“Y creó Dios al hombre [Adam] en su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”.

En el judaísmo, el primer hombre (Adam) era un ser andrógino. Hombre y mujer estaban juntos en el mismo cuerpo sin separación alguna; no podían hablarse, no podían verse y no podían acompañarse.

Era un ser autosuficiente, tenía las maravillas del Paraíso para disfrutar y deleitarse solo. Los árboles, las frutas y los animales más bellos que han existido en el mundo estaban puestos a la mesa para él. Sin embargo, era un ser incompleto, estaba solo, profundamente solo.

A diferencia de los animales, los cuales fueron creados hembra y macho al mismo tiempo, Dios crea a este ser andrógino antes que al hombre y la mujer por separado. Así se asegura que cada ser humano entienda la necesidad de la compañía; aprenda que la autosuficiencia absoluta es una ilusión y busque siempre a su contrario.

Ésta es la explicación que da la Torá oral a la creación del hombre y la mujer, que se cuenta de dos formas distintas en la Torá escrita.

De aquí se pueden desprender dos enseñanzas básicas sobre parejas amorosas:
En hebreo antiguo la palabra “independencia” no existe, todo ser necesita de otro organismo y de Dios para alcanzar sus fines.

Los momentos en que más explotamos nuestro potencial espiritual es cuando nos acostumbramos a dar y nos acostumbramos a necesitar de la otra persona. Sólo a través del cuidado mutuo, de compartir nuestros logros y miserias, de acostumbrarnos a la compañía podemos crecer; sólo a través de entregarnos a otra persona podemos trascender nuestra existencia personal.

Para que el dar conlleve un crecimiento de por medio, el que da debe ser distinto al que recibe. Las diferencias, especialmente las diferencias sexuales, hacen que nos complementemos de mejor forma.

Una persona crece más cuando se ve forzado a ofrecer algo distinto a lo que necesita; cuando se obliga a adquirir la sensibilidad, inteligencia y sensatez necesarias para regalar algo que sea radicalmente distinto a lo que la persona está acostumbrada a hacer por sí misma; es obligarse a abrir un espacio dentro de su mente y su vida al otro.

La segunda enseñanza tiene relación con las diferencias de género:
Cuando Dios decide separar al ser andrógino y crear a Eva, la primera mujer, el nombre que le da es “Ezer Kenegdo”. Eso quiere decir: “una ayuda en tu contra”. La frase es un oximorón (figura literaria que une dos opuestos), a la vez que plantea la unión y la ayuda plantea la confrontación, la enemistad.

Lo que implica es que desde la primera pareja hombre y mujer estaban enfrentados uno contra el otro. Son dos individuos cuyos deseos, cuerpos y formas son distintos. Sin embargo, pese a sus diferencias tienen el mismo origen (el ser andrógino), son dos partes de la misma alma, fragmentos de un solo ser.

Por eso la confrontación debe de ser una ayuda no una enemistad declarada, representa la individualidad que cualquier pareja sana mantiene, los espacios que se dan uno al otro, los gustos particulares, los amigos propios.

También, representa más que eso, es el cuestionamiento, la lucha. Enfrentarse a alguien distinto obliga a la persona a superar sus defectos, a moldearse para dar cabida a un segundo. Y éste es el punto donde la confrontación es una ayuda.

Cuando hombre y mujer buscan estar juntos tienen que superar sus diferencias para unirse al otro. En pocas palabras tienen que obligarse a ser mejores personas y en ese acto de amor, en el “unirse a la carne del otro” se encuentra el sentido de la creación.

El matrimonio y su consumación es el acto más sagrado al que cualquier persona puede aspirar; los sabios dicen que para este momento fue hecha toda la creación; entre un hombre y su mujer se encuentra la presencia divina. Sólo se logra cuando hay respeto entre ambos, cuando hay un deseo de educarse mutuamente y cuando hay armonía dentro de la casa.

Finalmente, esa unión es el reflejo del nuevo ser andrógino: Hombre y mujer superados por sus contrastes y nuevamente unidos como al inicio de la creación forman un nuevo ser. Un ser que sí puede escucharse, que sí puede verse y sí puede acompañarse entre sus partes.

Fuente: La historia de Adam como un ser andrógino se encuentra en el libro de midrash Genesis Rabbah