JOSE ÁNGEL GONZÁLEZ

El Museo Metropolitano de Nueva York anuncia una ambiciosa exposición sobre los 400 años en que la ciudad acogía a ‘todas las personas bajo el cielo’. Es la primera vez que se intentan reconstruir la cultura y la estética que enriquecieron a la sede de las tres grandes religiones monoteistas.

Pocas ciudades de tan pequeña extensión —algo más de 125 kilómetros cuadrados, seis veces menos que Madrid y la mitad de la isla de Manhattan— han provocado tanta pasión, fervor místico, apasionados debates, sangrientas matanzas y polémicas que parecen infinitas—. Jerusalén, etimológicamente La Santa en árabe y Ciudad de Paz en hebreo, no solamente es una de las ciudades más antiguas del mundo, sino el único centro sagrado que comparten las tres grandes religiones monoteístas, el judaísmo, el cristianismo y el islam.

El Museo Metropolitano de Nueva York (MET) aborda una iniciativa inédita: la reconstrucción de la cultura y la estética que enriquecieron a la ciudad entre los años 1000 y 1400, una de las épocas de mayor prosperidad del lugar, cuando se decía que acogía a “todas las personas bajo el cielo” no para implicar origen religioso sino geográfico. Durante el periodo, Jerusalén era un centro turístico donde se podían encontrar personas nórdicas y etíopes, un gran centro comercial de objetos, textiles y joyas traídas desde la India y, finalmente, un crisol de peregrinos, estudiosos y académicos.

‘Preocupación casi universal’ Jerusalem 1000–1400: Every People Under Heaven (Jerusalén 1000—1400: Toda persona bajo el cielo) busca reconstruir cómo la “preocupación casi universal, por la ciudad” cimentó, pese a la inestabilidad provocada por las Cruzadas (1099—1291), uno de los periodos más creativos de la historia y jugó un “papel clave” en la cultura medieval. La exposición, una de las grandes ofertas del museo neoyoquino para la temporada de otoño-invierno, se celebrará entre el 26 de septiembre y el 8 de enero de 2017. “En estos siglos, Jerusalén era el hogar de más culturas, religiones y lenguas que nunca se había conocido”, dicen los organizadores. “Tanto en los tiempos de paz como de guerra, la ciudad siguió siendo una fuente constante de inspiración que dio como resultado un arte de gran belleza y complejidad fascinante”, añaden desde el museo, desde el que hacen hincapié en el carácter inédito de la exposición, un evento de alto esfuerzo, con 200 objetos cedidos por 60 centros prestamistas de varios países. ‘Fuente excepcional de inspiración artística’ La exposición examinará seis factores específicos que hicieron de Jerusalén medieval una “fuente excepcional de inspiración artística”. Los tres primeros son el pulso del comercio y el turismo; la diversidad de los pueblos que habitaban la pequeña ciudad —entre ellos persas, turcos, griegos, sirios, armenios, georgianos, etíopes, indios y europeos—, y el “aire de santidad”, con revelaciones tan singulares como la confusión de los mapas medievales, que muestran a los cristianos entendiendo la Cúpula de la Roca y la Mezquita de Al-Aqsa, lugares santos musulmanes en la actualidad, como ubicaciones de santuarios judíos: el antiguo templo y el palacio de Salomón, respectivamente.

El segundo trío de factores son las “guerras santas”, que pusieron en pie ejércitos y países para hacerse dueños del enclave urbano; lo que el MET llama “la generosidad de los clientes”, donde se presentan donativos como el de Melisenda, la reina de los francos-armenio, que entregó un un célebre salterio a las iglesias, y la promesa de eternidad común al judaísmo, el cristianismo y el islam, que consideran que Jerusalén se sitúa en las puertas del cielo. Los jerosolimitanos preferían ropas de India y China Entre los objetos más notables de la muestra destacan joyas y textiles traídos de China y la India porque eran los vestidos preferidos por los jerosolimitanos —gentilicio de los vecinos de la ciudad—, que mostraban también un carácter abierto, mundano y tolerante en el aspecto personal; joyas musulmanas que formaban parte del ajuar de novias judías; ejemplares de libros cristianos del Evangelio en árabe, griego, armenio y siríaco; una Biblia samaritana en una escritura hebrea particular y el libro bíblico de los Reyes en Ge’ez, el idioma de Etiopía, entregado como regalo por el rey del pueblo africano a su comunidad en Jerusalén.

Se exhiben también cinco capiteles esculpidos de la Iglesia de la Anunciación en Nazaret pertenecientes a la Comunidad Franciscana de Jerusalén. Estas obras, impecablemente conservadas, no fueron descubiertas hasta principios del siglo XX, y demuestran la habilidad y la imaginación de los escultores y la relación dramática entre la fe y el arte durante el breve pero excepcionalmente fértil período cruzado —la basílica contiene advocaciones marianas llevadas por cruzados españoles, entre ellas la Virgen de Montserrat y la de Guadalupe. El conjunto nunca antes había abandonado Nazaret. La ‘guerra santa’ cristiana y la ‘jihad’ islámica, la intensificación de la cruzada tanto en el cristianismo y la jihad en el Islam está presente con piezas artísticas, de especial relevancia en el presente, donde se justifica la guerra santa, presentándola como hermosa y sancionada por Dios. Un manuscrito representa las armas creadas como exquisitas obra de orfebrería para el gran guerrero islámico Saladino, mientras que una efigie esculpida muestra a un noble francés cruzado, vestido con una armadura de combate completa con la que, de morir en combate, entrará en el paraíso.

Completan el catálogo piezas de deslumbrante carpintería metálica de lujo entregadas como dádivas por Al-Màlik an-Nàssir Muhàmmad ibn Qalàwun, el patrón mameluco más importante de Jerusalén, y obras maestras de la iluminación persa que atestiguan el papel clave de la Ciudad Santa en la vida de Mahoma y en la tradición de la fe musulmana, manuscritos hebreos en el que los implementos brillantes del templo simbolizan el anhelo de redención y un imponente cofre de piedras preciosas que representa la Jerusalén Celestial como los cristianos la imaginaban.


Fuente:20minutos.es