LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Adiós Don Humberto

Humberto Rodríguez Loya (HRL) uno de los banqueros sobrevivientes de la institución financiera para la que trabajé durante 25 años, murió esta semana. Se forjó en la lucha diaria de la operación bancaria, escalando posiciones hasta llegar a la cumbre, al inicio de los setentas, como Director General Adjunto. La nacionalización de la banca en 1982 y las circunstancias en que se dio la reprivatización de la misma, fueron quizá obstáculos para que HRL pudiera llegar a ser el director general.

HRL nació en Parral, Chihuahua, en 1935; en esa ciudad ingresó al Banco en 1950 en el que permaneció hasta inicios de los noventas, cuando los nuevos propietarios del Banco, casabolseros sin experiencia bancaria y sin la calidad humana y profesional que había distinguido a la Alta Dirección de la institución, la substituyeron por sus allegados, craso error, al desperdiciar el talento y la experiencia de gente honesta, calificada y fiel al Banco; que tuvo un costo elevado para el mismo y para el país, empero, que finalmente se recuperó con una operación lucrativa que no necesariamente benefició al personal, ni a los clientes.

Cuando ingresé al Banco al área de Estudios Económicos en junio de 1970, esta última, entre otras, se integra en 1971 a la Dirección General Adjunta de HRL, mi relación con él data de esa época. A través de Estudios Económicos y, de manera personal, inicié mi relación con HRL; el Banco era muy conservador en su operación al igual que el ambiente que regía en las relaciones entre el personal y los miembros de la Dirección; no obstante, HRL, de carácter serio, fue abierto y afable con sus colaboradores, aunque muy exigente y estricto con los mismos; era austero y el personal, para ganarse un aumento salarial o un ascenso de posición, tenía que “sudar la gota gorda” (desplegar un gran esfuerzo). Al poco tiempo me asignó directamente un estudio sobre los Almacenes Nacionales de Depósito, instituciones auxiliares de crédito, para determinar la conveniencia o no de que el Banco pudiera operar una de ellas.

Recuerdo que HRL autorizó mi préstamo hipotecario al que los empleados teníamos derecho a tasa subsidiada en 1980; asimismo aprobó la petición de mi jefe directo, Pablo, que era Director, para que junto con otro compañero de Estudios Económicos, el Director General nos nombrara miembros de la Dirección en 1983, lo que implicaba un estatus elevado y diferentes prestaciones adicionales. En ese centenario Banco no se acostumbraba que el buen desempeño de los empleados en áreas staff se recompensara con nombramientos de Dirección; este hecho causó recelo y envidias, sin embargo, al final de cuentas fueron superados.

HRL me nombró como representante del Banco en Consejos de Administración de dos hoteles de cadenas internacionales y de una agencia internacional de viajes de los que era propietario mayoritario. Asimismo, a través de la División Turística del Banco realicé un estudio en varias ciudades de EUA para evaluar la factibilidad legal, y desde el punto de vista de negocios, de crear una red mayorista de viajes en ese país. Por otra parte, me involucró en dos estudios como asesor sobre aspectos turísticos encargados a la Universidad de Stanford y el Massachusetts Institute of Technology, respectivamente.

En los dos últimos años de mi estancia en el Banco (1994-95), trabajé directamente con él en la Coordinación de los Consejos Consultivos, que involucraba la relación con 800 grandes empresarios del país; nuestro trato se estrechó más. En una Crónica anterior hice comentarios de esa etapa de mi vida. En ese periodo HRL ya se había mudado con su esposa a Morelia, en donde residió hasta el día de su fallecimiento.

Desde ahí se ocupó de los Consejos, con mi apoyo, durante un tiempo; posteriormente ingresó a la Secretaría de Finanzas del Estado de Michoacán; fue entonces que empezó a tener problemas de salud que se agravaron con el tiempo. Su esposa Tere nos comentó telefónicamente que HRL murió tranquilo. Cabe destacar que la Dirección del Banco fomentó la integración de sus miembros, que incluía a las esposas e hijos; en general ese espíritu prevalecía para el resto del personal; de aquí que mi esposa haya tenido una relación muy cercana con la de HRL y con su hija Renata. HRL fue el símbolo de un Banco que combinó la rentabilidad de sus accionistas con el bienestar de su personal y el desarrollo del país, un concepto que quizá sea próximo a lo que hoy se denomina empresa con carácter social, empero, mucho más acabado que esta última y con un espíritu marcadamente humanista y nacionalista. ¡Descanse en Paz!

En el ámbito de los fallecimientos de personas mayores, dos semanas atrás se registró el de Jaime Arbitman, quien tenía alrededor de 85 años. Compañero de la Asociación de Periodistas y Escritores Israelitas de México (APEIM), Jaime fue un destacado líder de la comunidad judía de México y de otras organizaciones no lucrativas, además de empresario.

Conocí a Jaime en los setentas cuando él era un alto directivo de una empresa trasnacional de productos de cartón y papel. Ambos participábamos en el Comité de Maquiladoras de la American Chamber of Commerce of México A.C. (AMCHAM), fundada en 1917 y que en el presente agrupa a mas de 1,500 compañías de EUA, México y otros países.

Jaime, nacido en Colombia y de profesión ingeniero químico, fue un hombre versátil, de personalidad distinguida y amable. La última vez que lo vi fue hace dos o tres meses en uno de los desayunos mensuales que lleva a cabo la APEIM; se veía un poco desmejorado, no obstante, ignoraba que tenía cáncer. Que descanse en paz y la familia no sepa más de penas.

Celebraciones divididas de mi Cumpleaños

El 20 de octubre pasado cumplí 76 años, dos meses atrás no creí que llegaría a esta fecha, fue cuando me extrajeron un tumor canceroso del pulmón, que gracias a Dios no se extendió. El próximo año celebraré el día natural de mi nacimiento y el 25 de agosto, fecha en que me operaron y volví a nacer. Este año mi familia festejó mi cumpleaños, sin embargo, no todos pudieron hacerlo al mismo tiempo; primero mi hijo menor, David, me invitó a comer en un restaurante de carnes de la Plaza Oasis, próxima a mi casa. El restaurante tiene una hermosa vista a la fuente de la plaza que tiene como fondo una pared de piedra volcánica, que abunda en esta zona; el espectáculo de las fuentes era tranquilizante; fue una ocasión en la que tuve oportunidad de platicar de sus planes. Entre semana es difícil cruzar una palabra con él; esta ocupado con el trajín de su trabajo y el fin de semana con el de su novia.

Dos días después fui con mi esposa al restaurante San Ángel Inn, extraordinaria edificación estilo colonial ubicada en el corazón de San Ángel, en el Sur de la Ciudad de México; de elegantes y amplios salones en cuyas paredes cuelgan, entre otros objetos, cuadros de bodegones magistralmente pintados y en los techos enormes lámparas. Posee un relajante patio jardín, un remanso en el ajetreado mundo capitalino. La construcción data del siglo XVII, cercana a un pueblo prehispánico llamado Tenatitla. La propiedad originalmente funcionaba como hacienda, generando importantes ingresos a sus diferentes dueños derivados de la producción de trigo, cebada, maíz y pulque, a la vez era usada como casa de campo lejos de la Ciudad de México.

A principios del siglo XX una empresa de EUA compró la hacienda y la convirtió en Hotel, (de allí el Inn) fue uno de los hoteles y restaurantes más exclusivos de la época. En 1948 Carlos Prieto y Cecil Jacque compraron el inmueble para organizar conciertos y junto con el arquitecto Manuel Parra se encargaron de preservar y restaurar el ambiente que se vivía en el viejo San Ángel.

El restaurante que hoy día conocemos se inauguró en 1963 como un sitio que ofrecía un ambiente colonial “con mucha naturaleza y de comida mexicana tradicional”. El establecimiento es frecuentado por hombres de negocios, políticos, turistas y familias. Pasamos una tarde agradable y tranquila; de regreso a casa encontré un bello ramo de alcatraces blancos que mi esposa me dio como regalo de cumpleaños.

Diego Rivera pintó varios cuadros de indígenas con alcatraces blancos; 38 años atrás un amigo me regaló un poster de Diego Rivera de una indígena que en posición de espaldas abrasaba un gigantesco ramo de alcatraces. En este contexto, mis nietos mayores, Sary y Berni, de 22 y 19 años, respectivamente, me invitaron a comer para celebrar mi cumpleaños a nuestro restaurante favorito de comida japonesa, el Nagaoka, del que he sido asiduo cliente desde hace aproximadamente treinta años; para mí fue muy importante la reunión porque últimamente he tenido pocas oportunidades de convivir con mis nietos; así me enteré de cuáles son sus actuales inquietudes e intereses. Ambos son afectuosos y respetuosos conmigo. ¡La sangre llama a la sangre!

La fiesta culminó al otro día con una comida en un elegante restaurante de la Avenida Palmas, con la asistencia de mi hijo mayor Natan y su familia, mi hija mayor Regina, y mi hermana Java. Mi cumpleaños fue una ilusión de una integración familiar perene, una verdadera quimera.