IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – ¿Quiénes son “los nicolaítas”, “los que retienen la doctrina de Balaam”, “Jezabel, que enseña a fornicar”, “los que dicen ser judíos y no lo son, sino sinagoga de Satanás”, y “los que dicen ser apóstoles y no lo son”?

Hay que entender que existen dos respuestas, por lo menos, para esta identificación, porque hay dos fases en la historia del texto.

En la primera fase –la original– alguien en Qumrán quiso referirse a un grupo bien definido; en la segunda –la definitiva y que es la que tenemos en el Nuevo Testamento–, un nuevo autor-editor quiso referirse a otro grupo.

Comencemos por la identificación original. ¿A quiénes se referían los qumranitas al hablar de este grupo (o grupos) de gente tan aparentemente nefasta? Vamos, porque uno no le llama “sinagoga de Satanás” a cualquiera.

Para resolver el entuerto, hay que entender la mentalidad qumranita.

Esta fue una secta apocalíptica en toda la extensión de la palabra. “Apocalipsis” significa “revelación”, y los qumranitas fueron un grupo realmente convencido de que todo su modo de vivir y todo su esquema de creencias había sido “revelado” por D-os al fundador del grupo, un personaje cuya identidad sigue siendo un misterio para los especialistas, pero que en la literatura de la secta es identificado como “el Maestro de Justicia”.

Este singular individuo intentó revolucionar el Judaísmo un poco después de concluir la Guerra Macabea (167-158 AEC). En gran medida, el problema era la restauración del patrimonio escritural judío, debido a los grandes destrozos que los Seléucidas provocaron en Jerusalén antes de ser derrotados. Seguramente, muchas –si no es que todas las– copias de la Torá y de otros libros importantes se perdieron irremediablemente.

Pero no era un problema insoluble: las comunidades fuera de Jerusalén, que no se vieron afectadas por la guerra, conservaban sus propias copias.

Sin embargo, todo parece indicar que se dio un intenso debate sobre cuáles serían “las versiones correctas”, porque los sabios judíos en Babilonia tenían una versión en hebreo (base de la Biblia en el Judaísmo hasta la fecha), mientras que los sabios judíos en Alejandría tenían traducciones al griego que no coincidían del todo con las versiones babilónicas.

Los judíos babilonios insistían en que ellos conservaban el texto antiguo de las Escrituras (el original); los judíos alejandrinos insistían en que su traducción preservaba el texto correcto.

En medio de esta controversia (que analizaremos en otra serie de notas, porque es un tema harto interesante), apareció un líder de la comunidad esenia con una propuesta tan original como sorprendente: él tenía la versión correcta de las Escrituras. ¿Por qué? Porque D-os se las había revelado.

El objetivo de este personaje, según se deduce de textos qumranitas, fue introducir una reforma generalizada, aunque muy probablemente limitada al contexto esenio (que tenía varios grupos distintos) y no a todo el Judaísmo. Sin embargo, es evidente que su proyecto fracasó, fue derrotado y humillado públicamente en lo que bien pudo ser un debate entre líderes esenios, y él y sus seguidores optaron por replegarse al desierto, instalándose en lo que hoy conocemos como Qumrán. Su radicalismo llegó a provocar tantas fricciones con la Casta Sacerdotal de Jerusalén, que un Sumo Sacerdote emprendió una feroz persecución contra este líder estrafalario, sin que tengamos datos precisos para saber si fue asesinado o sólo obligado al exilio.

En la literatura qumranita, este líder exaltado y radical fue llamado “el Maestro de Justicia”, el otro líder esenio que lo confrontó, lo derrotó y lo humilló delante de todos fue llamado “el Hombre de Mentira”, y el Sumo Sacerdote que lo obligó a exiliarse o que lo mandó a eliminar fue llamado “el Sacerdote Impío”. El único de ellos que parece haber sido identificado es este último, el Sacerdote Impío: una buena cantidad de especialistas acepta que pudo tratarse de Juan Hircano, rey y Sumo Sacerdote de Judea entre los años 134 y 104 AEC.

Aislados en el desierto, los qumranitas desarrollaron una visión extremista y catastrofista del mundo. En su perspectiva, todo estaba irremediablemente contaminado y no había más alternativa para su purificación que la devastación total. Sus escritos fueron la base para que, incluso siglos después, la idea popular de “apocalíptico” siga siendo algo así como “el fin del mundo”.

En esta línea de ideas, llegaron a la conclusión de que los demás grupos judíos eran decadentes y, debido a sus prácticas impuras, no eran parte del “verdadero Israel”.

Los más criticados fueron los Saduceos y los Helenistas, vistos como la corrupción total de lo verdaderamente judío. Menos agresivos, aunque no por ello benevolentes, fueron en sus opiniones sobre los Fariseos, a quienes les reconocían su esfuerzo por vivir en pureza, pero acusaban de no ser correcta o suficientemente puros.

Hay un detalle hasta cierto punto desconcertante respecto a esta animadversión de los qumranitas hacia los demás grupos judíos: no se conoce ninguna referencia, mención o incluso crítica contra los seguidores de Jesús de Nazaret. Resulta extraño, porque no cabe duda de que Jesús fue un predicador apocalíptico, y eso debió ponerlo en contacto –no sabemos si favorable o desfavorable– con los radicales qumranitas. En el más amable de los casos, habrían sido cómplices en la misma ideología; en el menos agradable, contrincantes en el objetivo de explicar “la correcta apocalíptica”.

El qumranismo se extinguió durante la primera guerra judeo-romana (años 66-73). Así que sus radicales autores apocalípticos no sólo fueron contemporáneos de Jesús, sino también del apóstol Pablo y de los primeros judeo-cristianos radicados en Jerusalén, que está apenas a unos 40 kilómetros de Qumrán.

Pero aquí sí sucede algo interesante: la posibilidad de que los vestigios qumranitas en el Apocalipsis de Juan demuestren que los escribas de la secta si escribieron algo en contra de los seguidores de Pablo.

Veamos:

1. Apocalipsis 2:2 habla de “los que se dicen ser apóstoles y no lo son”.

Es un hecho que este fue un problema con el que tuvo que lidiar el apóstol Pablo. Según el propio Nuevo Testamento, Pablo no fue un discípulo directo de Jesús, y evidentemente eso provocó que muchos cuestionaran su apostolado: “¿No soy apóstol? ¿No soy libre? ¿No he visto a Jesús el Señor nuestro? ¿No sóis vosotros mi obra en el Señor? Si para otros no soy apóstol, para vosotros ciertamente lo soy…” (I Corintios 9:1-2).

2. Apocalipsis 2:6 habla de “las obras de los Nicolaítas”.

¿Quiénes son los Nicolaítas? Imposible saberlo a ciencia cierta. No existe ningún documento antiguo que nos dé una pista segura. Lo único que tenemos son referencias de los siglos II y III respecto a grupos gnósticos con el mismo nombre, pero sin elementos definitivos para demostrar que se trataría de los mismos que menciona el Apocalipsis.

No teniendo más información que esta, los Nicolaítas habrían sido de tendencias gnósticas y de postura antinomiana (es decir, enemigos de cualquier normatividad moral). ¿Por qué? Porque una perspectiva radical del Gnosticismo propone que el alma es pura pero ajena a lo que haga o deje de hacer el cuerpo. Por lo tanto, la salvación del alma no está determinada –ni para bien ni para mal– en nada de lo que se haga con el cuerpo. Los antinomianos fueron, por lo tanto, partidarios de los excesos.

Nuevamente, estamos ante un problema con el que también tuvo que lidiar el apóstol Pablo: “Se ha sabido que hay entre vosotros fornicación, y fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; a tal extremo que alguno tiene a la mujer de su padre” (I Corintios 5:1).

“Cuando, pues, os reunís vosotros, eso no es comer la Cena del Señor. Al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y mientras uno tiene hambre, otro se embriaga. Pues qué ¿no tenéis casas en que comáis y bebáis? ¿O menospreciáis la iglesia de D-os y avergonzáis a los que no tienen nada?” (I Corintios 11:20-22).

Estos pasajes reflejan dos severos problemas en la iglesia de Corinto: uno, el de un liberalismo sexual incluso más radical que el de los griegos no cristianos; el otro, el hábito de comer y beber en exceso durante lo que se suponía tenían que ser cenas fraternales (con el extra del clasismo: los ricos hacían cenas opíparas y bebían hasta embriagarse, y los pobres se quedaban con hambre).

¿Cómo es posible que un grupo de cristianos mantuviera estas conductas? Antinomianismo: evidentemente, creían que no estaban sujetos a ningún tipo de ley o norma.

3. Apocalipsis 2:14 habla de “los que retienen la doctrina de Bilaam, que enseñaba a Balak a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación”.

Según el relato de la Torá, (Números, capítulos 22-24) el rey cananeo Balak contrató al profeta Bilaam para maldecir a Israel. Sin embargo, D-os ordenó a Bilaam bendecir y no maldecir. Sin embargo, cuando las tropas de Josué conquistaron ese territorio, Bilaam murió (Josué 13:22). ¿Por qué? Según la tradición judía –evidentemente retomada en este párrafo del Apocalipsis–, Bilaam se rehusó a maldecir a Israel, pero enseñó a Balak que el modo de debilitarlo sería corrompiéndolos. Aquí se menciona específicamente que por medio de la fornicación y de comer carne sacrificada a los ídolos.

Ya vimos en el punto anterior un pasaje donde los seguidores de Pablo se muestran como fornicarios extremos. ¿Existe algo similar respecto a comer lo sacrificado a los ídolos? Sí: “De todo lo que se vende en la carnicería, comed sin preguntar nada por motivos de conciencia, porque del Señor es la tierra y todo cuanto en ella hay. Si algún incrédulo os invita, y queréis ir, de todo lo que se os ponga delante comed, sin preguntar nada por motivos de conciencia. Pero si alguien os dice: Esto fue sacrificado a los ídolos, no lo comáis, por causa de aquel que lo declaró y por motivos de conciencia, porquee del Señor es la tierra y cuanto en ella hay. Me refiero a la conciencia del otro, no a la tuya, pues ¿por qué se ha de juzgar mi libertad por la conciencia de otro? Y si yo con agradecimiento participo, ¿por qué he de ser censurado por aquello por lo cual doy gracias?” (I Corintios 10:25-30).

Nótese lo complejo del discurso: en la antigüedad, mucha carne de los animales sacrificados a los dioses helénicos luego era vendida en las carnicerías. Por ello, se podía incurrir en “comer de lo sacrificado a los ídolos”.

Pablo es muy pragmático con ello: los ídolos no son nada y, por lo tanto, la carne no es mala por sí misma. Por lo tanto, si un cristiano come de ella agradenciendo al único y verdadero D-os por el alimento, no hay ningún problema, salvo la mala impresión que pueda causarse en alguien que no es cristiano (por ejemplo, un judío). Entonces, en caso de que al cristiano se le informe que la carne que se sirve previamente fue ofrecida en sacrificio a los ídolos, la recomendación de Pablo es que el cristiano se abstenga. Pero si nadie dice nada, literalmente Pablo apela a la norma de “ojos que no ven, corazón que no siente”, y el cristiano puede comer de lo sacrificado a los ídolos sin ningún problema.

4. Apocalipsis 2:20 habla de “esa mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseñe y seduzca a mis siervos a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos”.

Es exactamente la misma descripción que encontramos en “la doctrina de Bilaam”. Evidentemente, el autor se refiere al mismo grupo aunque usando nombres simbólicos diferentes.

5. Luego, Apocalipsis 2:24, hablando de este mismo grupo, agrega otra idea: “lo que ellos llaman las profundidades de Satanás”.

Evidentemente, este grupo que predicaba “la doctrina de Bilaam” y de Jezabel, además se consideraba portador de conocimientos ocultos, misteriosos y especiales.

¿Hallamos algo de esto en Pablo? También: “Antes bien, como está escrito: cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que D-os ha preparado para los que le aman. Pero D-os nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudria, aun lo profundo de D-os… pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de D-os, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio, el espiritual juzga todas las cosas, pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (I Corintios 2:9-10, 14-16).

No cabe duda que Pablo estaba convencido de que él y sus seguidores, en tanto seguidores del Cristo, tenían acceso a un conocimiento especial. Incluso lo llama “lo profundo de D-os”, y menciona que nadie más lo puede entender.

6. Apocalipsis 3:9 habla de “los que se dicen ser judíos y no lo son”.

El Nuevo Testamento revela que Pablo tuvo que lidiar mucho con el problema de la identidad judía. Las fricciones más evidentes están relacionadas con la sujeción a la Ley de Moisés y la circuncisión.

“… y he aquí, había allí cierto discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente, pero de padre griego… Quiso Pablo que este fuese con él, y tomándole le circuncidó por causa de los judíos que había en aquellos lugares…” (Hechos 16:1, 3).

¿Por qué tenía Pablo esa fricción con los judíos? Porque él enseñaba una idea muy singular sobre la circuncisión:

“En él también fuistéis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal…” (Colosenses 2:11).

Para Pablo, la verdadera circuncisión era una experiencia espiritual que no estaba determinada por la circuncisión física, característica del Judaísmo.

En un párrafo más agresivo, dice lo siguiente: “Guardaos de los perros, guardaos de los malos obreros, guardaos de los mutiladores del cuerpo. Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a D-os y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne” (Filipenses 3:2-3). Nótese como incluso advierte contra “los que mutilan la carne”, dando con ello a entender que la verdadera circuncisión es espiritual y no se basa “en confiar en la carne”.

¿Quedan dudas sobre la postura de Pablo al respecto? “La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de D-os” (I Corintios 7:19).

En teoría, todo esto no debía causar problemas con los judíos, porque es muy claro que el ministerio de Pablo estaba enfocado hacia los no judíos. Sin embargo, las ideas de Pablo al respecto tampoco eran muy convencionales. En Romanos 11:11-24, Pablo hace una analogía refiriéndose a Israel como un olivo cuyas ramas naturales han sido desgajadas por no aceptar a Jesús como Mesías. Y en el versículo 17, a los creyentes no judíos les dice esto: “Si algunas de las ramas fueron desgajadas y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes…”. Es una idea muy clara: los que ahora están vinculados a Israel son los gentiles, no los propios israelitas.

O, por usar el idioma del Apocalipsis, estos gentiles serían “los que dicen ser judíos, pero no lo son”.

¿De qué se trata todo esto?

Lo que muy seguramente fue un texto qumranita, que luego fue usado para elaborar los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis, contiene una fuerte acusación contra un grupo que aparentemente predicaba el antinomianismo (vivir sin normas y, por lo tanto, sin ninguna moral), promovía la fornicación, permitía ingerir comida sacrificada a ídolos, y estaban organizados como “falsas sinagogas” integradas por “falsos judíos”, dirigidos por “falsos apóstoles”.

Es muy probable que se hayan referido a Pablo y sus seguidores (es decir, a los primeros cristianos). Todas las similitudes detectadas en la literatura paulina no pueden ser una mera coincidencia.

Ahora bien: ¿eso significa que Pablo predicaba el antinomianismo, la nula moral, la fornicación, la permisión de comer lo sacrificado a los ídolos y un falso Judaísmo?

No. Es obvio que no. La realidad –y se puede demostrar fácilmente con el Nuevo Testamento– es que Pablo fue un predicador de elevada exigencia ética para sus seguidores.

Lo que hay que entender es que pudo darse una distorsión en todo esto por dos razones: en primer lugar, por la incomprensión de muchos cristianos de las enseñanzas de Pablo; y en segundo, por la facilidad con la que los qumranitas exageraban las cosas.

Empecemos con la primera: muchos cristianos se pudieron confundir con frases como “pero ahora estamos libres de la Ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos…” (Romanos 7:6). Allí, aparentemente, se está predicando el antinomianismo. Luego entonces, si no hay ley, uno puede hacer lo que quiera.

Pero sería injusto limitar el mensaje de Pablo a eso. En realidad, también dijo esto: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:1).

Cualquiera que lea las epístolas de Pablo completas podrá comprobar que están llenas de valores éticos y morales, todos ellos de un valor universal que cualquier persona, sin importar la religión que practique, puede entender y validar. Entonces, el problema no era la enseñanza de Pablo. En el caso concreto de la iglesia de Corinto –que conocemos porque Pablo le dedicó varias páginas–, podemos deducir que si hubo cristianos que llegaron a una postura antinomianista, fue por su propia incomprensión de lo que se les había enseñado.

Y a eso hay que agregar el radicalismo qumranita. Es un hecho que esta secta no fue, precisamente, la más objetiva ni conectada con la realidad. Más bien, casi todas sus opiniones eran estrambóticas, exageradas e irreales, situación derivada de su convicción de que D-os “les revelaba las cosas”.

Por ello sabemos que incluso sus quejas contra los Saduceos, los Helenistas y los Fariseos estaban bastante fuera de toda objetividad posible, y estaban más bien motivadas por su postura fundamentalista e intransigente.

Entonces, si ellos ya tenían una predisposición a ver mal todo lo que no fuera qumranita, dicha mala opinión podía exagerarse hasta lo absurdo si además tenían conocimiento de los excesos en los que caían muchos seguidores de Pablo, aún en abierta desobediencia a lo que les enseñaba su maestro.

Una especie de teléfono descompuesto.

¿Significa todo esto que el Apocalipsis dice que el grupo de seguidores de Pablo es la “sinagoga de Satanás”?

Por supuesto que no.

Significa que un grupo de qumranitas, fieles a su estilo radical, poco o nada objetivo e intolerante en exceso, tuvo una pésima opinión de Pablo y sus seguidores, y tal vez los acuso de ser lo peor de este mundo: fornicarios, mentirosos, glotones. Irónicamente, esos textos habrían llegado a manos cristianas, y gracias a que el lenguaje apocalíptico era sumamente abigarrado y lleno de simbolismos, estos cristianos no entendieron su verdadero significado.

Los reconstruyeron, los adaptaron y les dieron una nueva interpretación, y eso es lo que tenemos en el Apocalipsis: la nueva versión de estos textos, con objetivos muy diferentes y contenidos que en casi nada se parecen a las exageraciones de Qumrán.

Repito: es irónico. Textos qumranitas que pudiron ser una fuerte y durísima crítica contra los primeros cristianos, fueron transformados en un nuevo texto, cristiano, donde además afloró acaso el primer gran trabajo teológico netamente disociado del Judaísmo donde, se supone, se originó el Cristianismo.

En la próxima nota, comenzaremos la revisión de la pretendida “visión” apocalíptica para ver cómo los autores de la versión definitiva del texto elaboraron una verdadera obra maestra de la literatura cristiana primitiva.