YVETTE ALT MILLER

Comúnmente no se piensa en el “Salvaje Oeste” como hogar de judíos, pero numerosos estadounidenses de ese origen vivieron y dejaron su marca allí. He aquí algunas formas sorprendentes en que los judíos ayudaron a configurar la frontera norteamericana.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, las regiones occidentales de Estados Unidos eran el hogar de miles de judíos. Una encuesta realizada en 1878 por la Unión de Congregaciones Hebreas Estadounidenses —el único censo de su tipo efectuado en aquella época— encontró que en EE.UU vivían 230, 257 judíos, incluyendo 21.465 en 11 estados y territorios del oeste. Algunos expertos piensan que su verdadero número era incluso mayor.

El historiador Mitchell Gelfand, por ejemplo, observa que el estudio ni siquiera incluyó a la incipiente ciudad de Los Angeles, donde vivían 418 judíos. También se omitió el Territorio de Arizona, aunque algunos investigadores estiman que miles de judíos vivían entre Tucson, Phoenix, Tombstone y otros pueblos en aquella época.

Una indicación del número de judíos en el “Salvaje Oeste” proviene del médico John Eisner, un mohel que inmigró desde Austria y viajó a caballo para realizar el Brit Milá a bebés judíos en Colorado, Nuevo México, Wyoming y Nebraska entre 1887 y 1905. En total, Eisner efectuó 169 circuncisiones en ese período.

La novía judía y el Camino de Santa Fe Después de que la neoyorquina Flora Langerman se casó con el pionero de origen judío alemán Willie Spiegelberg en 1874, pasaron su luna de miel viajando por el llamado Camino de Santa Fe hacia su próximo hogar en Nuevo México. Flora registró sus experiencias, que constituyen un testimonio único del “Salvaje Oeste”. En aquellos tiempos, los ferrocarriles llegaban solo hasta el pueblo de Las Ánimas. Desde allí, Flora y Willie viajarían en diligencias. Al llegar a Las Ánimas, Flora quedó desconcertada cuando, mientras se registraban en el hotel del pueblo, “unos doscientos vaqueros que regresaban de arrear ganado y estaban, naturalmente, armados hasta los dientes, se pusieron de pie al unísono y, quitándose los sombreros, vociferaron felicitaciones y me vitorearon hasta que la techumbre se estremeció. ‘¡Hola, dama, es un placer verla!’, gritaban; y así era realmente, pues yo era la primera mujer que veían en meses”. Flora se acostumbró pronto a la vida en Santa Fe, y estableció una escuela judía en su casa para los ocho niños judíos del pueblo. Willie Spiegelberg fue electo como primer alcalde de Santa Fe en 1884, cargo que ocupó durante dos años.

Liberando esclavos y adoptando indios

En sus memorias*, Flora describe un incidente de la vida de su cuñada, Betty Spiegelberg, una de las pocas mujeres europeas (y la única judía) que vivía en Santa Fe durante la Guerra Civil.

Una mañana, Betty escuchó que una mujer gemía y lloraba bajo la ventana de su dormitorio. Resultó ser una esclava llamada Emily, que había sido secuestrada por soldados confederados. Betty la hizo entrar en su cocina, “la lavó y alimentó, le dio ropa limpia y la envió a un médico”. Los Spiegelberg compraron la libertad de Emily, así como la de otra esclava secuestrada de la misma plantación, y luego les dieron empleo como trabajadoras asalariadas durante los siguientes 30 años.

Poco después, los Spiegelberg ayudaron a otros cautivos de los confederados: un niño y su hermana que eran nativos norteamericanos; Betty y su esposo los adoptaron y criaron como a sus propios hijos.

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Un judío entre los sioux

Durante la década de 1860, el mercader judío Julius Meyer comerciaba con las tribus indias en lo que hoy es Nebraska. Al parecer, mientras estaba cazando búfalos en 1867, Meyer fue capturado por unos sioux; vivió entre ellos durante varios años, aprendiendo su idioma además de otras cinco lenguas indígenas.

Meyer era conocido como “Jefe blanco de cabello rizado con una sola lengua” (“una sola lengua” se refería a su honestidad). Eventualmente trabajó como intérprete entre los nativos americanos y el Congreso de Estados Unidos.

*Las memorias de Flora Spiegelberg aparecen en A Quilt of Words: Women’s Diaries, Letters and Original Accounts of Life in the Southwest, 1860-1960 (“Una colcha de palabras: diarios de mujeres, cartas y reportes originales de la vida en el suroeste, 1860-1960”), editado por Sharon Niederman. Johnson Books, Boulder, Colorado, 1988.

El jefe indio judío

Otros muchos mercaderes judíos establecieron fuertes vínculos con las tribus locales y aprendieron sus idiomas.

Moses Baruj, propietario de una droguería en Pendleton, Oregon, era conocido en todo el estado por su fuerte amistad con la tribu de los umatilla, para quienes actuaba como asesor e intérprete. Por su parte, Wolf Kalisher, de Los Angeles, estaba muy vinculado a la tribu temecula y era asistente de su jefe, Olegario. Pero Salomón Bibo llevó su amistad con los indígenas más allá, llegando a convertirse él mismo en jefe.

Bibo nació en Alemania, en una familia judía tradicional; su padre era cantor en la sinagoga. En 1869, Salomón y sus hermanos partieron hacia el Nuevo Mundo y se establecieron en Santa Fe. Él empezó a comerciar con la tribu acoma, y llegó a compenetrarse tanto que la representó en disputas sobre propiedades ante el gobierno federal. Se casó con una mujer acoma, y fue electo líder de la tribu en 1885.

En su papel de jefe, Bibo introdujo varias reformas: persuadió a los acoma a establecerse en un lugar más conveniente, introdujo métodos agrícolas modernos y creó una escuela.

Tras abandonar su cargo de jefe indio, Salomón Bibo se mudó con su familia a San Francisco para poder proporcionar una educación judía a sus hijos.

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Inventando los blue jeans

Cuando se descubrió oro en California en 1848 y se inició la llamada “fiebre del oro”, aventureros de todo el mundo llegaron en masa a ese estado. Loeb Strauss, un inmigrante judío alemán, dejó el negocio de ropa de su familia en Nueva York para viajar a San Francisco en 1853, con el fin de vender suministros a los mineros.

Loeb, quien eventualmente cambió su nombre a Levi, fundó un establecimiento llamado Levi Strauss & Co.; allí vendía todo lo que los mineros necesitaban, como indumentaria, tiendas de campaña y herramientas. En 1872 uno de sus clientes, un sastre de Reno (Nevada) llamado Jacob Davis, le escribió describiendo un método original de reforzar los pantalones con remaches de metal. Los dos registraron juntos una patente, y comenzaron a fabricar pantalones resistentes de algodón, reforzados con remaches de cobre en los puntos que requerían mayor resistencia: los primeros blue jeans.

Durante años, los blue jeans fueron considerados una vestimenta para jornaleros del oeste, hasta que los turistas comenzaron a visitar los ranchos de California en la década de 1920, los compraron y los llevaron a casa. Para la Segunda Guerra Mundial los jeans eran tan populares que su producción estuvo racionada. Para ahorrar hilo, se prohibió a la firma Levi Strauss & Co. colocar el típico arco decorativo en los bolsillos; entonces los pintaron.

Levi Strauss fue miembro activo de la primera sinagoga de San Francisco, y patrocinó otras instituciones cívicas de la ciudad. Cuando falleció en 1902, sin esposa ni hijos, dejó aportes en su herencia para numerosas organizaciones, incluyendo el Asilo y Hogar Hebreo para Huérfanos del Pacífico, el Consejo Hebreo de Asistencia Social, y 28 becas en la Universidad de California en Berkeley que se siguen otorgando en la actualidad.

La chica judía en el O.K. Corral

El tiroteo que tuvo lugar en el O.K. Corral el 26 de octubre de 1881, en el que se enfrentaron la familia de cuatreros Clanton y los hermanos Earp (que eran un comerciante y el sheriff del pueblo), fue uno de los duelos a pistola más famosos del “Salvaje Oeste”.

Una de las testigos de este acontecimiento fue una adolescente judía, Josephine Sarah Marcus, quien había huido de su casa hacia el oeste con un grupo de teatro, viviendo una vida de aventuras en California y Arizona. Al escuchar la conmoción cerca del O.K. Corral, recordaba más tarde Josephine, “corrí afuera sin detenerme para ponerme un sombrero” y se dirigió a la escena de los disparos, en la cual murieron tres hombres. “Wyatt Earp me vio, y cruzó la calle hacia mí… Mi único pensamiento era ‘¡Mi Dios, no me he puesto sombrero! ¿Qué van a pensar?’”

Wyatt y Josephine se casaron, y su matrimonio duró 50 años. A pesar de que no era judío, Wyatt Earp está sepultado en el cementerio judío de Colma, California, donde la familia de Josephine poseía una parcela.

*Citado en Pioneer Jews: A New Life in the Far West (“Pioneros judíos: una nueva vida en el Lejano Oeste”), por Harriet y Fred Rochlin. Houghton Mifflin Co., Boston, 1984.

Jim Levy, el pistolero judío

Nacido en Irlanda en 1842, los padres se Jim Levy se aventuraron al Nuevo Mundo y terminaron en Nevada, donde el joven trabajó como minero. Sin embargo, en 1871 descubrió una nueva vocación: al intervenir en una pelea callejera, desafió a un duelo a pistola a un matón local, y ganó.

Jim renunció pronto a la minería para dedicarse a ser apostador profesional y pistolero por todo el oeste; vivió en Cheyenne, Deadwood, Leadville, Tombstone y Tucson. Se estima que estuvo involucrado —y sobrevivió— a 16 tiroteos.

La noche del 5 de junio de 1882, Levy estaba bebiendo y jugando en el Fashion Saloon de Tucson y, algo inusual para el famoso pistolero, andaba desarmado. Mientras abandonaba el edificio a tempranas horas de la mañana, un rival lo emboscó y lo mató de un disparo.

Rezando en las praderas

El jefe de la estación de diligencias de Santa Fe le contó a Flora Spiegelberg la siguiente historia: un día de principios del decenio de 1870 llegaron cuatro pasajeros, tres estadounidenses y un alemán. Tras un breve descanso, el jefe de la estación —que era tan solo una cabaña de troncos— divisó una banda de indios que se aproximaba, y le gritó a los pasajeros que regresaran rápidamente a la diligencia.

Los norteamericanos obedecieron, pero el alemán no aparecía. Finalmente, “al mirar tras la cabaña, vio al alemán que rezaba quedamente en hebreo, con un solideo negro en la cabeza, un talit alrededor del cuello y un libro de oraciones entre las manos”.

El jefe de estación le gritó que el peligro se aproximaba. “Al notar la impaciencia de los demás pasajeros, el judío dijo calmadamente: ‘Amigos, pongan su fe en Dios y Él les llevará a salvo a su destino’”.

Milagrosamente, contó el jefe de estación, los indios no los atacaron y la diligencia partió sin problemas.

El cementerio de Boot Hill

El viejo cementerio de Tombstone, Arizona, es conocido como Boot Hill (colina de las botas), porque muchos de sus pobladores eran pistoleros y los enterraron con las botas que tenían puestas cuando murieron. Actualmente, un guía ofrece una descripción de cómo perdieron la vida: muchos a tiros, colgados, o en las peleas que marcaron a los pueblos del “Salvaje Oeste”.

Tombstone era conocido como un duro lugar dedicado a la minería de la plata, y algunos de sus residentes eran judíos; había suficientes de ellos como para que establecieran, en 1881, la Asociación Hebrea de Tombstone. Una de las primeras cosas que hizo este grupo fue destinar parte del cementerio municipal a terreno de sepultura judía.

Un siglo más tarde, en 1982, el historiador local invitó a un economista judío, Israel Rubin, a recorrer el descuidado camposanto junto al juez Lawrence Huerta, miembro de la tribu yaqui de Tucson. Rubin recitó el kadish, y el juez quedó tan conmovido que decidió restaurar el área judía del cementerio. Esta fue reinaugurada en 1984; una placa anuncia que el sitio está “dedicado a los pioneros judíos y sus amigos indios”, y contiene un recipiente con tierra traída desde Jerusalén, que ahora yace entre algunos de los habitantes judíos más antiguos de Arizona.

Fuente:nmidigital.com