RACHEL SHARANSKY DANZIGER

Una vez, una joven moabita se casó con un hombre de Judea. El hombre murió, y la chica decidió volver con su suegra a Belén. “No tengo nada que ofrecer”, dijo la suegra, ” vuelve a Moab.” Pero la chica se negó. “Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios”, dijo, y siguió su camino.

Ruth caminó hasta Belén, entró a los campos de Boaz y formó parte de nuestra historia nacional a través de su bisnieto David. Ruth entra en nuestras vidas cada año en Shavuot, con ecos de devoción y amor.

Pero, al mismo tiempo, parece haber salido de su propia historia.

Noté su desaparición cuando era una joven estudiante de artes liberales, tras mi primera clase sobre teoría feminista. “Me encanta Ruth,” decía entonces. “Ella es un gran modelo femenino, que dejó atrás su pueblo y su familia, e insistió en forjar su propio destino.”

Pero al volver a leer el libro de Ruth ese año, mi entusiasmo se apagó. La valiente joven moabita seguía luchando en el segundo, tomó la iniciativa y recogió la cebada en el campo de un desconocido. Pero en el tercer capítulo algo cambió.

En un principio el cambio fue sutil: Ruth deja de tomar la iniciativa. Noemí, su suegra, idea un plan para ayudar a la joven. Le indica asearse y acostarse a los pies de Boaz para ganarse su favor. Noemí esperaba que como pariente masculino de su marido, Boaz se casara con Ruth para continuar la descendencia familiar.

Esta idea en sí no le resta independencia a Ruth: aceptar un buen consejo no es lo mismo que la sumisión total. Pero Ruth hizo más que aceptar una sugerencia. Ella renunció a su libre albedrío consciente, abierta, e incondicionalmente: “haré todo lo que me mandes.”

El cumplimiento de las instrucciones de Noemí fue la última participación activa de Ruth en el curso de los acontecimientos. Cuando su suegra le pregunta a la mañana siguiente “¿quién eres tú, hija mía?”, ella le “revela todo lo que el hombre había hecho con ella” Y, en efecto, a partir de este momento, se le hacen cosas y se habla de ella, mientras que permanece en silencio. Los ancianos intervienen. Otro pariente masculino renuncia a su posible reclamo sobre ella. Boaz declara que la ha “adquirido”, la toma por esposa y la embaraza, protegiendo así la descendencia familiar. En todo este proceso, Ruth no dice una palabra.

Cuando da a luz, su acto desaparición se acrecienta. Las mujeres de los barrios vienen a celebrar el nacimiento, pero no felicitan a Ruth. Ni siquiera la mencionan por su nombre. “Le ha nacido un hijo a Noemí,” exclaman, mirando al recién nacido de Ruth.

El acto que trajo a Ruth a nuestra historia nacional – dar a luz al abuelo de un rey – no lleva su nombre.

Durante todos esos años, cerré el libro de Ruth ansiosa y triste. De pronto vi a una mujer que perdió su voz y a sí misma. “Porque a dondequiera que vayas, iré yo, y dondequiera que vivas, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios,” expresó Ruth. Donde una vez vi coraje y osadía, ahora sentía un presagio de lo que vendría: la desaparición gradual de Ruth, su lenta inmersión en visiones y palabras de otras personas.

Pero entonces la vida siguió, y mi perspectiva cambió.

Me casé, y aprendí que ser parte de una unidad significa que ya no decido mi futuro sola.

Di a luz, y me di cuenta que si bien la maternidad absorbe muchas metas e intereses individuales, no niega el libre albedrío. Sí, mucho de lo que soy y hago gira en torno a mis hijos actualmente. Sí, ahora me conocen como la madre de mi hijo en lugar de llamarme por mi nombre. Pero lo primero es mi elección, y lo segundo es un honor. La maternidad es una extensión, no una erosión del yo.

Me involucré en diversas causas, y aprendí que la cooperación es la condición del éxito, y en mi opinión, el compromiso es el precio de la cooperación.

En pocas palabras, aprendí la diferencia entre desaparecer y seguir creciendo. A veces, si deseamos crecer más de lo que somos, debemos renunciar a opciones y partes de nuestra individualidad. En esos casos, las partes que faltan no limitan la libertad de expresión; la expresan. Muestran que estamos a cargo de nuestro destino.

Ahora puedo observar otra interpretación del libro de Ruth. Sí, Ruth renunció a su iniciativa cuando ella aceptó el consejo de Noemí incondicionalmente. Sí, el autor del texto omitió su propio nombre hacia el final. Sí, su voz desaparece hacia el final. Pero las otras voces en la historia pueden ser vistas como expresiones de sus propias decisiones valientes.

Ruth optó por dedicarse a Naomi, decidió unirse a la historia nacional judía y seguir nuevas costumbres y caminos. Podemos percibir estas opciones como el comienzo de su desaparición, o como algo completamente distinto. La voz y la visión de Noemí, los planes de Boaz, las voces de los ancianos y las felicitaciones de los vecinos ahogaron la voz de Ruth. Pero tal vez se convirtieron en sus nuevos medios de expresión. Quizás, en lugar de hablar con su propia voz, Ruth habló a través de los eventos que puso en marcha.

Ambas interpretaciones son válidas. En última instancia, nos enfocamos en nuestra elección.

Podemos centrarnos en el hecho de que el nombre de Ruth desaparece hacia el final de la historia, o en el hecho de que se mantiene orgulloso y claro en el título del libro.

Podemos centrarnos en el hecho de que sus vecinos se refieren a su hijo como el de Noemí o recordar que generaciones de judíos han reconocido su nombre, y sabían que David era descendiente de Ruth la moabita.

La elección entre estas interpretaciones es particularmente conmovedor en Shavuot. Hace casi cincuenta días que celebramos nuestra libertad de la esclavitud egipcia. En Shavuot se celebra una nueva forma de atadura, la que hemos aceptado en el Sinaí. La historia de Ruth nos enseña a considerar el vínculo entre este compromiso y nuestro libre albedrío.

¿Acaso nuestra identidad judía, el legado y la práctica son una expresión o una erosión del yo?

¿Crecemos o desaparecemos a través de ellos?

Yo sé cuál es mi respuesta. Puedo sentirme limitada cuando mis valores religiosos rechazan ideas y prácticas que deseo seguir. De igual manera me siento limitada cuando mi hijo está enfermo y no puede ir a la escuela. Pero recuerdo que yo elegí aceptar estas limitaciones. Ellas reflejan el significado de convertirse en algo más que yo, y valen la pena. Mi vida con ellos es más profunda, más feliz e incluso mía.

¿Cual es tu respuesta?

Fuente: The Times of Israel

Traducción: Esti Peled

Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico