JESÚS AMAYA

Hace dos meses una de mis alumnas universitarias se me acercó después de entregar resultados del primer parcial y me preguntó por qué tenía calificación reprobatoria.

Le comenté que el primer mes no realizó ninguna actividad académica y además, en su examen no contestó ninguna de las preguntas. Me contestó: “Pero vine a clase y merezco al menos 80”. Respondí que venir a clase no era suficiente. Y ella me dijo: “Es injusto. Entonces, ¿para qué vengo a clase si no cuenta para mi calificación? Si es así, ya no voy a venir”.

Nos enfrentamos a una nueva generación del “merecimiento” o “trofeo”, como lo menciona Ron Alsop en su libro The Trophy Kids Grow Up (Los niños trofeo en crecimiento).

Otro joven de 30 años de edad con maestría y tres años sin trabajar me dio su argumento: “No hay nada digno de mí”. Es una generación que cree firmemente que merece más.

El artículo “Trait entitlement: A cognitive-personality source of vulnerability to psychological distress” (Rasgo de merecimiento: Una fuente de personalidad vulnerable a una angustia psicológica), publicado este mes en la revista Psychological Bulletin, define el “merecimiento” como una personalidad caracterizada con sentimientos persistentes en expectativas exageradas y derechos que deben ser satisfechos sin importar el mérito o logro.

Considera que el mundo es injusto y se encierra en un sentimiento de víctima, provocando una personalidad frágil y llena de desilusión, enojo, angustia y depresión.

El “merecimiento” produce una generación que cree firmemente merecer absolutamente todo sin ganarlo, origina sentimientos de superioridad y narcisismo, con un alto riesgo de sentimientos de impotencia, tristeza y gran desilusión hacia la vida.

Estamos creando una nueva “raza superior”. Los padres cometemos un gran error: hacemos creer a nuestros hijos que son los amos del mundo. Me dio tristeza leer un eslogan de una escuela que publicó en la calle: “Aquí formamos líderes y los demás serán sus seguidores”.

Una personalidad inflada tendrá una vulnerabilidad constante al no satisfacer sus expectativas y una gran insatisfacción hacia la vida.

Quien cae en una personalidad “merecida” tiene tres tendencias críticas:

· No obtienen todo lo que ellos creen merecer y sufren emocionalmente ante expectativas incumplidas.

· Estas expectativas incumplidas se perciben como injusticias y producen enojo y tristeza.

· Se justifican como víctimas y nunca crecerán porque consideran que la familia y sociedad tienen la obligación de darles lo que merecen.

Es esencial enseñar a nuestros hijos humildad y gratitud. Estamos produciendo una generación de muchachos pasivos, sin iniciativa, esfuerzo, persistencia y sacrificio y convencidos de que el mundo debe servirles y creando personas con alto riesgo a la depresión y sin proyectos personales.

Qué mayor fracaso que ver a nuestros hijos llenos de apatía, rencor, desilusión, con la fantasía de que merecen todo y sin la capacidad de trabajar, persistir y lograr.

Más que educar una generación del “merecimiento”, eduquemos una de “merecedores”, que gracias a sus logros y esfuerzo ganen el reconocimiento.

Fuente:Familia21