JONATHAN PELED*

Este año la festividad judía de Janucá y la Navidad cristiana convergen en el día de su celebración: el 25 de Kislev y el 24 de diciembre coinciden.

Janukiot (candelabros de nueve brazos) y árboles navideños llenarán nuestros hogares y nuestras calles en la semana festiva de fin de año.

Los orígenes y significados de estas dos fiestas son muy diferentes pero ambas celebran la luz y conmemoran milagros. De la Navidad no hace falta elaborar más porque sus orígenes y tradiciones son ampliamente conocidos.

Por su parte, la fiesta judía Janucá, el “Festival de las luces”, se celebra durante ocho días. En hebreo Janucá significa “inauguración” y conmemora la reivindicación de autonomía del pueblo judío y la recuperación del Gran Templo de Jerusalén en una guerra que enfrentaron los Macabeos, los guerreros judíos, en el Siglo 1 A.C. Ellos eran muy pocos y vencieron con su valentía a los agresores griegos, quienes conformaban un gran ejército.

Aun siendo esta victoria un milagro en sí, el “Festival de las Luces” se celebra por otro milagro. Al terminar la guerra, los Macabeos volvieron al Gran Templo de Jerusalem, el cual había sido profanado por los griegos. En él encuentran apagado el Candelabro de los siete brazos, la Menorá, que iluminaba el Templo y tras una intensa búsqueda descubrieron, en un rincón, un jarrito con suficiente aceite para encenderla de nuevo por un solo día.

No obstante, el poquito aceite que habían encontrado conservó milagrosamente prendida la Menora durante los ocho días que tardaron en traer más. Este milagro simboliza la victoria de las fuerzas de la luz sobre las fuerzas de la oscuridad y, con ella, la victoria del pueblo judío.

Navidad por su parte, no solo conmemora el nacimiento de Jesús, sino también se relaciona con leyendas y milagros (el árbol, Santa Claus, etc).

A pesar de la diferencia entre Janucá y Navidad estas festividades tienen varios elementos en común: ambas celebraciones nacen en la Tierra de Israel; Jesús nació en Belén (Bet Lejem) ubicada en Tierra Santa y todos los milagros que él realizo, los llevó a cabo en la Tierra de Israel. Januká nació a raíz del triunfo y la recuperación del Gran Templo situado en Jerusalem. La época en que se celebran es en invierno/ fin de año. En ambas se obsequian regalos. En ambos casos es de suma importancia colocar el símbolo de la festividad en lugares visibles para todos. El árbol de Navidad y el candelabro de Janucá son protagonistas y siempre están a la vista.

Pero lo más significativo que une a estas dos festividades es la luz, que es un componente esencial para ambas. Si ahondamos sobre el significado de la luz, descubrimos que en la época en la cual se originaron las dos celebraciones ésta era uno de los bienes más preciados, ya que no se prendía la luz apretando un simple interruptor.

Otro motivo parece acompañar esta festividad, según el Talmud, el solsticio de invierno en el hemisferio norte, donde nacieron ambas tradiciones, ya que es la época en la cual las noches son las más largas del año.

En la tradición judía se dice que “una pequeña llama de luz puede desaparecer una inmensa oscuridad”.

En la Biblia, el libro de Génesis nos cuenta que seguida a la creación de los cielos y la tierra se creó la luz. Y de acuerdo con la Kabalá, los seres humanos llevamos en nosotros una chispa de aquella luz original que emanaba directamente del Creador; y gracias a esa luz sobrevive nuestro mundo.

Tanto en Janucá como en Navidad se llenan nuestros hogares, nuestros corazones, nuestras almas e incluso nuestras calles de luz; pues la luz es la vida, y simboliza el amor, la sabiduría y la unión de la familia y de los seres humanos.

Quiero creer que esta maravillosa coincidencia de estas dos festividades, es una señal de la presencia del Eterno alentándonos a buscar lo mejor de nosotros mismos, así como lograr la armonía y el apoyo hacia los que más lo necesitan, sea aquí en México o allá en Tierra Santa.

Ojalá que la luz de estas fiestas nos ilumine a todos, junto y más allá de los credos, para que logremos una renovación espiritual, logrando ser parte de un mundo mejor y más justo, un mundo de paz y hermandad para nosotros y para las generaciones venideras.

¡Felices Fiestas y Shalom!

*Jonathan Peled es Embajador de Israel en México

Fuente: Reforma