BRET STEPHENS

Orlando, Estambul, Dhaka, Bagdad, y una niña de 13 años de edad asesinada mientras dormía.

El terrorismo islámico ha estado en los titulares durante algunas semanas, con 49 estadounidenses abatidos a tiros en Orlando, 45 viajeros asesinados en Estambul, 20 comensales masacrados en Dhaka, y más de 200 iraquíes asesinados en Bagdad.  Ahh!, y algunos colonos israelíes fueron asesinados también. Pero ellos no están del todo en la misma categoría, ¿verdad?

En noviembre, después de las masacres del Estado Islámico en París, John Kerry ofreció algunos pensamientos sobre cómo la atrocidad difería de otras. “Hay algo diferente acerca de lo que sucedió a partir de Charlie Hebdo, y pienso que todos sentirían eso,” dijo él, refiriéndose al ataque en enero del 2015 contra el diario satírico francés.

“Hubo una especie de enfoque particularizado [para el ataque a Hebdo] y quizás incluso una legitimidad en términos de—no una legitimidad, sino una lógica a la que ustedes podrían apegarse en cierta forma y decir, está bien, ellos realmente están enojados por esto y aquello. Este viernes [en París] fue absolutamente indiscriminado. No fue para ofender a un sentido del mal particular. Fue para aterrorizar gente”, dijo.

Los comentarios de Kerry traicionaron nuevamente la falta de pistas de la administración acerca del ISIS, el cual tiene por objetivo aniquilar todo lo que no considera islámico. Comprender su versión takfiri del Islam, con sus declaraciones radicales de apostasía, es esencial para comprender cómo piensa y opera.

Pero no menos reveladora fue la visión de Kerry que no todo el terrorismo es fundamentalmente igual; que algunos actos de terrorismo tienen una lógica “a la que ustedes podrían apegarse.” El comentario es sorprendente no por ser inusual sino por ser otra formulación común de la idea convencional que el terrorismo, como la guerra, es política a través de otros medios. Desde tal visión hay un corto paso para tratar algunos actos de terror como legítimos, o casi.

Lo cual me lleva al caso de Hallel Yaffe Ariel, una niña israelí de 13 años de edad que el jueves fue acuchillada a muerte, mientras dormía, por un intruso de 19 años de edad llamado Mohammad Tra’ayra. Es difícil imaginar algún acto tan malvado o tan cobarde como asesinar a un niño en su sueño. Pero Hallel vivía con su familia en la ciudad israelí cisjordana de Kiryat Arba, lo que la hacía una colona, mientras que Tra’ayra, muerto a tiros en el lugar, llegó desde un poblado palestino cercano.

Lo que le pasó a Hallel le ha pasado a incontables colonos: cinco miembros de la familia Fogel, masacrados en sus camas en el año 2011; los tres muchachos adolescentes que fueron secuestrados y asesinados por Hamas en el año 2014; el rabino que fue tiroteado y asesinado el viernes en un camino en la Margen Occidental mientras manejaba con su esposa y dos hijos. Sin embargo, se supone que sus muertes sean diferentes de las de otras víctimas del terrorismo, ya que ellos eran todos “ocupantes” cuyos crímenes políticos los hicieron cómplices en su propia tragedia. Así es como mucha de la opinión pública global ha tratado durante mucho tiempo al terrorismo cuando el blanco es Israel. Tiene una lógica. Es comprensible, si no justificable. Es problema de Israel, culpa de Israel, y no tiene relación con el resto de nosotros.

Durante muchos años, el gobierno turco de Recep Tayyip Erdogan hizo causa común con Hamas. Los funcionarios israelíes han acusado a Turquía de albergar un centro de mando de Hamas—un punto crucial de discusión en los esfuerzos de Jerusalem para reconciliarse con Ankara—y Erdogan se ha reunido en forma repetida con el líder de Hamas, Khaled Mashal, incluso apenas días antes del ataque del mes pasado al aeropuerto.

El pueblo turco merece simpatía plena por esa atrocidad. Pero no se debe ninguna simpatía a un potentado turco que ha congeniado con terroristas en tanto ellos dirigieran su fuego a Israel o a otros blancos convenientes. Más aún, cuando hasta hace poco la actitud de Erdogan hacia el Estado Islámico emparejaba ambivalencia con indiferencia, por decirlo en forma diplomática.

Lo que se aplica a Turquía se aplica para otras recientes víctimas del terrorismo. Pakistán ha jugado durante mucho tiempo un juego doble con los terroristas, apoyando a grupos que atacan objetivos civiles en Afganistán e India, sólo para quedar en shock cuando los mismos grupos, o sus primos, se volvieron contra la madre patria.

El ex ministro del interior de Arabia Saudita, el fallecido Príncipe Nayef, fue por años el director del Comité Saudí para Apoyar la Intifada Al Aqsa, en cuya capacidad distribuyó millones para “las familias de los mártires.” En noviembre del 2002 él adjudicó a un complot sionista por el 11/S, sólo para desengañarse una vez que al Qaeda comenzó a atacar en forma directa a Arabia Saudita.

O consideren a Bangladesh. En abril, la primer ministra Sheikh Hasina abordó el asesinato de un bloguero laico llamado Nazimuddin Samad—parte de una campaña de asesinatos en la cual han sido asesinados unos 30 laicos en los últimos tres años—preguntando, “Si alguien escribe cosas sucias sobre mi religión, ¿por qué debo tolerarlo?” Ahora su gobierno parece sorprendido de enterarse que el ISIS tiene en su mira a Bangladesh.

Es deprimente pensar que la única forma en que el mundo podría comprender la verdad acerca del terrorismo es tener alguna experiencia con él. Sin embargo, vale la pena explicar que el terrorismo no es la continuación de la política sino la negación de ella, y que el asesinato de una “colona” de 13 años de edad no tiene más lógica que lo que ISIS hizo en Orlando, Estambul y Dhaka. El terrorismo puede ser derrotado, pero sólo una vez que sea aprendida esa lección.

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México