona a pedir la liberación inmediata de la hija de Freud, que se efectuó de inmediato. Después, cuando la realidad se impuso más que nunca, fue ella quien convenció a la esposa y cuñadas de Freud para tomar la decisión de  abandonar Viena. Su categoría diplomática, casi cinco mil dólares de la época ( que ella pagó con gusto y sin problema)  y la colaboración de Ernest Jones, discípulo de Freud, hicieron posible que 14 miembros de la familia  llegaran a los palacios de M. Bonaparte en París; también pagó al médico que trataría el cáncer que ya amenazaba a Freud. Después, los instaló  en Londres.

Poco tiempo después se dedicó a otra misión de rescate: cuando los nazis tomaron Grecia,  sacó  de noche y entre sus brazos a dos sobrinos  políticos,  en un avión hacia Alejandría, Egipto. Esos niños eran Constantino de Grecia, hoy rey en el exilio, y Sofía de Grecia, hoy reina emérita de España.

Bonaparte se dedicó hasta el día de su muerte al psicoanálisis. Acompañada de Topsy, el perro de Freud, “Mimi” recibía pacientes en la playa, en albornoz, después de nadar. Falleció por leucemia en Saint Tropez, en 1962 y sus cenizas fueron depositadas junto a las de su marido, el Príncipe Jorge de Grecia, en el cementerio real del Palacio de Tatoi, a las afueras de Atenas, junto a la tumba del gran trágico griego Sófocles.

Freud murió en septiembre de 1939, a causa del cáncer que le produjo su pasión por el tabaco. Sus cenizas reposan en el Golder´s Green Crematorium, en una crátera griega antiquísima que le había regalado la princesa Helena,  que tanto le amó.