LUIS WERTMAN ZASLAV

La seguridad pública es un asunto que va más allá de patrullas, policías y pistolas. Se trata de un complejo sistema de prevención, ejercicio de la autoridad, procuración de la justicia, reparación del daño y un eventual castigo a quien viola la ley. A ello debemos sumarle la percepción sobre la seguridad, un importante (aunque inestable) indicador acerca de qué tan seguros nos sentimos diariamente.

Me refiero a la inestabilidad de la percepción, porque de forma periódica la medimos como un factor aislado. Es probable que ese principio haga a un lado elementos indispensables para explicar no sólo las variaciones en el clima ciudadano respecto de la seguridad, sino en la propia construcción de las estadísticas que la siguen de manera periódica.

Primero, la seguridad en una ciudad engloba factores de movilidad, acceso a la salud, empleo digno, buena infraestructura pública, servicio de recolección de basura, pavimentación, iluminación y espacios de convivencia que le permitan a sus habitantes caminar, hacer deporte, divertirse y llevar a cabo sus actividades con tranquilidad.

Si olvidamos estos elementos, mediremos parcialmente el comportamiento de la seguridad pública. ¿Qué tiene que ver el hecho de que los paseantes en un parque no recojan las heces de su animal de compañía, con sentirme seguro en la calle? Mucho, en realidad.

Para empezar, es una señal —de muchas— hacia la delincuencia. Por ejemplo, una mala iluminación en áreas supuestamente públicas incrementa el robo a transeúnte en la zona. El descuido o la acumulación de basura en las calles, dispara la sensación de inseguridad y convence a los vecinos de quedarse en casa.

Además de recibir miles de llamadas diarias, las 24 horas, al 5533-5533, el Consejo Ciudadano tiene la posibilidad de entrar en contacto con prácticamente el mismo número de capitalinos que, amablemente, siguen en contacto.

Gracias a esa conexión, de manera regular le preguntamos a una muestra representativa cómo se siente y, sobre todo, buscamos entender las razones por las cuales se actúa respecto de la seguridad (o a la falta de ésta).

Los resultados son muy interesantes. Hemos descubierto que, en las calles o colonias donde existe una relación mínima entre los vecinos y sus policías de cuadrante (la Ciudad de México está dividida en 847 de ellos, determinados por criterios de densidad de población, terreno, acceso, entre otros) la sensación de seguridad es alta, sin importar lo que digan las cifras (oficiales o no).

Pasa lo contrario en los lugares donde no hay ningún vínculo; ahí la percepción de seguridad es baja y los números no la alteran, aunque éstos sean positivos en el combate de los delitos.

Es probable que lo anterior ocurra porque el policía es el primer servidor público con el que hacemos contacto en la calle si necesitamos cualquier asistencia y en gran parte de su jornada laboral (70 por ciento del tiempo) los policías ayudan con una diversidad de acciones. Desde mediar en disputas domésticas, hasta —no es broma— bajar gatos de los árboles.

Esto no quiere decir que apoyen en estos hechos y dejen de perseguir probables responsables, al contrario, pero el crimen es una organización que responde a las mismas leyes de la economía que cualquier otro negocio; por lo tanto, tiene horarios, zonas y esquemas de operación que no cubren todas las horas de un día.

Sobre eso escribiremos la próxima ocasión, mientras tanto, no estaría de más que se acerque a sus policías de cuadrante, sepa sus nombres y tenga a la mano sus números de teléfono móvil. Su calidad de vida se lo agradecerá.