La violencia en el gen de los individuos

La violencia en sus diferentes manifestaciones en casi todas las naciones ha adquirido una intensidad alarmante, convirtiéndose en un acontecimiento cotidiano, con impactos impredecibles en la sociedad.

Para los estudiosos de la violencia este no es un fenómeno reciente, está en la esencia del hombre, solo que ahora los medios masivos de comunicación la hacen evidente, el origen de sus causas lo ven desde una óptica social, política, económica, religiosa, de un desequilibrio mental, entre otras, explicadas por la pobreza, la marginación, la discriminación racial, por aspiraciones de poder, el tráfico de personas, drogas y armas, que pueden ser razones válidas, empero, insuficientes para entender cabalmente su etiología.

Aparentemente la explicación de la violencia se vincula con un factor común, la vulnerabilidad de la condición humana; “conforme el ser humano cobra conciencia de su vida y el mundo que lo rodea, descubre en su interior una doble tendencia: una, que lo inclina hacia la destrucción, la crueldad, el odio, el egoísmo y la muerte, y otra, que lo impulsa hacia la vida, la creación, el bien, la solidaridad y el amor”. Erich Fromm, destacado sicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista de origen judío alemán (1900-1980), les llamó a estas dos tendencias, necrofilia y biofilia, respectivamente; la primera se orienta hacia lo destructivo y lo muerto, y la segunda, hacia la vida y el amor. Aquí cabe preguntar ¿por qué se han acentuado los impulsos necrófilos de la gente?, difícil de contestar en el ámbito de este espacio editorial. Pienso que tiene que ver con la pérdida de valores en el seno de los hogares y el desequilibrio manifiesto en los sistemas educativos para inclinar la balanza de las tendencias hacia la alegría de vivir y por fomentar el respeto a sí mismo.

Todo el preámbulo sobre la violencia tiene que ver con dos acontecimientos recientes que me sensibilizaron y me causaron tristeza. El primero se refiere al motín carcelario que se escenificó a principios de este año en el Complejo Penitenciario Anísio Jobim en Manaos, al norte de Brasil, en el que habrían muerto entre 50 y 60 reclusos, aunque fue difícil precisar su número “porque muchos estaban descuartizados”; la rebelión se pudo controlar después de 3 días de iniciada. El origen de la masacre fue la lucha entre dos grupos rivales por el control de drogas. El Estado de Amazonas donde está el penal, colinda con países productores de cocaína como Perú, Colombia y Venezuela, de aquí que el control de las cárceles locales establece el poder sobre esa actividad. El presidio de Manaos tiene más de mil presos, es el más grande del Amazonas, y está controlado de facto por la facción criminal Familia Norte.

Brasil ya ha sido mencionado en diferentes informes de la ONU en relación al no respeto de los derechos humanos en sus cárceles, en virtud de las condiciones deplorables en que operan, con un hacinamiento de 147.0%. El 2 de octubre de 1992 se registró un mayor número de muertos cuando la policía de Sao Paulo intervino para contener una rebelión en la Casa de Detención, en la capital paulista, la imprudente actuación policial terminó con un saldo de 111 presos muertos. De acuerdo a expertos, el sistema penitenciario de Brasil, que alberga a más de 600 mil personas, “acaba con las posibilidades de regeneración de un gran número de jóvenes pobres”; la mayoría de ellos tiene un perfil parecido: más del 60.0% son negros y el 75.0% tienen cuando mucho una educación primaria. El número de prisiones en Brasil se ha incrementado y rápidamente se van llenando, sin embargo, no se ha reducido ni la violencia ni el tráfico de drogas.

Para el magistrado André Bezerra un importante elemento para la sociedad brasileña y para el propio Estado es que los presos no son más que escoria. La lucha entre bandas que provocó el motín en la cárcel de Manaos ha disparado las alertas sobre una espiral de enfrentamientos en otros penales e incluso en las calles.

En las cárceles de México la sobrepoblación y la violencia existentes no tienen que envidiar a Brasil. El año pasado hice una reseña en una Crónica sobre lo que fue el Penal de Lecumberri en la Ciudad de México y tuve oportunidad de realizar un análisis de la trágica situación en que viven los reclusos en el sistema carcelario del país en el presente. El motín de la Cárcel de Topo chico en Monterrey, Nuevo León, que se llevó a cabo en febrero de 2016 como consecuencia de enfrentamientos entre cárteles de la droga originó 49 muertos y 12 heridos. Posteriormente, en junio del año pasado, en ese penal hubo un motín frustrado, ocasionado por protestas por el traslado de varios reos a la cárcel de Apodaca; causó 3 muertos y 20 heridos. Topo chico fue construido en 1947 con una capacidad de alberge de 3,635 internos; la sobrepoblación del penal es casi de 100.0%. En casi todas las cárceles de la República gobiernan con crueldad los delincuentes en complicidad con autoridades.

El segundo hecho que me causó un fuerte impacto es el contenido de un artículo de Daniel Ari, publicado en Enlace Judío el pasado 10 de febrero, bajo el título Rotherdam, capital de la Infamia, en el que se denuncian los violentos abusos sexuales de una joven de 14 años, y que no obstante que ella y su padre habían hecho una denuncia a las autoridades policiales en Holanda, estas no las respaldaron “por temor a meterse a un fregadero”. El asunto de fondo es que la denuncia inicial conduce posteriormente a un informe demoledor que consigna “que entre 1997 y el 2013, al menos 1,400 menores, la gran mayoría niñas de extracción y hogares desestructurados con a veces solo 11 años de edad, fueron violadas sistemáticamente por múltiples delincuentes, secuestradas, trasladadas a distintas ciudades para ser prostituidas, golpeadas e intimidadas”; los castigos que les aplicaban para atemorizarlas son inenarrables.

Sin sorpresas se consignó que los criminales eran todos musulmanes pertenecientes a la comunidad paquistaní de Rotherdam; la policía y los medios se referían a ellos como “la comunidad asiática”, porque sus jefes “les habían prohibido tajantemente hacer ese tipo de referencias para no ser acusados de racistas”. Rotherdam no es un caso excepcional, existen en diferentes ciudades de Europa bandas dedicadas a los abusos sexuales, tráfico de drogas y prostitución de menores. Los delincuentes detenidos han sido en su mayoría hombres de origen musulmán (paquistaníes, kurdos musulmanes y kosovares, entre otros) y entre las víctimas predominan niñas de comunidades no musulmanas (sijs y cristianas). Aparentemente la misoginia de la filosofía del Islam es un factor que no inhibe este tipo de hechos, por el contrario, los alienta. Asimismo, el contubernio policial está asociado a este tipo de actos delictivos que son muy lucrativos.

Ante la afluencia masiva de inmigrantes del Medio Oriente y África, principalmente, a Europa, estas bandas acosan a los infantes que llegan solos; se estima que miles de ellos han sido secuestrados por estas mafias criminales. La cínica y abierta actuación de las bandas criminales de origen musulmán en el Continente, es una razón adicional del florecimiento y fortalecimiento de los partidos racistas de ultraderecha.

La pasividad e incapacidad de los gobiernos europeos para frenar a los depredadores sexuales islámicos, pone en entredicho el multiculturalismo que ha sido una de las banderas principales de la Europa democrática.