KERSTEN KNIPP

De acuerdo a la opinión del autor, “muchos tunecinos no quieren que sus compatriotas yihadistas regresen al país. Algunos de sus argumentos son comprensibles. Sin embargo, esta pretensión es, al fin y al cabo, cínica.

Básicamente, los tunecinos y el resto de la mayoría del mundo están de acuerdo: nadie quiere a los yihadistas. En ningún país de este planeta, los seudo-religiosos asesinos y violadores son bienvenidos. Se intenta, a toda costa, evitar a gente de esta calaña. Y no solo se les evita, sino que también se les quiere ver entre rejas.

Los ciudadanos de otros países no podrán entender por qué los tunecinos, como han propuesto algunos, no quieren dejar entrar a sus compatriotras delincuentes de nuevo al país. ¿Por qué los otros países deberían tomar la responsabilidad sobre un problema que le compete a Túnez? Es muy polémico, pero tras el atentado terrorista de Anis Amri bastante acertado. ¿Tienen que sufrir los ciudadanos de otros países el hecho de que Túnez no quiera acoger a sus criminales? Es un escándalo que en el mercado navideño en Berlín, una docena de personas, tanto alemanes como extranjeros, tuvieran que morir no solo por el fracaso de las autoridades alemanas, sino también porque los documentos de identidad de Anis Amri no llegaran a tiempo a Alemania. Y ahora además exigir que otras ovejas negras tunecinas deberían permanecer alejadas de la patria, tiene muy poco que ver con cooperación internacional.

Una democracia frágil y joven

Indudablemente, Túnez es una joven democracia, nacida de una dictadura. El país es económicamente débil. Esto puede influir fácilmente en la estabilidad del Estado de Derecho y las estructuras del país. Incluso más admirable es aún el deseo de los tunecinos de no querer hacer compromisos precisamente con un sistema judicial, no volver a repetir las prevaricaciones de la dictadura de Ben Ali. Emplear estándares legales en los juicios es una gran pretensión que diferencia a este país del resto de la región. Es un tema grave el hecho de que los tribunales del país no puedan demostrar con frecuencia los delitos cometidos por los yihadistas en el extranjero y, por esta razón, los repatriados sean puestos en libertad. Sin embargo, otros países, como Alemania, también se hallan ante el mismo conflicto.

Además, las debilidades no pueden ser una excusa. Irak y Siria tampoco son en la actualidad países especialmente fuertes. ¿Les da igual a los manifestantes? ¿Prefieren que sus compatriotas yihadistas debiliten a estos países en vez de a Túnez? Alrededor de 5,000 tunecinos son miembros de la yihad, sobre todo en los países de Oriente Próximo. Si regresara a casa solo una parte, sería un peligro considerable para la joven democracia tunecina. Pero los sirios y los iraquíes también sueñan con la paz y la estabilidad. Túnez debería aceptar el hecho de que dos de los atentados más graves del año pasado en Europa occidental, en Niza y Berlín, fueron perpetrados por tunecinos. ¿Puede un país permitirse que internacionalmente sea considerado un lugar de incubación del terrorismo?

Túnez tiene que cumplir con su obligación

Es cierto, Anis Amri aparentemente se radicalizó en Europa. Pero los primeros pasos en dicha dirección los dio él mismo. En su país comenzó su biografía criminal con escalas en cárceles italianas y centros alemanes de acogida para refugiados, y finalizó en un atentado con un camión. Y un año antes del ataque, las autoridades alemanas habían decidido que Amri debía ser expulsado del país.

Cada país es responsable de sus ciudadanos y tiene que repatriarlos si por determinados motivos se convierten en personas indeseables en cualquier parte del mundo. Solo así, un país civilizado puede cumplir adecuadamente con su responsabilidad. Si no, dejaría un mal sabor de boca.

 

Fuente:cciu.org.uy