Hace dos semanas, el jefe de las Fuerzas de Defensa de Israel, Gadi Eisenkot, asumió la medida inusual de confirmar las declaraciones en los medios de comunicación sobre el asesinato, el 13 de mayo del 2016, del comandante militar de Hezbolá, Mustafá Badreddine.

TONY BADRAN

El mes pasado, un informe en video en la red saudí Al-Arabiya había afirmado que el asesinato de Badreddine no fue obra de Israel o de facciones sirias rebeldes. El informe sostuvo que en cambio el ex comandante de Hezbolá fue tiroteado después de una reunión con el comandante Qassem Soleimani de la Fuerza Quds—ejecutado bajo las órdenes de Soleimani y el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah.

Una semana después, un segundo informe en el diario alemán Die Welt reiteró la afirmación de Al-Arabiya y la mayoría de sus detalles. “Estos informes,” dijo Eisenkot, ” correspondían con la información que tenemos y con nuestra evaluación.” Lo que esto mostró, continuó, fue “la extensión de la crueldad, complejidad, y tensión entre Hezbolá y su patrón Irán.”

Israel se abstiene tradicionalmente de comentar oficialmente, de una u otra forma, sobre asesinatos selectivos de este tipo donde se sospecha de su participación. La razón es obvia: si fueras a negar responsabilidad por una operación particular, entonces si no la niegas la siguiente vez, eso sería tomado como una afirmación efectiva de responsabilidad. Vadear en estas aguas, por lo tanto, es una trampa.

Esto es especialmente así con Hezbolá. La organización ha culpado a Israel por asesinar a Imad Mughniyeh, uno de sus miembros fundadores y su principal comandante militar, en el 2008. En su momento, Hezbolá prometió tomar represalias por el asesinato, y ha pasado muchos años tratando, sin éxito, de hacerlo en una forma convincente. Hezbolá todavía considera el asesinato de Mughniyeh una cuenta sin saldar.

Para Israel, evitar adjudicarse la responsabilidad por el asesinato de Badreddine en ese entonces habría estado en concordancia con la práctica establecida. Lo que es más, Hezbolá se apartó bruscamente de acusar directamente a Israel por el asesinato. De haberlo hecho, la afirmación habría puesto presión sobre el grupo para tomar represalias, lo que a su vez podría haber provocado una guerra hecha y derecha en una época en que el grupo estaba involucrado fuertemente en Siria.

Debido a que Israel también habría buscado evitar la escalada, mantener un silencio oficial sobre el tema habría sido prudente. En su lugar, Eisenkot rompió el protocolo. Dio crédito a los informes de los medios de comunicación que colocaron la responsabilidad sobre Soleimani y Nasrallah. La pregunta es ¿por qué?

Cabe decir que la afirmación de que el asesinato de Badreddine fue un trabajo interno no es nueva. En el momento de su muerte, algunos en la prensa israelí plantearon la teoría de que fue el resultado de una disputa interna. Entonces, y ahora, la afirmación estuvo basada en informes de medios de comunicación árabes, a saber, un informe del 2014 en el diario kuwaití Al-Siyassa citando fuentes anónimas, que habló sobre tensiones con Badreddine en la jerarquía de seguridad del partido con respecto a su organización de seguridad externa. El informe destacó la reputación de Badreddine como un playboy y citó sus supuestos romances como una desventaja. Sin embargo, como ocurre con tales informes, las fuentes son escasas, y el diario kuwaití en cuestión es un conocido conducto de información de guerra contra Hezbolá.

La cuestión de las fuentes para todos estos informes es importante. Por ejemplo, una de las primeras afirmaciones de que Badreddine fue ejecutado por su propio bando llegó de un jeque chií en un sitio web libanés anti-Hezbolá en agosto último, durante la batalla por Alepo. El autor, quien fue profundamente crítico de la participación de Hezbolá en Siria, se refirió a la muerte de Badreddine, sin nombrarlo, y afirmó que el fallecido comandante militar había querido salvar a sus hombres de “la trampa de Alepo,” y, como resultado, fue liquidado por el liderazgo de Hezbolá. No quedó claro como obtuvo la información este jeque.

Y sin embargo este artículo fue una de las poquísimas fuentes citadas en el informe de al-Arabiya en apoyo de la tesis de que Badreddine fue víctima de un trabajo interno. De igual manera, Die Welt citó a la misma fuente de la oposición chií en su informe, que es esencialmente una reiteración del de al-Arabiya, junto con una presunta confirmación de un “servicio occidental de inteligencia” no especificado que así fue como encontró su fin Badreddine.

La escasez de fuentes es un problema. El otro es la narrativa explicando por qué Badreddine fue liquidado supuestamente por su propio bando. Por ejemplo, el informe de al-Arabiya combina dos presuntos motivos: uno fue un resentimiento personal entre Soleimani y Badreddine; el segundo fue el deseo de Nasrallah de eliminar a un camarada que se había vuelto supuestamente un riesgo debido a su rol en el asesinato del ex primer ministro libanés Rafik Hariri.

Los detalles de la presunta disputa entre Soleimani y Badreddine son confusos y se encuentran en conflicto entre sí. Por ejemplo, el informe de al-Arabiya afirma que Soleimani fue impulsado por una ambición personal de asumir todo el mando operativo en el teatro sirio. Esta tesis asume que Soleimani ya no está mandando en Siria; pero está, reportando en forma directa al Líder Supremo. Ignorando la verdadera cadena de mando de Irán en Siria, la narrativa postula que los “celos” de Soleimani lo llevaron a descartar lo que describió como la enorme experiencia y logros de Badreddine en el campo de batalla. Badreddine, decía la narrativa, fue un exitoso comandante de campo que discrepó con los planes tácticos de Soleimani, y resentía de la voluntad del comandante de la Fuerza Quds de sacrificar a los soldados terrestres de Hezbolá a fin de proteger a las tropas iraníes.

Sin embargo, la evidencia ofrecida para este choque—un párrafo en un artículo en el kuwaití Al-Rai—no se sostiene. Sí, describe los desacuerdos de Badreddine con oficiales iraníes (no específicamente Soleimani) en el campo de batalla sirio. Pero muestra también cómo un Badreddine obstinado lideró un ataque sin coordinar con los rusos e iraníes, el que resultó en la muerte de 11 combatientes de Hezbolá. Entonces, ¿quién estuvo usando en forma descuidada a los soldados terrestres de Hezbolá?

No tiene sentido—excepto en el contexto de la guerra de información árabe. El informe juega bajo narrativas comunes y temas comunes con la intención de tocar una cuerda muy específica con los públicos árabes, en este caso chiíes árabes. En este contexto, Badreddine es un chií árabe indignado por la altivez persa de Soleimani y la indiferencia cruel del comandante iraní hacia las vidas de los chiíes árabes, sacrificados al servicio de los intereses iraníes. Y como contrario a Badreddine, el noble guerrero árabe que toma el campo con sus hombres, Nasrallah, es el lacayo de los iraníes.

El tema está claro: los chiíes libaneses están siendo tomados por tontos por los iraníes. El informe de al-Arabiya entonces termina con una pregunta acerca de si habrá más de tales ejecuciones a manos de Soleimani y Nasrallah, y si habrá divisiones dentro de la comunidad chií libanesa como resultado. Y esta es la línea que recogió el jefe de las Fuerzas de Defensa de Israel, Gadi Eisenkot: la perspectiva que haya tensiones entre Hezbolá e Irán.

Esto es altamente especulativo. Peor, ignora hechos fundamentales sobre la historia de la relación entre Hezbolá e Irán, comenzando por el propio Badreddine, quien era miembro de la generación fundadora de Hezbolá. Él, como Mughniyeh, era un agente iraní de confianza que condujo muchas operaciones para y bajo la supervisión de los Guardias Revolucionarios. Esta relación se remonta hacia casi 40 años atrás. Los iraníes conocían íntimamente a Badreddine. Él fue un miembro principal de una estructura bien definida durante cuatro décadas, y había estado en el teatro sirio por años. La noción de que la “ambición personal” de Soleimani de convertirse en comandante general de operaciones (lo cual él ya es) es lo que llevó a la ejecución de Badreddine ignora la naturaleza y funcionamiento de esta estructura bien definida.

En segundo lugar, la ejecución de un alto comandante de Hezbolá de la primera generación es algo no escuchado y sin precedentes en las cuatro décadas de la historia de la organización. Hubo tensiones en el pasado entre el primer secretario general de Hezbolá, Subhi al-Tufayli, y los iraníes. Fueron resueltas poniendo a un lado a Tufayli y finalmente sacándolo del grupo, no matándolo. Uno imaginaría un curso de acción similar—una visita con el Líder Supremo, o una larga vacación en Isfahan, o una reasignación en Irak, etc. —de haber existido tal problema con Badreddine. La ejecución interna no es la forma en que Hezbolá resuelve las disputas con los ancianos de la familia.

La narrativa que describe tensiones entre Hezbolá e Irán revive ideas erradas estándar sobre su relación. Tal vez la idea errada más prominente es que Hezbolá es fundamentalmente independiente de Irán, o que hay tensión entre la “identidad libanesa” de Hezbolá y su fidelidad hacia Irán. Estos son los mismos fundamentos errados que llevaron a los políticos y analistas occidentales hace 20 años a hablar sobre la “libanización” de Hezbolá. Estos puntos de conversación especulativos fueron echados a la basura en la década anterior y debieron haber sido enterrados en Siria.

Quién sabe por qué Eisenkot violó el protocolo y comentó sobre el asesinato de una figura de Hezbolá del que muchos pensaban que Israel fue responsable. Si fueron los propósitos de guerra psicológica, fue poco sabio basarla en un tropo que se ha encontrado detrás de ideas equivocadas que han malinterpretado la naturaleza real de la relación entre Hezbolá e Irán.

Fuente: The Weekly Standard
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México