Enlace Judío México.- Mi amigo Abraham Levy, que emigró de México a Israel hace ya mucho tiempo, llegó a los cincuenta años sin más problemas que los usuales en un individuo de nuestra clase media israelí, casado, con cuatro hijos, deportista asiduo y empleado en la Municipalidad de Tel Aviv. Un tipo lo que diríamos, normal.

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Además, Abraham, como tantos otros hombres “normales”, iba a la sinagoga todos los viernes para recibir el sábado, y durante las festividades hebreas. Como la mayoría de los hombres “normales” de este país votaba por el partido del gobierno, el likud, cada cuatro años, lo uno y lo otro no tanto por enraizada convicción, sino por la fuerza de la costumbre, la rutina.

Los días viernes, en los cuales las municipalidades cierran, se echaba un par de cervezas con los amigos en Hashoftim, un bar en Tel Aviv de sus amigos Itamar y Neta. A veces iba con su mujer al cine Lev en el Dizengoff Center y en el verano viajaban al Mar Muerto. Una vez al año pedía un préstamo al banco y quedaba debiéndole, pero no le importaba, y se marchaban de vacaciones a la Ciudad de México. En realidad Levy le debía mucho dinero, desde hacía veinte años, al banco Hapoalim, y estaba solventando su descubierto todo el tiempo. Después de varios años seguía pagando su televisor, su departamento, sus viajes a Europa, y todo, todo, en abonos.

En fin, que mi amigo era un individuo del clásico montón israelí, de los que van “tirando” por la vida sin pena ni gloria (con más pena que gloria creo yo), dentro de su minúsculo presupuesto, sin mayores ambiciones que la de sacarse alguna vez la lotería, el Loto. A excepción hecha de las cervezas de fin de semana, el señor Levy no tenía vicios. Debo aclararlo, vicios caros. A su mujer Nava por ejemplo, a pesar de haber engordado como engordan las mujeres en este país después de los cuarenta, y de que se pasaba la vida quejándose por una razón u otra como que “le tengo miedo a los misiles”, “quiero un refrigerador nuevo como el de Miriam nuestra vecina”, “este país es corrupto como cualquier otro”, etc., todavía le gustaba ir a bailar de vez en cuando en la playa, sobre todo durante los veranos. Por lo tanto puede decirse que mi amigo Levy no tiraba el dinero, antes que nada porque no lo tenía, y en segundo lugar porque en realidad no había nada que él considerara que valía la pena en que gastarlo.

Y de repente en Israel comenzó a aumentar todo el coste de vida en forma desproporcionada, y Abraham Levy ya no sabía cómo hacer para afrontar sus gastos y llegar a fin de mes. El pan subió de 2 shekels a 21, el alquiler del apartamento de 1800 a 4900, las compras en el supermercado de 300 a 1000. Vivir en este país ya le resultaba prácticamente imposible. Su sueldo se había tornado más que insuficiente, y apenas si le alcanzaba para pagar todos sus gastos.

Abraham solía jugar solo por entretenimiento al Loto, al Toto y a la raspadita, pero todo muy de vez en cuando. Pero como nos pasa a todos o a casi todos, un día fatídico se le ocurrió empezar apostar al Winner, el juego de las apuestas deportivas de la Lotería.

El deporte en Israel, a diferencia de otros países, no es una parte importante de la cultura del país, pero en algunos sectores fue ganando su lugar. Por más que el baloncesto es el deporte más popular, de a poco el fútbol se le fue acercando, principalmente gracias a las apuestas del Winner y a las transmisiones de los partidos de España, Italia e Inglaterra. El baloncesto, el fútbol y las apuestas, son los deportes más populares entre la población israelí. El fútbol es controlado por la Asociación de Fútbol de Israel, que se encarga de organizar la liga, la copa y la selección nacional, y como dicen que su nivel es tan malo, los israelíes suelen ver más los partidos europeos y de las grandes ligas extranjeras que los campeonatos locales.

La lotería en Israel, llamada Mifal Hapais, se ha convertido en los últimos años en una gallina de huevos de oro. Las ganancias de todas las variantes de la lotería como el Loto, el Toto, la raspadita, la quiniela y sobre todo del Winner, aumentan en millones año tras año, así como también los individuos que apuestan… y que tienen suerte (como siempre, generalmente son los menos). Pero quien más gana es el país, que junta dinero a borbotones.

Hace 44 años los apostadores tenían que adivinar solo 6 juegos en dos sorteos de la lotería por semana y recibían una sola tarjeta para adivinar los juegos de futbol los sábados. Más adelante se raspaba algo llamado jish gad y en 1994 nació el juego Chance, un sorteo que podía hacerse una vez al día. Hoy ese sorteo de la lotería es cada dos horas. Y el Winner, ofrece más de mil posibilidades de sorteos por semana en los distintos rubros del deporte. Y por supuesto, en esta Era están las apuestas electrónicas donde se puede apostar a cada instante. Detrás de todo esto hay una estrategia de cómo vender ilusiones a los apostadores israelíes. Venderle sueños a una población castigada por las políticas económicas de un Gobierno que fue repartiendo el pastel cada vez entre menos manos.

Pero volvamos a nuestro personaje. Al principio, Abraham Levy apostaba impulsado por un fin de diversión, pues le encantaba el futbol, veía todos los partidos y pensaba que sabiendo tanto acerca de los juegos, los jugadores y los equipos del mundo, ganaría cientos de miles de shekels. Pero meses después, cuando el Winner le hizo erupción en todo su furor, primero se hubiera dejado sacar un ojo y tal vez hasta el otro, que no apostar día a día a los distintos partidos.

Levy no se perdía un solo juego, no salía de su casa por las noches, dejó de tener vida social, y lo primero que hacía cada mañana era ir al quiosco y poner sus apuestas para ese día.

Poco a poco comenzó a ganar, lo cual le alegraba de sobremanera por supuesto, pero también a perder. Y cuando esto sucedió, comenzó por pedirles a sus amigos y parientes dinero para que apostaran con él. Más adelante se gastaba dinero comprando revistas de futbol, las pedía en internet del extranjero, no porque le interesaran, sino para tener más y más conocimientos acerca de jugadores y jugadas. Más tarde se hizo socio de dos o tres clubes de deportes, no para jugar, sino para cambalachear ideas y opiniones con sus amigos de Israel y del extranjero, sobre todo de Brasil.

Así fue como el señor Levy, mi amigo, se retrasó en el pago de sus bonos al banco, y llegó un momento en que hasta le quitaron la televisión de 50 pulgadas. Poco a poco fueron siendo menos frecuentes las idas al cine Lev y las excursiones al Mar Muerto. A pesar de las protestas de su esposa y de la familia en general, se pasaba los días, las semanas y los meses, delante del televisor, apostando y babeando al contemplar los juegos del Arsenal, el Real Madrid, el Tottenham, los tigres, las chivas y los pumas mexicanos, por las madrugadas, etc. etc.

Después de unos meses no le quedó de otra y tuvo que vender el coche y otros objetos caseros, para poder seguir apostando al Winner, siempre con la ilusión de que así podría recuperar el dinero perdido. Descuidó su trabajo en la oficina municipal donde trabajaba, y al poco tiempo lo echaron. No pudo pagar la renta, la luz, la municipalidad, etc., y su esposa decidió finalmente abandonarlo.

Ahora Abraham Levy continúa viendo los juegos de fútbol y apostando virtualmente…. en la cárcel de Ramle, junto con sus carceleros, que, al igual que él, juegan al Winner.

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