BECKY RUBINSTEIN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

“Me acuerdo como si fuera ayer mi primer forshtelung* (representaciones teatrales) en el teatro. Fascinada, parecía flotar con alas de ángel… Estaba medio recostada y me parecía cantar como los propios ángeles…”

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Rebeca Pupko, quien se convertiría en 1957 en Ana Frank, la heroína de El diario de Ana Frank,-pieza teatral basada en el diario rescatado por Otto Frank, el padre de Ana y Margoth – rememoró sus primeros e incipientes pasos en el medio artístico, primero dentro de su comunidad; más tarde, por cosas del destino, en un gran teatro y compartiendo con destacados artistas del país.

“Desde los cinco años, en Cuernavaca, “La Ciudad de la Eterna Primavera”, donde
residía mi familia- era la niña a la que se le daba cantar y bailar, elegida “ Reina de la Primavera”. Tuve la suerte de visitar al gobernador en la Catedral de Cuernavaca… Incluso, me sentó en sus piernas. Bailaba, buscaba el patio grande para bailar. Desde muy pequeña fui muy coqueta. Me pintaba las uñas…”

“A mi y a mi hermano Naftole, nos atraía poderosamente el teatro. Me disfrazaba de rumbero al grito de: “Babalú Ayé”, copiando a las bailarinas que venían a Cuernavaca, y a las que trataba de imitar. Mi hermano, de casi veinte años, actuaba en obras idish en “El Teatro del Pueblo” por el rumbo de la Merced, donde se establecieron los migrantes judíos recién llegados de Europa.

Se reunían en Tacuba 15, llamado “El Palacio de Mármol”, centro comunitario cultural , donde el teatro era central, fundado en 1922, que contaba con una biblioteca de 3 000 ejemplares”.

“Mi hermano me comentó que Morris Schwartz, un eminente actor de teatro, buscaba un niño varón para una puesta en escena. Mi hermano luego, luego me preguntó: ¿Te interesa?”

“Me puse una gorra para taparme el pelo… Y salí con Morris Schwartz”.

“ Me impactó trabajar con una figura como Shwartz, todo un profesional, oportunidad única en la vida…”

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“De Cuernavaca, mi familia emigró a la capital en busca de una educación judía para mí y mis hermanos: Naftole, Alte, Abraham, Benjamín y Noemí. Urgía que
aprendiéramos las letras idish ( idioma del judío europeo, mezcla de alemán, hebreo, palabras greco-latinas y préstamo de lenguas eslavas, como ruso y polaco). Lo primero que aprendimos –lo recuerdo bien- fue Oifn pripetchik –o sea, en La chimenea (“El hogar”) canción que dice: “Oifn pripetchik brent a fayerl un in shtuv is heis un der rebe lernt kleine kinderlaj kometz, alef, o…”. O sea: “En la chimenea, el fuego, y en el hogar impera el calor. El maestro enseña a los pequeños: kometz, alef, o”…Las letras del alfabeto hebreo…”

“Mis padres me inscribieron en el colegio Yavne. En la fiesta de fin de año, como
parte del programa se representó una obra de teatro. Dirigían los Guelber, un
matrimonio de actores venidos de Europa”.

“Yo salía con una patchelke, una pañoleta en la cabeza. La obra trataba de la
vida en el gueto. Me impresionó tanto muerto… Tenía que decir: “Meisim,
meisem on a hore” (“muertos , muertos sin fin…”)…Pedí que me explicaran mi parlamento. Se me ordenó: “Du dzog un shoin” “Repite y ya…” Por supuesto que no me conformé… Repetir sin entender, no era para mí. Tenía alrededor de diez años…

Jamás abandoné el teatro ni, el teatro me abandonó. De las forshtelunguen* de la
escuela, había tan sólo un paso para el teatro del Centro Deportivo Israelita, donde un grupo de artistas no profesionales representaban obras en español, como Prohibido suicidarse en primavera. El que sería mi marido, Isia (Isaac)
Lerner, tuvo un “gran papel”. Metido en un impermeable, daba tres pasos, volteaba la cabeza, miraba con ojos amenazadores y disparaba. Esa fue toda su
actuación”.

Al poco tiempo, se optó por el teatro en idish, con obras como Grine Velder (Bosques verdes), El Dibuk (escrito por Ansky); Tevie der Miljiker (de la pluma de Sholem Aleijem, mejor conocida como Violinista en el tejado), entre otras, enriquecidas por un grupo amateur de gran talento, como: Motl Strigler, Abraham Rubinstein, Berke Goldberg, Jack Winer, Musi Grinspan, Fenia Bercovich, Yurek Grinberg, Shulamis Gutman y Sara Rafalin entre otros.

“Tuve la suerte de que, cada vez que viajaba a Nueva-York –uno de los focos más importantes del teatro idish mundial, no menos importante que el teatro idish de Polonia– me llevaban al teatro, un verdadero agasajo, lo que influyó en mi gusto por el teatro, específicamente en la lengua de mis padres, el idish”.

“En México me invitaron a representar en el CDI Tzedzeit un Tzeshpreit, entre otras. En el archivo fotográfico se puede consultar…”

“Sucedió algo que me marcaría como artista. El profesor Harari, eminente actor y director de teatro idish, me invitó a representar Der togbuj fun Ane Frank en español El diario de Ana Frank. La obra en sí es maravillosa…”

“Me dijo Harari: “Du vest dzain Ana”. “Vas a ser Ana”.

“Yo no sabía quién era Ana… Empezamos a ensayar…Fue la locura. Un papel difícil, una obra no muy fácil. En una revista del Centro Deportivo Israelita aparecí
en la portada con un fragmento del diario de Ana en verdad conmovedor, el
leitmotiv de su famosa obra: “A pesar de todo, creo que la gente es buena”.

“Ese día, tenía los ojos llorosos… por un mal entendido entre Harari y yo… Se supone que tenía pesadillas… Para calmarme me ofrecen un vaso de agua… Tenía que gritar… Harari me corregía: “Nein…no, más fuerte…”. Me jalan el pelo y grito”.

“Me lleva el diablo”. Harari, no muy ducho en el español, se ofendió terriblemente… Pensó que lo estaba mandado al demonio…” Fue toda una tragedia…”

Entre paréntesis, el productor de la obra era León Schidlow, el director: Ezra
Harari. Abraham Rubinstein era el Sr. Van Damm. Berke Goldberg, era el dentista, Yurek Grimberg era el Sr Frank, Sara Rafalín representaba a Margoth Frank. Jack Winner salía de Peter.

“Ensayábamos hasta la 1 o 2 de la mañana y al día siguiente, yo daba clases en
el Colegio Yavne. En realidad, fui la primer judía egresada de la Escuela Nacional de Maestros para Jardines de Niños. Por las tardes, estudiaba Trabajo Social en la UNAM. Por aquel entonces, pensaba migrar a Israel.

En el interin, el director de la Yavne, el maestro Shimanovich me dio trabajo en el Kínder y posteriormente en la Primaria.

Tras vivir en un entorno absolutamente judío –familia, escuela, organización
sionista, centro deportivo- conoció un ambiente diferente, al que se adaptó de inmediato. Incluso, lleguó a ser Secretaria de Acción Social y Cultural de la Normal: “A mis compañeras de dicho comité y a mí, se nos ocurrió invitar aCantinflas como padrino de generación. Con suerte, hasta nos regalaría el anillo de graduación. A mí propuesta, contestó: ”Señorita, yo estoy para que me ayuden y no, para ayudar”.

“Era muy serio. Lo vi filmar una vez en los estudios Churubusco”.

“Dejé de hacer Ana Frank…”

“Por azares del destino, la connotada María Teresa Montoya, madre de Alicia y
de Teresa, escuchó hablar de mí y de mi desempeño como Ana Frank. Me invitó
a representar a Ana, obviamente que de manera profesional. Se montó la obra en
el “Jorge Negrete”. Tere y yo nos hicimos muy amigas…La felicitaba por
Navidad y ella, por el Año Nuevo judío. Me enseñó sobre catolicismo y yo, sobre judaísmo…”

“No sabía si mi papá iba a dejarme mover en un círculo no judío. Además, estaba
comprometida y a punto de contraer matrimonio, pero las cosas se fueron dando”.

“Abraham Stavans también fue contratado. Representó a Peter. María Teresa
Montoya y Miguel Manzano, eran los señores Frank. También actuó Miguel
Arenas, entre otros actores”.

“Como dato curioso, una alumna del kínder donde trabajaba, en verdad alta, me
regaló unos zapatos viejos. Lo demás, lo llevé de casa…”

“Una anécdota por demás singular: en una escena –cuando celebrábamos en el
ático la fiesta de Januká o, Fiesta de las Luminarias, por la victoria de los
macabeos sobre los griegos- al cantar y aplaudir al ritmo de “Oi Januke”, quizá
por el movimiento excesivo, voló la carátula de mi reloj, para mí en verdad
valioso. Por suerte, se pudo recuperar”.

“Viendo las cosas en perspectiva, pienso que fue una gran satisfacción, aparte de
lo actoral, haber representado a Ana ante el público de México. A mi modo de
ver, era de suma importancia que se difundiera los acontecido durante el
Holocausto. La prensa nacional dilucidó ampliamente la tragedia; periodistas
renombrados de la época , como Alberto Domingo y Roberto Blanco Moheno- hablaron largo y tendido y de manera muy empática- sobre hechos que muchos
pretendían negar o, acaso, minimizar”.