A través de la historia ha habido una cantidad de anécdotas sobresalientes en el mundo deportivo, pero quizá ninguna se compara a la historia de Helene Mayer, y como les prometimos en ediciones pasadas en Enlace judío, hoy se las platicaré a detalle.

ISAAC SHAMAH PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Helene nació en una familia judeocatólica el 10 de diciembre de 1910 en una Alemania, que en esos momentos, era considerada una nación culta, vanguardista y sin duda una de las líderes en Europa. Con el paso del tiempo, Mayer fue desarrollando un gran gusto por la esgrima, deporte icónico en las altas sociedades europeas y poco a poco se fue volviendo una gran esgrimista.

Para la década de los 20’s, a pesar de que Alemania venía saliendo de la Primera Guerra Mundial, Helene ya había conquistado su primer título nacional con apenas 13 años, y para las olimpiadas de 1928 en Ámsterdam, ésta elegante rubia de ojos claros era figura en toda Alemania. En Ámsterdam Helene arrasó y se quedó con el oro olímpico.

Para las olimpiadas de 1932, en Los Ángeles, el escenario le cambiaría a Helene, debido a que su padre muere un año antes y también en ese año muere su novio que se encontraba en el ejército, debido a estas noticias y a la falta de preparación, ella logró el quinto puesto en esta justa y se quedó con ganas de seguir compitiendo.

Por azares del destino, Mayer decide quedarse en los Estados Unidos para estudiar; al poco tiempo la situación política cambia radicalmente en Alemania, sobre todo en contra de los judíos o personas que tenían ascendientes judíos, y por recomendaciones Helene se queda en Estados Unidos. Aquí es cuando la historia se vuelve muy interesante, ya que a Mayer no le toca ese cambio y nunca dimensiona el problema que había y en qué se había convertido la Alemania que una vez la amó.

Por otro lado, la Alemania Nazi, comandada por Adolfo Hitler, prepararía las Olimpiadas de 1936 en Berlín. Los alemanes querían unos “juegos perfectos” a tal grado que todas las decisiones de los juegos las tomaban Hitler y sus más cercanos asesores. Una de las decisiones más notorias fue que aunque Alemania contaba con muchos atletas judíos, ellos no tenían intención de invitar a ninguno; sin embargo países como Estados Unidos, Francia, Canadá e Inglaterra intentaron boicotear las Olimpiadas amenazando con no participar a menos de que Alemania mostrara que no habría racismo en la justa.

Ante el problema, Avery Brundage, director del Comité Olímpico estadounidense, quien tenía gran influencia en el comité Olímpico Internacional, convenció a los alemanes de invitar atletas judíos para que se neutralizaran las aguas.

Después de la propuesta, el Comité Olímpico Alemán (COM) decidió incluir a 20 atletas que tenían raíces judías en la lista de precandidatos a las olimpiadas, en la cual estaba incluida Helene. Se dice que de la lista Hitler le puso pero a todos y aunque hizo su berrinche, el COM le pidió que al menos se quedara con un atleta. Después de una larga evaluación, Hitler se percató que Helene Mayer era la que más cuadraba con el modelo de “alemán perfecto”, además de que sólo era mitad judía y tomó la decisión de incluirla en la lista final. En cuanto la invitaron, Helene no dudó y de inmediato decidió representar a la Alemania de la que una vez fue gran figura. Gracias a la decisión, los países que se manifestaban en contra se hicieron un poco de la vista gorda y confirmaron su asistencia a las Olimpiadas.

Ya en la justa olímpica, Helene se midió a grandes esgrimistas y hasta logró ganar la plata y subir al podio olímpico al lado de dos esgrimistas que curiosamente también eran judías. Al momento de la premiación, Ilona Elek, quien ganó el oro y Ellen Müller-Preis, que se quedó con el bronce, quedaron pasmadas al ver a una Helene que orgullosamente levantaba el brazo derecho y hacía el famoso saludo Nazi mientras pronunciaba “Heil Hitler”. ¡Pum! El momento perfecto para la Alemania Nazi había llegado, el decirle al mundo que eran una nación de primera, se los había ofrecido Helene en una bandeja del mismo color de su medalla.

Al concluir los Juegos Olímpicos la situación regresó a la normalidad, los cuentos de hadas y el quedar bien ante los ojos del mundo, a la Alemania Nazi ya no le importaban en lo absoluto, de hecho la situación se desató y cada día que pasaba el racismo y el nazismo se hacían más grandes en el país que intentó engañar al mundo al mostrar un simple disfraz.

Para Helene la plata de aquél día duró muy poco, la prensa se olvidó de ella, su ciudadanía le fue retirada y tuvo que volver a Estados Unidos mientras a sus hermanos los llevaba a los campos de concentración el mismo gobierno al que ella alabó.

En Estados Unidos Helene era criticada por la comunidad judía y por el país norteamericano, a tal grado que a principios de los 40, decidió modificar su nombre y su apellido para convertirse en Helen Meyer y nacionalizarse estadounidense. En la década de los 40 Helen ganó varias competencias en la esgrima de Estados Unidos.

Al terminar la guerra sus hermanos sobrevivieron de milagro y a pesar del trato que Alemania le había otorgado, para 1952 Helen decidió volver a la que ingenuamente llamaba su tierra.

En 1953 Helen murió en Alemania, después de padecer cáncer de mama. Aunque en 1963 Helen fue inducida al Salón de la Fama de la Esgrima en Estados Unidos y en 1972 en los Juegos Olímpicos de Múnich nombraron la villa olímpica en su recuerdo, a Helen se le recordará más por su polémico saludo Nazi, que por haber sido una gran esgrimista.