PABLO MUÑOZ

Buscan personas débiles mentalmente para usarlas en actos de terrorismo salvaje.

Drogadicto

Los expertos españoles en la lucha antiterrorista tienen conocimiento de que toxicómanos sin ninguna relación previa con el Islam han sido captados para el ISIS y, al menos en uno de los casos, invitados a «colocarse» nada más llegar a Siria para, a continuación, ser pertrechados con un cinturón de explosivos y reventados en un atentado antes de que pasaran dos horas. Un viaje «directo al paraíso». La obligada discreción impide dar nombres, siquiera fechar o situar dónde se produjo la radicalización, en este caso muy rápida, puesto que todo el proceso solo llevó «de dos a tres meses».

El empleo de toxicómanos por el islamismo fundamentalista para cometer los actos de terror más salvajes no es nuevo. En septiembre de 2014 se documentó el reclutamiento por parte del ISIS de más de un centenar de jóvenes adictos en Hacibayram, uno de los barrios más pobres de Ankara, la capital turca, y el diario New York Times dio cuenta del testimonio de uno de los captados, de nombre ficticio Can y de 27 años, que narró una experiencia casi alucinógena.

«Cuando peleas allí, es como estar en trance. –describió– Todos gritan “Dios es el más grande”, lo que te da una fuerza divina para matar al enemigo sin que te impacte la sangre ni las tripas reventadas». Aquellas, dijo, habían sido sus sensaciones tras haber conseguido ser asignado a una unidad de combate en Raqqa tras solo 15 días de entrenamiento, en los que quemó a un hombre vivo y mató a otros dos en una ejecución pública.

 Inducidos al suicidio

Un jefe local de Hacibayram aseguró que todo había comenzado cuando «un extranjero con una larga barba» empezó a aparecer por allí. «Lo siguiente que supimos es que todos los toxicómanos empezaron a ir a la mezquita». En los casos detectados en España, el reclutamiento de muyahidines se está produciendo fundamentalmente por el canal a través del que se recluta al 90% de los yihadistas, Internet, y supone un escalón más en la estrategia del ISIS de intentar captar a individuos lo más vulnerables posible. Un poco más cada vez: mujeres, –15 en España el año pasado– menores, también personas con discapacidad, toxicómanos…

Las fuentes de la lucha contraterrorista a las que ha tenido acceso ABC recuerdan que los radicalizados comparten siempre un denominador, más allá del prototipo –que no siempre se cumple–, que remite a su extracción social marginal. Se trata de su común «inadaptación» a un entorno determinado, que se vuelve para ellos más hostil a medida que se van identificando con la doctrina del extremismo.

«Pescan en todos los ríos donde hay peces», resume tirando de metáfora uno de los expertos, que recuerda que el Daesh necesita «gente dispuesta a morir» para cumplir su objetivo de «doblegar la voluntad de Occidente». Y conseguir que alguien acceda a ello «no es fácil», por lo que no dudan en contar con personas «no sólidas psicológicamente», sin reparos «a mayores dosis de violencia». O dicho de otro modo, la organización del Estado Islámico se interesa por individuos «con rasgos que permitan hacer pensar a los reclutadores que pueden ser inducidos a suicidarse».

En busca de una identidad

Ese recurso a personas con «falta de madurez» o en situación de «desprevención» por sus carencias intelectuales, económicas o psicológicas, explica que en España las Fuerzas de Seguridad hayan detectado la inmersión en procesos de radicalización de sujetos con «recorridos muy largos» en busca «de una identidad política o religiosa, o una mezcla de ellas». «Los hay que han pasado por la extrema izquierda, el ultracatolicismo, el budismo, o también por las bandas latinas», insisten las fuentes consultadas.

Esa inadaptación que aprovecha el ISIS está entre los factores que explican, en muchos casos, el abuso de las drogas, que a su vez conlleva una debilidad extra: la dependencia, utilizada por la organización para fidelizar a esos hombres dispuestos a cualquier cosa en nombre del Islam, aunque jamás hayan mostrado antes sentimiento religioso alguno. La «conversión» significa a menudo, para ellos, una forma de escapar de esas vidas desviadas y sobre todo, la promesa de algo que nadie más les puede proporcionar: el perdón. El atractivo del mensaje es, por tanto, máximo, pues entraña la idea de que no importa lo que se haya hecho antes, puesto que la muerte en la yihad supone el viaje directo al paraíso.

Euforia

El profesor Franklin Lamb, visitante en la Facultad de Derecho de Damasco, reflejó en 2014 relatos recogidos en Latakia, Siria, en los que adversarios del Daesh aseguraban que muchos de los yihadistas sujetos a las filas de esa organización o Jabath al Nusra –filial siria de Al-Qaida– «son, de hecho, grandes adictos a drogas duras como la heroína», y que diariamente tenían a su disposición montañas de potentes sustancias conocidas localmente como «batcon» o «zolm», así como opio, cocaína, hachís e importantes dosis de captagon, una anfetamina que provoca una subida de energía y euforia.

El captagon es el estupefaciente que se creyó había sido consumido por los terroristas que perpetraron los atentados de París el 13 de noviembre de 2015, particularmente por los que tirotearon de forma obsesiva a la gente reunida en la sala Bataclán, aunque tal supuesto nunca se confirmó.

Creyentes y criminales

El uso de estas sustancias explicaría la imagen largamente difundida por la propaganda islamista de unos combatientes desafiantes, dotados de una fuerza sobrehumana, que se sienten invencibles y no temen a nada.

El Symbol Intelligence Group, una agencia especializada en el análisis de códigos y rituales que tiene entre sus clientes al Ejército americano o Scotland Yard, ha llegado a la conclusión de que, si el ISIS recurre a personas con estas adicciones, es porque entiende que para avanzar en su expansión necesita dos tipos de guerreros: los «verdaderos creyentes» y los «verdaderos criminales». Tal política, constata este grupo, crea conflictos internos entre los propios combatientes, que el ISIS intenta aplacar convenciéndoles de que la yihad como fin justifica el uso de drogas como medio, por encima de la prohibición sobre su uso que impone el Islam.

Fuente:abc.es