IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Está a punto de celebrarse una conferencia en París donde 72 países se reunirán para buscar una solución al conflicto israelí-palestino. El gobierno israelí ya ha advertido que no asistirá y se ha quejado de que esta conferencia es un obstáculo para lograr un verdadero acuerdo de paz. A muchos les pareciera que esta reacción sólo es un berrinche por parte de Netanyahu y sus “halcones”, debido a que la comunidad internacional los va a presionar para que por fin “reconozcan los derechos de los palestinos”.

Pero no es tan simple, querido lector. Déjeme explicar por qué, en realidad, la conferencia de París va a lograr cualquier cosa, menos acercar a Israel y los palestinos a un acuerdo de paz.

1. Los problemas no se resuelven por decreto

Parece fácil decir que se reúnen 72 países, se dictamina el reconocimiento del Estado Palestino, y entonces palestinos e israelíes tienen que resolver su conflicto.

Sin embargo, la historia demuestra que ningún problema se resuelve así. De hecho, ese ha sido el punto donde más se ha hecho evidente el fracaso de la ONU como institución garante de la paz. Los decretos y resoluciones que salen de la Asamblea General, el Consejo de Derechos Humanos o el Consejo de Seguridad generalmente se quedan en letra muerta. Máxime los que pueden salir de conferencias como la de París, que ni siquiera tienen la supuesta autoridad de la ONU.

Por eso la insistencia de Netanyahu: si el problema es entre israelíes y palestinos, la solución es entre israelíes y palestinos por medio de negociaciones directas, algo que los palestinos han rehusado sistemáticamente desde 1993. Tras la firma de los acuerdos de Oslo, los palestinos no han asumido ningún compromiso en la búsqueda de una solución al conflicto. Vez tras vez, se han rehusado a comprometerse a nada.

2. La conferencia es abiertamente anti-Israel

El comportamiento de la Comunidad Internacional en los últimos años hace que el sesgo que va a tener esa conferencia sea perfectamente predecible: las resoluciones que se tomen o los compromisos que se adquieran van a estar enfocados única y exclusivamente a presionar a Israel.

Se trata de una interesante tara cultural, que asume que la solución al conflicto sólo se logrará “cuando Israel permita la creación de un Estado Palestino”.

Eso es completamente falso. Oficialmente, Israel aceptó la creación de un Estado Palestino desde 1947, cuando la dirigencia del Congreso Sionista –que luego pasó a ser el primer gobierno de Israel a partir de 1948– aceptó los términos del Plan de Partición, que incluían la creación de un Estado Árabe entre Israel y Jordania. Desde entonces, la postura oficial de Israel no ha cambiado.

Por el contrario, los palestinos han repetido hasta el hartazgo que no están dispuestos a reconocer el derecho del pueblo judío a tener un Estado propio, e incluso han perpetuado su propaganda en la que hablan de –literalmente– destruir al Estado de Israel. Sus dirigentes han conservado intacto el discurso incendiario enfocado a la incitación a la violencia anti-judía, lo mismo que han mantenido políticas retorcidas para financiar o premiar el terrorismo. Hasta la fecha, un palestino que asesina judíos –niños, ancianos, mujeres, quien sea– es elevado a la categoría de “héroe” por el gobierno y la sociedad palestina.

Pese a que todo ello se ha hecho con el mayor cinismo y descaro, la Comunidad Internacional se ha rehusado a aplicar sobre los palestinos la misma presión que aplica sobre Israel. En vez de ello, se ha llegado al extremo de afirmar que todo el problema se reduce a una simple relación de causa y efecto, donde la causa del problema es Israel, y el efecto es la violencia palestina.

Semejante absurdo ha sido sobradamente refutado por los hechos (y eso, desde mucho antes de la fundación de Israel en 1948). Simplemente, considérense estos datos:

A) Se dice que el gobierno de “halcones” derechistas encabezados por Netanyahu es un obstáculo para la paz. Falso: en los períodos en que han gobernado los “moderados” izquierdistas (Shimon Peres, Ehud Barak, Ehud Olmert y Tzipi Livni), los palestinos no han firmado un solo acuerdo ni han asumido un solo compromiso. El resultado de cualquier negociación ha sido exactamente el mismo. Luego entonces, el problema no es la línea política del gobierno israelí, sino –en principio– los palestinos.

B) Se dice que el gobierno de Netanyahu no toma medidas que faciliten el proceso de paz, y por eso es que los palestinos “no tienen más alternativa que la violencia”. Falso: en 2000, Ehud Barak –opositor actual de Netanyahu y representante de la ideología opuesta– hizo una oferta sin parangón a los palestinos para que se pudiera fundar su estado con las máximas ventajas posibles; Yasser Arafat la rechazó, regresó a Ramallah y a los pocos días comenzó la Segunda Intifada, el episodio más violento en la historia del conflicto israelí-palestino. Seamos honestos: no importa qué se le ofrezca a los palestinos. Su reacción será la negativa y luego la violencia. En 2008 volvió a suceder, esta vez con Ehud Olmert: hizo una generosa oferta a los palestinos, y otra vez vino un rechazo seguido por violencia.

C) Se dice que la existencia y crecimiento de asentamientos judíos en territorio palestino es un obstáculo para la paz. Falso: la presencia judía en territorio palestino no es distinta a la presencia árabe en territorio israelí. En el marco de un tratado de paz y de dos estados que coexisten pacíficamente y en términos de legalidad, no debería haber problemas por el hecho de que hubiera árabes viviendo en Israel como ciudadanos israelíes (situación que ya se da sin ningún problema), o judíos viviendo en Palestina como ciudadanos palestinos. La única razón por la cual “los asentamientos de judíos son un problema para la paz”, es porque Palestina es el único proyecto de Estado moderno que se basa en una política racista y xenófoba, enraizada en el concepto nazi de buscar un territorio “judenrein” (libre de judíos).

Entre 2008 y 2009, recién llegado Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos, Netanyahu aceptó un trato para congelar durante diez meses cualquier actividad de construcción en los asentamientos, a cambio de que los palestinos regresaran a la mesa de negociaciones. Sobra decir que durante los diez meses los palestinos se rehusaron sistemáticamente a sentarse a negociar.

No importa lo que haga o deje de hacer Israel. Los palestinos no van a sentarse a negociar.

Pese a todos estos hechos relevantes y singificativos en el marco del conflicto, la Comunidad Internacional siempre asume la misma política: presionar a Israel. Incluso, en los términos en los que lo hace prácticamente están pidiendo la rendición de Israel.

Para fingir neutralidad han solicitado a los palestinos que “detengan la violencia”, siempre de un modo escueto y lacónico. Por supuesto, los palestinos no se han tomado la molestia de hacer nada al respecto. Su incitación sigue siendo la misma de siempre, tanto en los hechos como en los discursos. A cambio de ello, la Comunidad Internacional sigue financiando a la Autoridad Palestina, pese a las pruebas irrefutables de que un elevado porcentaje de ese apoyo económico es destinado al terrorismo.

3. Los palestinos no quieren un Estado

En teoría, la conferencia pretende dar pasos hacia la llamada “solución de dos estados”, cuyo logro principal debería ser el establecimiento formal del Estado Palestino.

Pero la realidad es que los propios palestinos –me refiero a los dirigentes y negociadores de la Autoridad Palestina– no quieren llegar a eso, porque implica varias situaciones que –por experiencia se sabe– no están dispuestos a aceptar.

La primera es que la oficialización de un Estado Palestino implica, obligatoriamente, el reconocimiento de este al Estado de Israel. Mahmoud Abbas y su gente han repetido hasta el cansancio que no están dispuestos a reconocer al Estado de Israel como el estado del pueblo judío. Si acaso han insinuado cierta disposición a reconocerlo, sólo es bajo la premisa absurda de que Israel se convierta en otro estado palestino. ¿Cómo? Por medio de la “palestinización” de Israel. Es decir, del “regreso” de millones de palestinos a territorio israelí. Es irracional: los palestinos son los únicos que exigen un país, pero quieren mandar a millones de palestinos a vivir a otro país. Por supuesto, exigen que su país esté “libre de judíos”, pero piden que el otro país se llene de palestinos.

Mientras la Comunidad Internacional se desenvuelva en la lógica de que la solución es de dos estados que tienen que reconocerse mutuamente y coexistir pacíficamente, los palestinos seguirán rehusándose a llegar a ese punto. Es decir: seguirán evitando la conformación oficial de su propio estado.

Por supuesto, en el discurso palestinos, repetido por la Unión Europea, la adminsitración Obama y la prensa internacional, se dice hasta el cansancio que es Israel quien no acepta la solución de dos estados, lo cual es falso.

La segunda razón es que en el momento en que se funde un Estado Palestino va a comenzar una confrontación que va a derivar en guerra civil. Al Fatah –también conocido como Autoridad Palestina– tiene el control en la Margen Occidental (también llamada Cisjordania), mientras que Hamas lo tiene en Gaza. Se supone que ambos territorios deben integrar el Estado Palestino.

Pese a los intentos de “reconciliación” entre ambos grupos, las diferencias siguen siendo insalvables. En 2005 ya se vio lo que puede pasar entre estos dos grupos cuando Gaza quedó bajo completa soberanía palestina: se enredaron en una serie de enfrentamientos que si no terminó en una guerra civil, fue porque la base de Al Fatah en Gaza era muy débil. Sus integrantes fueron, literalmente, masacrados por los milicianos de Hamas, que se quedó con el control absoluto del enclave.

En Cisjordania, Al Fatah tiene mayores recursos, pero es un hecho de sobra conocido que Hamas conserva la superioridad. La fundación de un Estado oficial, independiente y con plena autonomía sólo desenbocaría en un conflicto armado entre ambos grupos –mucho más violento que el de Gaza–, y que seguramente culminaría con la derrota de Al Fatah y el empoderamiento de Hamas.

Por eso, los negociadores palestinos –todos de Al Fatah– saben que establecer un estado en forma es un suicidio. Literal. En consecuencia, van a dilatar hasta el infinito (si es posible) la creación de ese estado.

Una tercera razón es el dinero. En el mundo existen pocos gobiernos tan profundamente corruptos como el de la Autoridad Palestina. El dinero que reciben como apoyo no nada más se destina al terrorismo, sino también a las cuentas personales de muchos funcionarios.

Las cifras son escandalosas: en los últimos 40 años, los palestinos han recibido casi 32 billones de dólares en apoyos financieros. Para imagina la magnitud de esta cifra, basta tomar en cuenta que la reconstrucción de Alemania después de la II Guerra Mundial costó 1.2 billones de dólares. Pese a que en 1945 la población alemana era de 40 millones, y que la población palestina es de 5 millones, con 1.2 billones los alemanes se convirtieron primero en una economía sólida, y luego en una potencia. Con 32 billones, los palestinos siguen siendo un pueblo miserable y fallido.

No faltará el simplón que diga que eso también es culpa de Israel, porque “asfixia” a los palestinos. Falso: Cisjordania tiene frontera con Jordania y Gaza con Egipto. Israel no tiene manera de asfixiar a los palestinos, porque no tiene control sobre la totalidad de sus fronteras.

Aparte de esa cifra estrambótica, hay otra situación escandalosa: en el mundo hay aproximadamente 100 millones de refugiados. De estos, entre 5 y 6 son los llamados “refugiados palestinos”. Para atender a todos estos refugiados, la ONU tiene dos instituciones: un trabaja con 95 millones de refugiados, y la otra trabaja exclusivamente con 5 o 6 millones de palestinos. El presupuesto global de apoyos a los refugiados también está distribuido del modo más disparejo posible: se calcula que el 40% de los apoyos para refugiados son para los 5 o 6 millones palestinos; el otro 60%, para los 95 millones de refugiados restantes.

Hay otro absurdo: un refugiado es, por definición, alguien que no tiene identidad jurídica en el lugar donde vive. Es decir: es o fue ciudadano de otro país, pero por una situación fuera de su control tuvo que huir hacia un país donde no tiene ciudadanía y, por lo tanto, no goza de los derechos normales. En el momento en que logra nacionalizarse, deja de ser refugiado. Si sus hijos nacen en este nuevo país, son ciudadanos por nacimiento y, por lo tanto, no son refugiados. Tienen plenos derechos. En otras palabras: se supone que la condición de refugiado no se puede heredar.

Se supone: resulta que los palestinos sí la pueden heredar (algo que no sucede con ningún otro grupo de refugiados). Hay millones de palestinos viviendo en Europa, Estados Unidos o América Latina, en donde son reconocidos como ciudadanos de sus respectivos países. Sin embargo, siguen conservando el estatus de “refugiados”, y la Autoridad Palestina sigue cobrando apoyos económicos a la ONU y a muchos países por concepto de “ayudas para los refugiados”.

En el momento en que se declare formalmente la creación del Estado Palestino, automáticamente va a cambiar el estatus de 5 o 6 millones de refugiados. Pasarán a ser ciudadanos, y la enorme burocracia de la UNRWA (la agencia de la ONU para los refugiados palestinos) se volverá innecesaria. Los apoyos que se reciben de otros países tendrán que renegociarse.

Como puede deducirse fácilmente, muchos funcionarios de la Autoridad Palestina simplemente no quieren renunciar a esa mina de oro. Tratándose de un país completamente improductivo y sumido en la pobreza, esos fondos son lo único que les garantiza que también pueden darse una vida de lujos ilimitados como cualquier otro jeque árabe.

Es por eso que ellos mismos nunca han dado pasos decisivos para tener su propio estado. En términos simples y técnicos, lo podían haber fundado hace décadas. Pero eso no hubiera sido negocio.

4. Los europeos no tienen idea de qué pasa

Europa en general, y Francia –convocante de esta conferencia– en particular, no saben qué es lo que sucede en Medio Oriente. Por eso, sus políticas para prevenir el terrorismo han fallado catastróficamente (más en algunos casos que en otros; Francia es, por cierto, uno de los peores ejemplos).

En general, ha sido una situación condicionada por dinero y por miedo. Por dinero, porque los países árabes invierten muchos dólares en las economías europeas; por eso, una de las formas más simples de vender la lealtad y asumir una postura complaciente con ellos ha sido mantener una política abiertamente anti-israelí. Y por miedo, porque siempre ha existido cierto temor –por supuesto, por las amenazas explícitas– de que si no se apoya la causa palestina, el terrorismo golpeará Europa.

Sobre decir que semejante actitud timorata no ha funcionado, porque el terrorismo de todos modos ha golpeado Europa. Y es lógico: si yo te amenazo y te agredo, y luego tú haces lo que yo quiero, significa que puedo seguir amenazándote y agrediéndote. Todo lo que se me antoje. Si Europa nunca ha hecho nada significativo ni relevante para detener las agresiones del terrorismo islámico, el terrorismo islámico no encuentra razones para detenerse.

Hay algo más, de fondo, y que es lo que ha permitido que esta situación se vuelva posible. Es una tara cultural europea que se manifiesta de dos maneras.

La primera y más evidente es que muchos sectores de su población no han podido superar el antisemitismo como parte de su idiosincracia. Siguen atorados en la idea de que “los judíos somos malos”. Casi tres siglos de laicismo y de ideas enciclopédicas no les han permitido superar ese, el prejuicio de origen religioso más irracional que se gestó al interior del Cristianismo. Para muchos euorpeos, el judío sigue siendo alguien de quien se debe desconfiar. Por eso, llegan al punto de no importarles rendirse ante las agresiones islámicas, con tal de “cuidarse de los judíos”.

La segunda y más reciente es una severa distorsión de la realidad heredada del marxismo, y promovida por las izquierdas occidentales. Se trata de una visión eurocentrista del mundo, donde todo lo que sucede es causado única y exclusivamente por la sociedad occidental. Las sociedades islámicas quedan reducidas literalmente al rango de animales que sólo reaccionan a los estímulos que vienen desde nuestros países.

En esta concepción sobradamente retorcida, los extremistas islámicos no pueden ser vistos como terroristas, sino como “pobres víctimas del colonialismo e imperialismo occidental”. A cada ataque terrorista hay que responder con golpes de pecho, repitiendo el mantra de “¿qué hemos hecho para provocarnos esta desgracia?”.

La expresión más grotesca de este absurdo es considerar que todos los problemas de Medio Oriente –incluyendo el terrorismo financiado por Irán, el terrorismo del Estado Islámico, la Guerra Civil siria o hasta la violencia intrafamiliar palestina– son consecuencia del “intervencionismo” occidental que creó al Estado de Israel. Por ello, en la perspectiva de quienes sostienen esta tontería, la única solución sería desmantelar al Estado de Israel. Y ello se traduce en una política mantenida todavía por muchos gobiernos o por muchos bloques de izquierda: a Israel se le tiene que exigir la rendición.

Por eso, la Conferencia de París que inciará este 15 de Enero está destinada al fracaso. Lo más que podrán lograr será darle combustible a la violencia palestina, misma que, como ya se ha demostrado en otras ocasiones, mientras más agresiva se vuelve, más contraproducente les resulta. En el campo de batalla real –no el diplomático, sino donde chocan israelíes contra palestinos–, los que pierden más dinero son ellos, los que cuentan más muertos son ellos.

Personalmente, no entiendo por qué insisten en esa estrategia, si desde hace casi 40 años es evidente que no funciona. Hubieran logrado más sentándose a negociar.

¿Qué es lo que realmente se necesita?

1. Negociaciones directas y sin condiciones entre israelíes y palestinos (porque las condiciones se ponen en las negociaciones, no antes).
2. Aceptación por parte de la Autoridad Palestina de que los judíos tenemos derecho a nuestro propio estado (porque sólo bajo esa lógica se entiende que los palestinos también tengan derecho al suyo).
3. Renuncia a la exigencia de retorno de millones de palestinos a Israel (porque no tiene sentido que se funde un país para luego mandar a sus habitantes a vivir a otro país).
4. Que Europa se mantenga al margen de la negociación (en primera, por su inutilidad demostrada; en segunda, porque es en serio que Europa no es la fuente de las soluciones del mundo; mejor que se dediquen a sus problemas, que son bastantes).
5. Que termine la nociva y contraproducente gestión de Barack Obama (que sólo ha entorpecido las negociaciones durante sus ocho años; Medio Oriente –en general, no sólo Israel y Palestina– está peor que en 2008).

Sin eso, les aseguro: los palestinos no van a tener un estado.

Si no me creen, sólo sigan pendientes de las noticias durantes los próximos 40, o 50, o 60 años.