El era enteramente judío. Su corazón despertaba por la Tierra Santa, principalmente Jerusalem. 

JACK ENGELHARD

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Franz Kafka siempre estaba un paso adelante. Hasta ahora como en la literatura, él fue el padre del absurdo. Sus héroes son gente alienada del resto de la sociedad. Sus temas se centran en el Hombre a la deriva y en la lucha del individuo contra la burocracia sin sentido. El previó el uso brutal de la maquinaria.

El previó el siglo XX, en otras palabras, y su mente problemática nos habla precisamente tan afiladamente hasta este día. En todos los casos, el inocente no tiene ninguna posibilidad. En “La Colonia Penitenciaria”, Kafka presenta a los funcionarios orgullosos de su aparato construido para infligir dolor indecible contra el hombre condenado.

Pero estamos todos condenados. “Mi principio rector es este”, dice el verdugo, “nunca debe dudarse de la culpa.”

En “El Proceso”, al hombre condenado nunca se le dice por qué fue arrestado o qué hizo mal.

Seguramente, entonces, Kafka imaginó el Holocausto. Kafka murió en 1924 a la edad de 40 años. Sus tres hermanas perecieron en los campos de la muerte de Hitler.

El era enteramente judío. Su corazón despertaba por la Tierra Santa, principalmente Jerusalem.

Kafka nació en Praga, capital de la República Checa de hoy día, y allí escribió su obra que le devengó los laureles (póstumos) como un gran escritor, uno de los más grandes. A su vez, Kafka sólo, más que ningún otro, iluminó a su nación con una antorcha duradera de grandeza.

No puede haber mención a la cultura checa, o a la cultura alemana (el idioma en el cual el escribió), o a la cultura europea, sin nombrar a Franz Kafka. Eso, a pesar de su odio por su propia obra. El quería que fuera toda destruida. Su amigo Max Brod salvó lo que tenemos hoy.

Para Kafka, nunca fue suficientemente buena. El exigía perfección. Sólo él, no el mundo, se veía como un fracaso.

En la habilidad, los escritores todavía están aprendiendo de él; cómo condensar 20 páginas de pensamiento en dos en el espíritu de la Biblia Hebrea, donde aparte de la siembra divina de cada palabra, incluso para la escritura laica el mensaje cortado hasta el hueso es el más poderoso.(Hemingway: “Así es como aprendí a escribir, leyendo la Biblia.”)

Si el término kafkiano (una palabra que no tiene sentido) se ha vuelto muy usado, el hombre mismo, el autor, se alza sobre el canon literario occidental.

En Praga, él es honrado con museos y estatuas. Gratitud por tan noble hijo nativo, podría pensar uno.

¿Quién es entonces Khaled el-Atrash? El es el embajador “palestino” ante Praga. Si, existe tal cosa. Khaled estaba infeliz porque el atlas usado en escuelas a lo largo de la República Checa (correctamente) mostraba a Jerusalem como la capital de Israel. El se quejó al Ministerio de Educación checo. Exigió que Jerusalem sea reemplazada por Tel Aviv.

Jerusalem ha sido santa para los judíos durante miles de años — está en la Biblia y en todos los mapas y libros antiguos — incluso antes que el Rey David la sellara como la capital eterna del estado judío hace unos 3,000 años. Jerusalem (nunca mencionada en forma explícita en el Corán) se volvió deseable para los árabes palestinos sólo después que fue recapturada y reunida por los israelíes en 1967.

Entonces fue una moneda lanzada al aire entre Franz Kafka, el orgullo de Praga, y un terrorista – y el terrorista perdió.

Jerusalem no fue borrada según los deseos del Sr. Khaled. Esto ahora ha sido repensado, pero ese pensamiento nunca debió haber visto la luz del día.

Sólo Kafka podría haber imaginado una traición tan arteramente absurda.

Fuente: Arutz Sheva- Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México