BRUCE MADDY-WEITZMAN
Nadie ha encontrado aún la forma de engranar las identidades comunitaria y cívica en una forma que permita a Líbano sobrevivir y prosperar.

La decisión de Arabia Saudita, a fines de febrero, de rescindir su paquete de ayuda de u$s4, 000 millones de dólares para las fuerzas armadas de Líbano marcó la última ronda en las batallas geopolítica e ideológica en curso entre los saudíes e iraníes que apuntalan muchos de los horrorosos conflictos que están enturbiando el Medio Oriente y remodelando sus contornos. La acción fue un claro mensaje saudí a las fracturadas élites libanesas, que presiden un sistema político disfuncional – que Hezbolá, el satélite de Irán en Líbano, tiene que ser cortado en tamaño, y en el acto.

Cómo iba a lograrse esto sin destrozar al país, dada la posición dominante de Hezbolá, militar y políticamente, fue algo que nadie supo. Y cobró mucha importancia el espectro de un contagio a gran escala de la lucha étnica y religiosa de Siria. El año 1920 marcó la concepción de Líbano como una entidad territorial distinta dentro de la Siria bajo mandato francés. Logrando la independencia en 1943, Líbano constituyó un experimento único para las antiguas tierras árabes otomanas. Fue establecida una “democracia confesional” en la cual el poder fue dividido entre la multitud de grupos étnico-religiosos, liderados por las élites cristiana-maronita y musulmana-suní. Las instituciones estatales centrales quedaron débiles, y el dejar hacer económico y una fuerte orientación hacia Francia y el Occidente aseguraron un grado de liberalismo y dinamismo sin precedentes en la región.

Al mismo tiempo, fue acordado que Líbano tendría una “cara árabe”, o sea, no adoptaría ninguna política que sería enemiga de los intereses colectivos árabes, y especialmente sirios. Lamentablemente, esta república precaria nunca ha sido capaz de aislarse lo suficiente de los conflictos y crisis más allá de sus fronteras: el conflicto árabe-israelí, las rivalidades intra-árabes y, durante los últimos 20 años, especialmente, la penetración de la República Islámica de Irán en el Mediterráneo oriental. Todos estos acontecimientos interactuaron y exacerbaron las fisuras internas. En el fondo, los frágiles acuerdos de reparto de poder que habían sido elaborados a la creación estuvieron basados en congelar el perfil demográfico y socioeconómico de 1932, cuando las comunidades cristianas todavía constituían colectivamente una mayoría de la población. Tasas de natalidad más bajas y tasas de emigración más elevadas resultaron en que los cristianos perdieran su primacía numérica. A los refugiados (suníes) palestinos (100,000 en 1948, 300,000 a 400,000 para mediados de la década de 1970) no se les pudo acordar derechos, debido a temores de alterar el equilibrio demográfico. Y, comenzando a fines de la década de 1970, los chiíes de Líbano, ahora el único grupo confesional más grande en el país, surgieron de su existencia semi-feudal desvalida para exigir su propia parte de la torta.

A medida que el estado libanés se fracturó durante una sangrienta guerra civil (1975-89) y rondas superpuestas de violencia árabe-israelí, Hezbolá, apoyado por Irán y Siria, surgió como la expresión central del poder chií. En el verano del 2006, el daño causado al Líbano por la guerra entre Israel y Hezbolá fue adjudicado por muchos en Líbano y en el mundo árabe suní a Irán. Una década después, la división suní-chií/saudí-iraní sólo se ha profundizado, con consecuencias nocivas para Líbano. Las últimas acciones saudíes fueron provocadas por el saqueo de la embajada saudí en Teherán, en enero, luego de la ejecución saudí de un clérigo chií disidente. Una resolución consiguiente patrocinada por los saudíes contra Irán en la Liga Árabe no fue respaldada por el ministro del exterior de Líbano, enfureciendo a Riad, y llevando a la suspensión de la ayuda. El 2 de marzo, los estados del Golfo liderados por los saudíes y una mayoría de ministros del interior árabes nombraron “organización terrorista” a Hezbolá, y la prensa libanesa especuló acerca de una variedad de duras sanciones económicas y políticas que podrían imponer los saudíes.

Cargando aún más las cosas está el hecho que el sistema político de Líbano no ha estado así de fracturado en décadas ‒ ha estado sin un presidente desde mayo del 2014, y está a punto de expirar el mandato del parlamento actual, el organismo que selecciona al presidente. El parlamento mismo ha estado mayormente en receso, debido a un desacuerdo fundamental sobre su rol en la ausencia de un presidente, y sobre los términos de un proyecto de ley electoral. Sin un presidente, las decisiones del gabinete deben ser unánimes, dando así a cada uno de los 24 miembros, muchos de ellos alineados con Hezbolá, poder de veto sobre todas las decisiones. Líbano actualmente alberga a 1.3 millones de refugiados sirios, y más del 50% de su población de seis millones (sólo cuatro de los cuales son ciudadanos) están necesitados de algún tipo de ayuda. La entrega de servicios básicos – electricidad, agua, recolección de basura – es seriamente deficiente; una crisis de la basura de ocho meses de duración, en la cual se acumularon montañas de residuos, provocó manifestaciones masivas sin precedentes por parte de un público enfurecido bajo la bandera “Tú Apestas.” La toma de las calles destacó la vitalidad y energía que existen todavía en la sociedad civil de Líbano. Pero nadie ha encontrado aún la forma de engranar las identidades comunitaria y cívica en una forma que permita a Líbano sobrevivir y prosperar frente al torbellino de fuerzas centrífugas dentro y más allá de sus fronteras.

El autor es miembro investigador principal en el Centro Moshe Dayan para Estudios Meso-orientales y Africanos, Universidad de Tel Aviv.

Fuente: Jerusalem Report
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México