DVORA WAYSMAN

Cincuenta años después de la división de Jerusalem por la ocupación jordana, finalmente fue reunificada. Los nombres que hoy forman parte del vocabulario diario de los habitantes de Jerusalem – Colina Francesa, Colina de las Municiones, Casa de Gobierno – fueron, en 1967, terribles zonas de batalla donde los ejércitos se enfrentaban uno al otro en batallas mortales.

Los indicios de la guerra, no por nuestra iniciativa, se desencadenaron el 7 de abril de 1967, cuando los sirios abrieron fuego contra los tractores israelíes que trabajaban cerca del Kibutz Ha’On, al este del Kineret. Las FDI devolvieron el fuego y los sirios comenzaron a bombardear los poblados. Los aviones de la Fuerza Aérea de Israel fueron enviados para destruir las baterías de artillería. Los MIGs de Siria trataron de interceptarlos, y hubo combates sobre el Kibutz Shamir. Seis aviones sirios fueron derribados. Siria exigió que el presidente Nasser de Egipto interviniera; los sirios anunciaron, falsamente, que Israel estaba concentrando sus fuerzas en la frontera norte. Nasser envió una fuerza masiva al Sinaí el 14 de mayo. Las fuerzas de mantenimiento de la paz de las Naciones fueron expulsadas. La guerra era ahora era inevitable.

En el frente, 300,000 soldados israelíes estaban ahora desplegados a lo largo de la frontera egipcia esperando que el gabinete tomara una decisión sobre la acción preventiva. Hubo reuniones frecuentes entre el primer ministro Levi Eshkol y el Jefe del Estado Mayor de las FDI, Yitzhak Rabin. El presidente de Estados Unidos Lyndon Johnson pidió a Israel que mostrara “moderación”. Se pidió a Egipto que no exacerbara la situación, pero Nasser cerró el Estrecho de Tirán, otra acción hostil.

La guerra estalló el 5 de junio. Los aviones israelíes destruyeron la Fuerza Aérea de Egipto, Siria y Jordania en cuestión de horas. Israel tendría absoluta supremacía aérea durante los seis días de combates.

Las FDI entraron al Sinaí por tierra. Entonces Jordania comenzó a bombardear Jerusalem, disparando sin cesar y causando muchas víctimas, mientras que los aviones sirios atacaban la Bahía de Haifa y los poblados del norte.

El 6 de junio, paracaidistas israelíes rodearon la Ciudad Vieja y a las 10 de la mañana del 7 de junio liberaron el Muro Occidental y el Monte del Templo. Desde las cercanías del Kotel, el general Motta Gur anunció emotivamente por la radio: “¡El Monte del Templo está en nuestras manos!”

El Gran Rabino de las FDI, mayor general Shlomo Goren, llegó al Kotel y tocó el shofar: “Este es el día que hemos estado anhelando. Regocijémonos en él”, dijo.

La impactante victoria de Israel en la Guerra de los Seis Días, con Jerusalem, todo el Sinaí y el corazón bíblico de Eretz Israel (la Tierra de Israel), ahora bajo soberanía judía, creó una euforia en todo el país. Al mismo tiempo, había una terrible tristeza por el precio que se había pagado.

Jerusalén fue el centro de la mayor celebración. Todo el día la radio tocaba “Jerusalem de Oro” de Naomi Shemer – “Yerushalaim shel Zahav”. La canción había sido lanzada semanas antes de la guerra y rápidamente se convirtió en el himno de la victoria. Shemer añadió un versículo final sobre la reunificación de la ciudad.

Tres años después, llegué a Jerusalem con mi esposo y mis cuatro hijos. Cuarenta y seis años han transcurrido desde entonces y mi amor por la ciudad se ha profundizado cada día más. Hubo tiempos difíciles y angustia cada vez que uno de nuestros hijos se reclutaba al ejército. Cuando nuestro hijo sirvió en el Líbano como paracaidista, incluso nos preguntamos si habíamos tomado la decisión adecuada al traerlos aquí desde Australia. Ahora la mayoría de sus hijos (del ejército) se han liberado o siguen sirviendo en el ejército y ninguno de ellos siente que tomamos una decisión equivocada.

Nuestros pies pisaron las piedras en las que bailaba el rey David. Rezamos en el Muro Occidental donde la Shejiná (presencia de D-os) aún persiste. Caminamos por donde reyes, conquistadores, sacerdotes, soldados y hombres santos han caminado por miles de años, siglo tras siglo. Todos los días nos bañamos en la única luz dorada que innumerables artistas se han esforzado por capturar.

Cada barrio de Jerusalem es diferente: callejones tranquilos que vagan al azar; bulliciosos mercados llenos del colorido y el olor picante del Medio Oriente; los patios amurallados se suavizaban con una mirada de vegetación. Es una metrópolis antigua y a la vez moderna, donde la gente trabaja, juega, compra, conduce, discute y ama.

La ciudad de Jerusalem son lugares sagrados donde se susurran oraciones y se invocan bendiciones. Colinas tranquilas silueteadas con pinos, cementerios para la gente mayor e, inevitablemente, cementerios militares para los jóvenes. Parques donde los niños ríen y los bebés con hoyuelos son llevados en sus carriolas.

Como lo he hecho por más de cuatro décadas, este Día de Jerusalem, daré gracias a D-os por el privilegio de vivir aquí y rezar para que la paz llegue finalmente a Jerusalem, para siempre.

Fuente: Jewish Press / Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico