IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO — Karl Marx fue un filósofo un tanto estrafalario. Planteó una doctrina política y económica a partir de sus muy sesudas reflexiones, y en dicha doctrina explicó cómo funciona la humanidad. Lo estrafalario es que lo hizo prácticamente sin salir de Alemania.

Sus muchos seguidores, especialmente a lo largo del siglo XX, no pudieron resistir a la tentación de continuar con esa idea de que la teoría surgida de la reflexión está por encima de la realidad. En todos y cada uno de los experimentos marxistas que se hicieron (desde la Rusia bolchevique hasta la Venezuela Bolivariana), se ha caído en el mismo dislate de intentar que la realidad se ajuste a la teoría.

Por eso, sus evidentes fracasos.

Salvo unos pocos ideólogos peleados con la realidad, la mayoría de los académicos, filósofos y especialistas del mundo están conscientes de que el Marxismo no ofreció una solución práctica para los problemas de la sociedad, y que por lo mismo se requiere de una revisión a fondo de sus postulados para sacarle provecho a otras cosas que, indiscutiblemente, fueron un gran aporte por parte de Marx. Sin embargo, se han quedado atorados en una idea extraña que, mezclada con la soberbia europea resultante de varios siglos de colonialismo, se está traduciendo en una absoluta incapacidad para entender el problema del terrorismo y, peor aún, para plantear soluciones efectivas.

La idea retorcida es que la religión sólo es un pretexto, y lo que hay de fondo son intereses económicos o políticos.

Por supuesto, en el caso concreto de ataques como el de Barcelona, no hay intereses evidentes por parte de los atacantes. En el aspecto económico, es obvio que no hay ventaja alguna que puedan obtener; en el político, tampoco. Entonces se procede a un refracción en la interpretación del asunto: los ataques son una reacción contra el modo en que Europa ha intentado defender sus intereses económicos y políticos en Medio Oriente.

Las mentes más débiles de inmediato apelan al asunto del petróleo, y repiten el mantra de que Estados Unidos quiere controlar el petróleo de Siria (extraño, porque antes de comenzar su guerra civil, Siria producía 66 mil barriles de petróleo diarios, y Estados Unidos producía más de 8 millones; ahora mismo Siria no produce casi nada, y Estados Unidos anda alrededor de los 10 millones). Los que intentan ser más sofisticados hablan de “intereses geopolíticos” en abstracto, y los que no pueden evitar rendirse a su judeofobia apelan a que la culpa es de Israel por maltratar a los palestinos.

En todos los casos, la idea central es “la culpa es nuestra por provocarlos”.

Resulta interesante que después del atentado en Orlando, Florida, en el que 15 personas fueron asesinadas en un bar gay, un grupo islámico extremista publicó una nota en la que alababa el ataque perpetrado por Omar Mateen, pero donde también explicaba por qué los yihaidistas odian a occidente y están en guerra con nosotros.

Concretamente, dan seis razones:

  1. Porque no creemos en Allah.
  2. Porque somos liberales (es decir, prohibimos cosas que el Islam no prohíbe, y permitimos cosas que el Islam no permite).
  3. Porque tenemos muchos ateos.
  4. Por nuestros “crímenes contra el Islam” (entiéndase: por nuestras transgresiones contra el Islam).
  5. Por nuestros crímenes contra los musulmanes.
  6. Por invadir tierras musulmanas.

Bien. Los puntos 5 y 6 podrían ser citados por nuestros trasnochados teóricos europeos o latinoamericanos, pero hay una aclaración al respecto muy pertinente que se publicó en esa nota. Dice lo siguiente:

“Lo que es importante de entender aquí es que aunque algunos argumentarán que vuestras políticas exteriores son lo que impulsa nuestro odio, esta razón en particular para odiarlos es secundaria, y por eso la pusimos al final de la lista. La realidad es que, incluso si ustedes dejaran de bombardearnos, aprisionarnos, torturarnos, vilipendiarnos y usurpar nuestras tierras, los continuaríamos odiando porque nuestra principal razón para odiarlos no dejará de existir hasta que ustedes abracen el Islam”.

Pero no. La postura occidental —heredada del Marxismo— es pedante por definición, y se puede resumir en algo así como “no, tú no te entiendes, porque eres un bárbaro recién bajado de tu camello; deja te explico, yo que soy académico, por qué me odias…”.

La mayoría de los teóricos occidentales se ha negado a ver la simple y llana realidad: la motivación de la Guerra Santa islámica es netamente religiosa. Parece que semejante ceguera es inevitable porque es una realidad que se sale del manual de recetas filosóficas del Marxismo, pero la tendencia heredada no es hacerle ajustes a la teoría para que se acerque a la realidad, sino intentar forzar la realidad para que se parezca a la teoría. Claro, eso es un eufemismo. Lo que termina por suceder es que se cae en una completa incapacidad para entender la realidad, y ello deriva en una absoluta inutilidad a la hora de intentar resolver los problemas concretos.

Occidente tiene que entender que Marx hizo un brillante (aunque no infalible) análisis de la realidad europea, pero que las sociedades de los otros continentes no evolucionaron igual. Por lo tanto, dicho análisis resulta improcedente fuera del contexto europeo.

No hay que ir tan lejos: América Latina es un territorio “europeo” si nos atenemos al tipo de civilización predominante. Y, sin embargo, el Marxismo no ha funcionado aquí, ni ha producido un análisis objetivo de nuestra realidad. La razón es simple: lo que somos como sociedad semi-europeizada, no lo somos por evolución (como si lo fue Europa), sino por imposición. Las sociedades prehispánicas ya tenían su propio trayecto recorrido, y la imposición que produjo la conquista europea generó dinámicas sin parangón en Europa. Por lo tanto, el análisis teórico basado en los parámetros del Marxismo siempre fue, es y será incompleto.

Lo prueba la penosa irrealidad en la que se han desenvuelto los proyectos marxistas en América Latina, cada uno más catastrófico que el otro.

Pero para eso se inventaron los pretextos: “es culpa del complot yanqui”. Ese siempre es bueno para desahogar el tema en discusión, pero no sirve para detener a los terroristas islámicos.

Mientras nuestros teóricos, especialistas y académicos sigan cerrándose a la realidad de que hay una motivación religiosa (y, por lo tanto, irracional en el sentido de que no está dispuesta a sentarse a razonar), Europa seguirá intentando estrategias inútiles, como “respetar la diversidad cultural” y dejar que los musulmanes vivan en ghettos donde se aplica la Sharia y no las leyes europeas.

El objetivo era mantenerlos contentos y, obviamente, tranquilos. Pero hace mucho que quedó claro que se logró todo lo contrario.

Y el asunto no es estable. Sigue empeorando.

Todo parece indicar que en muchos lugares la batalla está perdida. Las políticas de países como Alemania o Italia están logrando controlar la violencia terrorista, pero no la están resolviendo (Alemania, por su proverbial disciplina para hacer las cosas; aún así, ha sufrido atentados graves; Italia, porque tiene mucha experiencia lidiando con grupos criminales de gran envergadura, como las mafias siciliana y calabresa). Otros países están logrando mantenerse al margen de lo peor de este problema, como la República Checa, Hungría o Polonia, pero a costa de asumir una política durísima contra la inmigración musulmana.

Pero en países como Francia, Inglaterra, Bélgica y España, el asunto tiende a complicarse cada vez más, y está claro que sus gobiernos no van a dar un giro que los obligue a ponerle fin a sus estrategias fallidas (controlar la inmigración, obligar a todos los musulmanes a sujetarse al marco legal europeo, reducir o eliminar las subvenciones y ayudas sociales para que todos los inmigrantes se pongan a trabajar, cerrar las mezquitas desde donde se predica la yihad, deportar a los extranjeros que sean un riesgo para la seguridad nacional). Entonces, sólo queda una salida: el fortalecimiento de la derecha.

Lo cual tampoco es una solución.

Pero mientras la ruta europea siga en el mismo camino, cada vez más votantes van a considerar más en serio la posibilidad de darle su voto a personas como Marion LePen, y entonces el problema va a llegar a su punto crítico: la verdadera guerra de civilizaciones.

Eso es lo que los extremistas musulmanes quieren. Por motivos religiosos. RE-LI-GIO-SOS. Y eso es lo que los líderes —políticos o de opinión— europeos no han podido evitar.

Y parece que ya es muy tarde.

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