Es imposible que separe lo biográfico de mi escritura. Siempre incide y hay un retorno, además de curiosidad inmensa de indagar.

Alejandro Tarrab, poeta

Alejandro Tarrab acaba de presentar, acompañado de Paula Abramo y Roberto Cruz Arzabal, su última obra ‘Ensayos malogrados (Resabios sobre la muerte voluntaria)’  en la Casa del Poeta Ramón Velarde.

“Mi parte paterna es judía, la parte materna es católica. El libro tiene que ver más con esta parte de la historia familiar del lado materno, pero obviamente está la presencia de mi padre  y la vinculación con la muerte, que es muy distinta en el judaísmo que en el catolicismo”.

Hace poco, Tarrab “posteó” en Facebook la carta migratoria de su abuelo, el señor Jacobo M. Tarrab nacido en 1910, sirio, israelita, que llegó a México por Veracruz, en 1925; documento que una amiga, Raquel Castro, encontró en los archivos del CDIJUM ( Centro de Documentación e Investigación Judío de México).

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También en Facebook, como portada, una imagen de unos sidurim ( libros de rezo) “Me interesa el Sidur porque lo leía mi abuelo. Me gusta mucho la visión del mundo (del universo, del cuerpo) detrás de ciertos textos. Por ejemplo agradecer en la mañana por las cavidades del cuerpo: nekabim nekabim, halulim halulim…”

“Mi vínculo con mi parte árabe y judía fue cuando era niño. Y me desvinculé. Hace poco retomé esta parte, en el libro también hay una indagación sobre esta relación entre la tierra, el hombre, la sangre y el silencio”.

Hace un año aproximadamente, volviendo a sus raíces, Tarrab empezó a aprender hebreo:

He descubierto palabras que resuenan en mí como si las hubiera sabido de siempre. Un idioma que de pronto fuera como si los trajera en la sangre o en la genética. A lo mejor son palabras que algún día escuché en la boca de mi abuelo, o en la sinagoga pero de pronto lo tengo, y son palabras cotidianas que resuenan muchísimo, que hacen un sentido. Eso y un mundo cultural que se ha abierto con el propio idioma”.

“Este alfabeto maravilloso de consonantes que es interminable y que tiene muchísimos significados y connotaciones. Es como un universo que apenas estoy empezando a tocar . Conforme aprendo el idioma voy escribiendo cosas que a lo mejor algún día constituyan un texto”.

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El tema de  ‘Ensayos malogrados (Resabios sobre la muerte voluntaria)’ es el suicidio:” Toca el tema del suicidio de mi abuela materna. La primera vez que me cuestioné si podría haber una casta de suicidas, fue cuando vi una fotografía de David Wognarovitz; en este single había una portada dorada de varios búfalos cayendo al abismo”.

“El tabú del suicida y al suicidio en las dos partes de mi familia fue absoluto. Lo que rodeaba esta escena de la que fui testigo era un silencio rotundo. El libro intenta romper este silencio y tabú alrededor de la figura del suicida. Es muy difícil hablar de frente a este tipo de muertos, y conectarte con sus motivos, pulsiones, sentimientos y fuerza, es complicado”.

Con este libro y el anterior que es Caída de búfalos sin nombre, el autor intenta reconectarse con su familia y con el tema del suicidio: “Me parece que es un tema que va más allá de la religión, un tema que no alcanzamos a comprender. Hashem da la vida, y como es posible que uno se la quite. Va en contra de la naturaleza y de pronto decidir hacerlo es muy difícil. Me parece que, más que un tema religioso, es un tema humano, que cuesta trabajo comprender. Cómo hay personas que luchan por tener vida y hay personas que usan esa fuerza para quitársela. Pero creo que es necesario tratar de conectarse con esa fuerza, que no es destructora”.

Agradecemos a Yael Weiss, también poeta, el haber entrevistado a Alejandro Tarrab para Enlace Judío.

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 Ahorcarse reiteradamente

Cortesía de Cuadrivio y del diario Excelsior, presentamos aquí uno de los poemas del extraordinario libro ‘Ensayos malogrados (Resabios sobre la muerte voluntaria)’ de Alejandro Tarrab.

El suicida no es bienvenido en el espacio de lo sagrado. Su cuerpo no debe, bajo ningún motivo, descansar. Su alma no debe liberarse. Habrá que arrancarle la mano a ese cadáver, cercenarlo, arrancarle la mano con la que dio el último lance. En la Grecia antigua se hacía esto y la extremidad se enterraba aparte. Lejos.

El cadáver del suicida es un despojo, no debe sacarse por la puerta delantera, habrá que defenestrarlo, trasladarlo boca abajo para que su alma no ascienda y se ahogue. Para ello, se le pueden sacar también los ojos y rellenarle las cavidades con paño oscuro. Mutilar el cuerpo, castigarlo, arrancar la cabeza que formuló ese atentado. Mutilar también el alma, en caso de que haya un alma, de que en este cuerpo-despojo quede algún vestigio de aliento.

El suicida no debe derramar sangre, lo dicta el libro de los Salmos. Si así lo hiciera, la tierra, el polvo adamah, se tornará en un páramo, en un yermo infecundo. Ante una tierra así, mancillada por la violencia, los viajeros perderán la orientación, perderán el sentido.

El cuerpo informe de este abyecto, violento contra sí, deberá abandonarse en un cruce de caminos para desorientar a su espíritu. Sobre su cabeza se colocará una roca de gran peso. Mi deseo es que no regrese. Otra alternativa apunta hacia un estercolero o muladar distante, en cuyo caso el cuerpo deberá arrojarse con los ojos hacia el suelo, siguiendo la unión e intersección de los elementos comunes (teoría de conjuntos): fimus et fimus.

Los suicidas no tienen nombre, lo dictó Luis XIV y se confirmó durante años, ad perpetuam rei memoriam, los suicidas no tienen tierra ni familia, mueren intestados, no tienen bienes, no tienen rostro, no tienen lengua ni designio, jamás los tuvieron. Sus familiares, al menos por tres generaciones, serán castigados, vejados. Deberán olvidarlo todo.

Los habitantes del lugar en donde alguna vez vivió este proscrito deberán ver y escarmentar. Para ello se les mostrará en la plaza pública la cabeza del suicida ensartada en un garfio, el suicida colgado de cabeza, el suicida ahorcado reiteradamente: colgar al insano que abrió con fuego su cabeza, colgar al ahogado, al loco, al hinchado por veneno o por agua, colgar al enajenado, al despeñado, penderlo, colgar al ahorcado una y otra vez con saña, tirar de esa cuerda.

Niños y ancianos, todos, deberán humillar este cuerpo suspendido y olvidar continuamente su nombre. Sobre todo eso, relegar su nombre el mismo número de veces que cuelgan su cuerpo. El muerto no es suyo. Que no permanezca, mi deseo es que no regrese, que no trascienda.

El suicida no es bienvenido en el espacio de lo humano, el suicida es un malogrado. Fimus ad perpetuam. El suicida no es ni deberá nunca, bajo ningún motivo dictado por lo humano o por alguna/cierta fuerza desconocida, oscura o celeste, real o imaginaria, ser.

Alejandro Tarrab (Ciudad de México, 1972). Poeta y ensayista. Ha publicado los siguientes libros: Siete Cantáridas (2001); Centauros (2001); Litane (2006); Degenerativa (Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen, 2009); Caída del búfalo sin nombre. Ensayo sobre el suicidio (2015), y Ensayos malogrados. Resabios sobre la muerte voluntaria (2016). Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al portugués, al francés, al checo y al serbio.