Después de la Segunda Guerra Mundial, algunos alemanes que poseían bienes artísticos hicieron grandes esfuerzos por garantizar que sus obras no formaban parte del botín de los nazis.

Como las colecciones privadas eran inaccesibles para quienes intentaban rastrear el arte robado, durante décadas las obras de procedencia no comprobada han estado colgadas en hogares y oficinas, y las historias de cómo fueron adquiridas suelen ser vagas, inconsistentes o simplemente imposibles de discutir.

Pero, a medida que una generación de alemanes fallece y su arte se convierte en herencia, varias personas han tomado la iniciativa de investigar los orígenes de sus posesiones.

“No quiero bienes robados en mi pared, así de simple”, sostuvo Jan Philipp Reemstam, quien hace 15 años contrató a un investigador para que examinara la colección que había heredado de su padre, Philipp F. Reemtsma, un industrial del tabaco.

Ahora, para persuadir a más coleccionistas de que realicen investigaciones del mismo tipo, el gobierno alemán ha anunciado que comenzará a subsidiar proyectos como este usando dinero de un fondo nacional de 3,4 millones de euros (unos 3,6 millones de dólares).

“Con este nuevo fondo, podremos apoyar a la gente para que sepa cómo llegaron esos objetos a sus familias”, comentó Uwe Hartmann, jefe de investigaciones de la Fundación Alemana de Arte Perdido. Esta institución revisa solicitudes de los propietarios que piden ayuda y concede apoyos de hasta 300.000 euros (unos 320.000 dólares).

Hasta ahora, el dinero del erario público solo había contribuido a buscar objetos robados en museos y bibliotecas alemanas pero en febrero, se tomó la decisión de ampliar el ámbito de operaciones después de que en 2013 se revelara el acopio de arte de Cornelius Gurlitt en su apartamento de Munich.

“El retrato de Adriaen Moens”, de Antonio van Dyck

Gurlitt había heredado las piezas de su padre, un marchante de los nazis que compraba obras raptadas de hogares judíos o vendidas bajo compulsión por judíos desesperados por escapar. El caso simboliza el problema del arte mancillado existente en las colecciones privadas. Esto creó la sospecha de que, guardadas en áticos y sótanos, podría haber miles de obras que alguna vez fueron saqueadas.

El equipo del gobierno alemán que estudia las piezas de Gurlitt ha identificado cinco que fueron robadas o vendidas bajo compulsión y otras 153 que podrían haber sido botín de guerra.

Hartmann dijo que en años recientes había visto un aumento de coleccionistas privados que querían conocer los orígenes de sus obras. Él estima que se están realizando o ya se han hecho revisiones de decenas de colecciones. Comentó que desde hace mucho tiempo su oficina recibía por correo un paquete con un objeto que, según suposiciones del remitente, había sido robado, pero añadió que desde el caso Gurlitt esos paquetes eran más frecuentes.

“Recibimos cuatro cuadros miniatura con una nota que decía, ‘Sabemos que nuestro padre estuvo en Ucrania’”, relató Hartmann. Pero, continuó, lo único que podía hacer era enviarlos de regreso y subir fotografías a lostart.de, una base de datos en línea con imágenes de piezas de origen dudoso.

Algunos propietarios no necesitaron el descubrimiento de Gurlitt para despertar su curiosidad. En el 2006, pocos años luego de que Reemtsma contratara a la investigadora Silke Reuther para que estudiara su colección, también lo hizo Bettina Horn, quien dirige una fundación encargada de administrar la colección de su esposo, Rolf Horn, fallecido en 1995.

“Es un deber que no termina”, afirmó Bettina. “Si esta generación no lo concluye, entonces recaerá sobre la siguiente”. Reuther no encontró obras robadas en ninguna de las colecciones, aunque sí observó inconsistencias en la procedencia de muchas de las obras.

Jan Philipp Reemtsma, hace 15 años contrató a un investigador para examinar la colección que había heredado de su padre. Credit Bodo Dretzke

Pero la compañía familiar Dr. Oetker, que hace productos alimenticios y de repostería, ha identificado que tienen cuatro obras robadas de las 200 que hasta ahora se han investigado.

El lienzo, “El retrato de Adriaen Moens,” fue pintado en 1628 por Antonio van Dyck y durante muchos años se exhibía en un tranquilo pasillo que conducía a la oficina ejecutiva de Dr. Oetker en Bielefeld. Pintado de perfil aparece Moens, un teólogo de Amberes con un bigote bien cortado y una perilla, viste un atuendo negro, y apoya suavemente sus dedos en las páginas amarillentas de un libro encuadernado en piel.

Este año la compañía anunció que regresaría el cuadro a Marei von Saher, la única heredera de Jacques Goudstikker, un marchante holandés que en 1940 huyó de los nazis. El retrato fue vendido bajo compulsión y llegó a manos del comandante en jefe de la Luftwaffe, Hermann Goering, del gobierno holandés y, finalmente, de un marchante londinense de los viejos maestros antes de que en 1956 lo adquiriera Rudolf-August Oetker, director ejecutivo de Dr. Oetker.

Rastrear al dueño original es parte de un largo proceso de confrontación con el oscuro pasado de la compañía que los hijos de Oetker solo pudieron emprender después de la muerte del patriarca en 2007. Oetker era un líder de ataque (untersturmführer) de la Waffen-SS cuando en 1944 tomó las riendas de la compañía de su padrastro, un nazi apasionado. Después de la guerra, defendió el historial de la empresa durante el Tercer Reich y veneraba los logros de su padrastro.

Pero el Dr. Oetker se había beneficiado de sus contactos con la SS y la Wehrmacht, además de “arianizar” propiedad judía, según fue demostrado por un estudio muy completo realizado por tres historiadores. Después de que en 2013 se publicara el estudio, “fue claro que el siguiente paso requeriría de un acercamiento académico para investigar la procedencia de los objetos de arte de la colección,” afirmó Jörg Schillinger, historiador y vocero de la empresa.

En octubre, la compañía anunció que habían contratado a un investigador para indagar sobre las antigüedades de oro y plata de la colección, así como de porcelana y cientos de cuadros adquiridos por Oetker. Además del van Dyck, anunciaron que regresarían “Primavera en las montañas” de Hans Thoma a los herederos de Hedwig Ullmann, un judío coleccionista de arte que huyó de la Alemania nazi antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Dada la legislación alemana, los herederos de los dueños judíos originales dependen de la buena voluntad de los coleccionistas privados. Mientras que los museos están limitados por los Principios de Washington —que son de carácter internacional y obligan a instituciones públicas a llegar a acuerdos “justos y equitativos” con los herederos si llegaran a encontrar en su posesión algún objeto saqueado por los nazis—, dichos principios no son aplicables a colecciones empresariales o a individuos, y la ley protege a los actuales dueños de arte robado con un estatuto de limitaciones y otras defensas.

Uwe Hartmann, jefe de investigaciones de procedencia de la Fundación Alemana de Arte Perdido Credit Fundación Alemana de Arte Perdido
Pero Hartmann, quien ayuda a administrar el programa de fondos gubernamentales, dijo que la generación actual es consciente de la restitución y está dispuesta a hablar del asunto.

“En algunos casos, este tema era tabú cuando sus padres aún vivían y los hijos apenas ahora están dispuestos a discutirlo”, explicó.

Sebastien Neubauer, de 31 años, dijo que se enfrentó a asuntos del pasado familiar cuando su abuela murió. Él y otros parientes heredaron el “Bailarín español”, un cuadro de Gustave Doré que era uno de los favoritos de su abuela. Siempre lo había descrito como un viejo tesoro de familia, uno que salvó cuando la casa de la familia en Leipzig fue bombardeada en 1943; ella se había llevado el cuadro en una maleta junto con otros objetos.

Sebastien Neubauer dijo que se enfrentó con su pasado familiar cuando murió su abuela.

Pero después de su muerte, la familia de Neubauer descubrió una historia diferente en cartas que su padre le había enviado a ella durante la Segunda Guerra Mundial. Su padre escribió que había adquirido el cuadro en París sin costo alguno y dijo que era una compensación por las piezas que la familia había perdido durante el bombardeo a Leipzig.

“Es muy claro que fue robado”, concluyó Sebastien, un politólogo estudiante de doctorado. “La historia de la maleta sí es verdad, pero el cuadro no estuvo ahí”.

La pregunta para Sebastien, su madre y su tía era: “¿Queremos ser cómplices de este crimen? ¿Queremos obtener un beneficio de él?”, se preguntó. “No. Todos estuvimos de acuerdo en regresarlo al dueño. No nos lo queríamos quedar”.

Contactó a decenas de funcionarios gubernamentales y de museos, y el equipo de Hartmann publicó “Bailarín español” en lostart.de. Nadie ha reclamado el cuadro que ha estado en la página desde 2009.

“Yo creo que hay muchas historias así, tantos objetos perdidos que habitan en hogares,” dijo Neubauer. “Con un silencio mortal que pende sobre ellos”.

Fuente: Nytimes