En la Torá se usa la expresión “Astir panim” para decir que D-os oculta su rostro al mundo. “Esther” tiene la misma raíz y quiere decir “oculta”. Ni una palabra describe mejor a la reina de Israel y la historia de Purim.

La meguilat (libro) de Esther es el único libro bíblico donde el nombre de D-os no aparece en todo el texto. Sin embargo, todos los sucesos y la peculiaridad de los mismos indican que fue obra divina. Es decir, D-os estuvo presente en cada una de las acciones, aunque no actuó de forma revelada sino a través de medios: a través de la suerte, los sueños y los personajes.

Con Esther sucede exactamente lo mismo. Esther es quien logra hacer que el rey elimine el edicto de exterminar a los judíos, logra salvar la vida de Mordejai, condenar a Hamán y por petición de ella, el pueblo judío ayuna y recibe el perdón divino. Sin embargo, nadie se entera de eso.

Para los judíos de ese momento, Esther entró al palacio real y abandonó su legado ancestral. Ellos ayunaban porque Mordejai se los pedía, no sabían que su líder estaba por ser condenado, ni mucho menos de dónde provenía el cambio de humor del rey. Esther para ellos permaneció oculta.

Pero no sólo para los judíos, para el rey Asuero y su corte también. Ella mantuvo en secreto su judaísmo, su belleza, su amor y su misión: Nadie sabía que era la hija huérfana de Abihail proveniente de la tribu de Benjamín, destinada a redimir a los judíos, nadie sabía de la relación que mantenía con Mordejai y nadie conocía el nombre “Hadasa”, el nombre hebreo que se esconde tras Esther.

Curiosamente, el nombre que le fue dado al nacer también le hace justicia a su ocultamiento: “Hadas” en hebreo es mirto, un árbol de frutos pequeños que esconde su aroma y su sabor.

En Occidente no se consume mucho, sin embargo es muy usado en la cocina hebrea. Destaca por las siguientes características: No tiene sabor ni olor aparente, sin embargo, cuando se exprime revela una fragancia que es muy aromática, pero a la vez potente. Cuando se cocina, sirve para exaltar los sabores de los otros ingredientes; sin embargo, si se usa en exceso produce notas amargas. Es decir, el hadas (el fruto del mirto) destaca por ser extremadamente potente, por esconder sus cualidades y por ser desagradable si se usa en exceso. Estas tres características describen a “Hadasa” (Esther).

En todo el libro, las dos cualidades femeninas que más destacan de ella son: lo cuidadosa que fue en conservar su tzniut (recato) y su poder de convencimiento con el rey (pimiyut).

Ambas se refieren a la mujer a través de su esencia y al igual que el hadas involucran encubrimiento. El tzniut implica cubrir la belleza física para poder encontrar la belleza interior. El pimiyut, por su lado, implica la característica femenina a través de la cual se ganan las guerras.

Hay dos formas de ganar una guerra: a través del enfrentamiento (generalmente armado); es decir, a través de la confrontación y la imposición activa; o a través del convencimiento, la imposición pasiva. Hombres y mujeres usan las dos continuamente, sin embargo, en el judaísmo, la primera se asocia con lo masculino y la segunda con lo femenino.

La forma en que Esther ganó la guerra fue convenciendo al rey de que ahorcara a Hamán y permitiera a los judíos defenderse. Para eso usó elementos femeninos: su belleza, su sensibilidad y su encanto.

Ahora bien, el pimiyut (convencimiento femenino) es efectivo únicamente cuando la persona encuentra su esencia, y envuelve en ella al otro, para lograrlo necesita tener un objetivo claro; como el hadas que libera su sabor al ser cocinado, Esther encontró su objetivo a través de salvar al pueblo judío: tuvo la sensibilidad suficiente para usar su petición de forma que no fuera invasiva con el rey y lograra su cometido, como una buena cocinera que usa la cantidad de mirto necesaria.

Ello nos lleva al tercer nombre de Esther y al segundo significado del “hadas”.

Recordemos que el mirto libera su fragancia cuando es machacado, es decir cuando abandona su individualidad y se consume por completo. Esther es llamada “Esther Hamalka” Esther la reina, porque se convierte en el epítome del sacrificio personal.

Ella no sólo sacrifica su vida, sino su pasado, su nombre, su crecimiento espiritual en este mundo y arriesga su entrada al mundo venidero.

Según fuentes rabínicas, Esther era profeta, eso quiere decir que la presencia divina la rodeaba continuamente. Sin embargo, cuando ingresa al palacio de Asuero, gracias a la impureza del lugar, la profecía la abandona. Es decir, Esther pierde el nivel espiritual en el que se encontraba.

Por si fuera poco, su nombre cambia; pero a diferencia de Abraham y Sarah, que reciben nombres hebreos por haber adquirido una mayor cercanía con D-os, Esther abandona su nombre natal para recibir uno persa que en lugar de elevarla espiritualmente le recuerda su nueva condición: el distanciamiento de la divinidad.

Pese a todo, ese no fue el sacrificio más grande que hizo.

Según varios comentaristas, Esther estaba casada con Mordejai. A lo largo de su estancia en el palacio, se las había arreglado para conservar las leyes matrimoniales. Es decir, nunca se acercó de forma activa al rey. En la halaja (ley judía), gracias a que Esther se encontraba en el palacio contra su voluntad y no había buscado activamente la compañía del rey, era considerada como una mujer que no había roto el pacto matrimonial, podría regresar de manera pura y libre a los brazos de su esposo en cuanto le fuera posible.

Sin embargo, Mordejai, por quien había tenido ese cuidado, le pidió que se acercara por iniciativa propia a los aposentos del rey. Si Esther hacía lo que le pedía rompería directamente la halaja, ya que no podría ser considerada como un elemento pasivo nunca más. Buscar al rey, seducirlo y convencerlo deshace el pacto matrimonial, haría que Esther jamás pudiera volver con su esposo.

En el pasaje en el que Esther se niega a ir, pone como excusa “la ley”. Comúnmente se piensa que habla de la ley persa, ya que era bien sabido por todo el reino que acercarse al rey sin permiso se castigaba con la pena de muerte. Sin embargo, “la ley” se refiere por igual a la halaja. Acercarse al rey, no sólo implicaba el riesgo de morir, sino perder para siempre su estatus de casada y abandonar para siempre la ley judía, la vida a la que anhelaba regresar.
En el momento en que Esther llama a Asuero, jamás volvería a ser Hadasa.

Por eso es el epítome del sacrificio propio, porque sacrificó algo que era más preciado que su vida para ella por un fin más grande: la subsistencia del pueblo judío.

A diferencia de cómo se percibe hoy en día la monarquía, para el judaísmo ser rey es el mayor sacrificio que alguien puede realizar. Los reyes judíos no son servidos por el pueblo, son ellos quienes ofrecen su servicio al pueblo.

Ser rey implica la anulación absoluta de la individualidad para lograr un fin más grande: el conducto que une a D-os y a Israel. Un rey, al convertirse en rey no puede tener deseos propios, sus deseos son las necesidades del pueblo, se ve obligado a abandonar sus anhelos, sus aspiraciones y sus sentimientos. Su ética se convierte en la ética del pueblo y él mismo se convierte en un espejo. Se sacrifica por un fin más grande y a través de la anulación sirve a un objetivo divino.

“Esther Hamalka” fue reina para los judíos porque sacrificó su amor, su vida, la profecía divina y su crecimiento espiritual en este mundo por el pueblo judío. Se convirtió en un engranaje que une a D-os con Israel y una pieza del rompecabezas divino. Es la persona nos ha dado el servicio más profundo.