Enlace Judío México.- Gabriel Rabinovich es un judío argentino, bioquímico, de 48 años, que descubrió una llave maestra en la lucha contra el cáncer por lo que algunos lo ven con posibilidades para recibir el Nobel de Ciencias. 

En un reportaje del diario Clarín, Gabriel Rabinovich –científico, cordobés– parece hablar como un escritor. “Me gusta contar historias”, dice. Y algunas de las ideas para armarlas o continuarlas pueden aparecer viendo una película, haciendo deporte, después de una charla con algún médico, amigos o estudiantes, o en la ducha. Se inspira y construye el núcleo de sus relatos: atraviesa un proceso larguísimo, con varias etapas de reescritura, con chequeos y rechequeos. Con creatividad y un esfuerzo descomunal.

Creo fervientemente en la construcción lógica y sólida del conocimiento. Uno va asociando conceptos pero, a veces, cuando nada se ve claro (me ha pasado) y estoy bien de ánimo, aparece la idea para empezar a atar cabos. Y digo, bueno, esto viene por acá, y lo escribo rápido para no olvidarme. Esa es la parte creativa y lúdica de mi tarea, pero todo eso debe estar acompañado por un trabajo sistemático, de recolección de datos, de cotejarlos, de hacer experimentos. Hay que ser muy riguroso porque de eso puede depender la generación de una terapia o de conocimientos disruptivos”, cuenta.

Rabinovich trabaja en el Instituto de Biología y Medicina Experimental. (Foto: Julio Juárez)

Rabinovich empezó a escribir las primeras líneas de la historia más importante de su carrera a los 23 años. Recibido ya de bioquímico con honores por la Universidad de Córdoba, estudiaba Inmunología. A los 48 y, después de atravesar crisis personales por familiares muertos por tumores u otras enfermedades y profesionales, al no encontrar el rumbo de su investigación, este argentino tiene chances para ser nominado al Nobel en Ciencias. “Ese premio se otorga a investigadores que, desde las ciencias básicas, desarrollan conocimientos que pueden dar lugar a múltiples aplicaciones. Sin duda, Gabriel Rabinovich hizo aportes en ese sentido, por lo que quienes otorgan el Nobel evaluarán en el futuro la importancia de esos logros. Además, que se lo haya incorporado a la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos es un antecedente: gran parte de los Premios Nobel científicos surgen de esa academia, que hoy tiene 200 de ellos”, asegura a Viva Arturo Prins, director ejecutivo de la Fundación Sales. “El campo de investigación de Gabriel es increíblemente importante y algunos de los pioneros en esa área ya están siendo considerados para el Nobel”, agrega Raúl Mostoslavsky, profesor asociado en la Facultad de Medicina de Harvard.

Rabinovich creó un paradigma: encontró una de las llaves maestras para combatir el cáncer y las enfermedades autoinmunes. Esa idea cambió su historia y puede cambiar la de millones de pacientes en el mundo.

“La ciencia no tiene que ser un lugar político, no es exclusiva de ningún gobierno”, dice Rabinovich. (Foto: Julio Juárez)

En la avenida Caraffa, en el centro de Córdoba, al 2100 había una de las farmacias más tradicionales, la Abrutzky. Ese era el apellido de su mamá, Anita. Era una de esas viejas farmacias donde todavía se elaboraban los medicamentos. Su papá, Lucho, contador, también trabajaba allí y a él me gustaba acompañarlos, ayudar en lo que podía. En ese lugar creció.

Siempre fue buen estudiante: “Era muy curioso, tanto que en algún momento me sentí diferente. Era más tímido que ahora. Pero la amistad y el cariño de mis amigos me ayudaron a superar dificultades y a vivir intensamente“. Para Gabriel todo hay que vivirlo intensamente: los miedos, las pasiones, las alegrías, las crisis. “Las crisis son súper importantes, hay que aprender de ellas”, dice. Y revela uno de sus rasgos principales: la capacidad de sobreponerse a los fracasos, característica clave en un buen científico.

Pese a los estímulos del ambiente en que creció, en la avenida Caraffa no se definió su amor por la ciencia. Gabriel cuenta que él no era el típico investigador al que le preguntan por su vocación y cuenta que de chico se divertía con juegos de química, su vocación era ser maestro.

También cantaba en un coro.

Concretamente, en el de una sinagoga. Y le gustaba mucho leer. Podría haber estudiado Psicología. En la casa, fantaseaban con que continuara con la farmacia familiar. Pero en el segundo año de carrera se dio cuenta de que le gustaba más la Bioquímica que la Farmacia. Aún no pensaba en la investigación, hasta que cursó Inmunología, lo que le cambió la vida. Pensaba: “Todos tenemos un sistema de defensa, desde pequeños, que genera células que nos pueden defender de todo peligro sin dañar componentes propios”. Se familiarizaba con la vacunación, pensaba que vale la pena reforzarla en contra de los movimientos antivacunación que reaparecen cada tanto. Consideraba muy importante generar una memoria inmunológica para proteger a la persona y a la sociedad. Estudiando Inmunología también aparecían los tumores, y las preguntas. ¿Por qué si existen células que participan en el sistema inmune (los linfocitos), que deberían defendernos del tumor, se paralizan y no pueden destruirlo? ¿Cómo se puede hacer para que maten al tumor?

Gabriel Rabinovich, entre su padre Luis y su hermana Sonia, junto a otros familiares, el día que lo nombraron Investigador de la Nación. (Foto: Julio Juárez)

Formulando buenas preguntas y pensando en las mejores respuestas, Rabinovich ingresó definitivamente en el terreno de la investigación.

La vida es una proteína. “En el último año de mi carrera conocí a mi primer mentor, Carlos Landa, que investigaba algo que no tenía nada que ver con el cáncer: la retina del pollo. Con él hice mis primeros pasos en ciencia. Mi tarea era purificar distintas capas de esa retina y aislar un tipo de proteínas. Luego las inyectábamos en conejos y generábamos anticuerpos. Al año y medio, Landa se retiró, pero me cedió esos anticuerpos. Como no sabía qué hacer con ellos, los guardé en la heladera de mis padres”. Tiempo después, haciendo el doctorado, con su segunda mentora Clelia Riera, sus primeras investigaciones iban de fracaso en fracaso. Desorientado, una noche apareció la idea y recordó los anticuerpos que todavía estaban en el congelador de la casa familiar. Los fue a buscar y empezó a trabajar con ellos. “Luego de varios ensayos, detectamos una proteína que se veía muy nítida y aumentada en procesos inflamatorios, la galectina-1 (Gal-1)”. Con los años, logró asociarla con los mecanismos de escape que tienen los tumores para eludir el sistema inmunitario y empezó a divulgar sus hallazgos en publicaciones prestigiosas y a recibir reconocimientos por haber encontrado una de las llaves para combatir al cáncer y enfermedades autoinmunes, como la artritis y la esclerosis múltiple.

Gabriel es muy perseverante, pero además tenía una intuición de que allí había algo más para seguir investigando. Su trabajo se basó en tres pilares. Para poder hacer una ciencia fuerte hay que tener sueños grandes. Y después hay que salir del sueño y trabajar mucho. Le gusta la palabra sacrificio, no con la connotación popular sino más con la de “hacer sagrado el trabajo que uno hace”. El tercer pilar es respetar el trabajo colectivo, porque para investigar se necesita de un gran equipo. “Yo aprendí y aprendo mucho de todos mis becarios e investigadores. Nuestro grupo es bastante interdisciplinario“, dice.

Rabinovich recibió de Mauricio Macri la distinción como Investigador de la Nación. (Foto: Julio Juárez)

Rabinovich es fruto de la educación pública. Incluso, su posdoctorado lo hizo en Argentina. Sólo realizó dos viajes para aprender metodologías. “A mí, la diversidad de la universidad pública me abrió la cabeza. Me hizo amar mucho a la Argentina y tener ganas de generar algo para el país”, revela. “Yo creo que el científico tiene que tener una visión holística, humanística: tratar de entender que a la gente le pasan cosas y ser solidario. Tener la cabeza abierta para pensar libre y creativamente en ciencia, pero con responsabilidad social”, plantea el investigador.

A la pregunta si cree que el sistema educativo nacional está preparado para formar profesionales como los que describe, responde que cree que se va adaptando. Lo importante es saber que la situación no es la misma que en los ‘70 y ‘80. No hay peor frase que “siempre lo hacíamos así”. “Hay que tener la mente abierta para poder elegir nuevos caminos, resignificarnos y romper paradigmas. Necesitamos formarnos en eso, pero sin perder el eje: que trabajamos sobre problemas y que para resolverlos utilizamos el método científico. Y ponerle creatividad al asunto. Después vendrá la transferencia del conocimiento. Hay que hacer ciencia buena, respetada y reproducible“, dice.

Respecto a la influencia de las ideologías políticas en el desarrollo científico, dice que la ciencia no tiene que estar en un lugar partidario porque si crece beneficia a toda la comunidad y permite a los científicos tener soberanía. El cáncer, por ejemplo, no tiene ideologías. La ciencia no es exclusiva de ningún gobierno. “Pude hablar con los últimos tres presidentes. Con Macri hablé tres veces, la última hace unas semanas cuando me entregó el premio como Investigador de la Nación, y pude transmitirle la importancia de cuidar a nuestros jóvenes para que cumplan sus sueños acá. Hay muchos chicos que tienen esa ilusión“. Hay que cuidar la creatividad. Hay que creer en el científico y apoyarlo con salarios dignos. Cuidar la carrera del investigador científico. “Para mí, la política científica más importante es cuidar la ciencia de calidad“.

Rabinovich investiga la proteína galectina-1, clave contra el cáncer.

Tal vez, en algún punto, haya postergado algo por la ciencia pero dice que no lo sintió. Hizo todo con mucha pasión y le cuesta diferenciar cuándo está trabajando de cuándo no lo está. Investiga, pero también da clases por todo el país. Disfruta mucho escribiendo un ‘paper’, generando un proyecto, planteando una hipótesis, haciendo brainstorming (tormenta de ideas). Discutir con su equipo, ver resultados y nuevas ideas, acompañarlos en los pedidos de sus becas, ver hacia dónde van sus carreras. Ya tiene becarios de ex becarios, nietos científicos. Es muy feliz en el laboratorio. Le gusta el teatro, la música, el cine, ir a entrenar. Disfruta de todo eso con su pareja y sus amigos.

Cuando llegó a Buenos Aires con 29 años animado por un cambio de rumbo, encontró un lugar en el Hospital de Clínicas. Con sus primeros logros, vino la mudanza al Instituto de Biología y Medicina Experimental (IByME), en Vuelta de Obligado al 2400, del cual hoy es vicedirector y donde transcurre esta entrevista con Viva. Un lugar mítico, donde Bernardo Houssay, primer premio Nobel de ciencia argentino, tenía una biblioteca impresionante. En este espacio, Rabinovich planifica los próximos pasos con Gal-1. “Ahora empezamos a hacer los estudios preclínicos en animales, en Santa Fe. Necesitamos ver los niveles de toxicidad, porque uno quiere que la terapia funcione pero que no genere más toxicidad de lo normal. Después comenzará otro desafío, que es la etapa clínica en pacientes. Esto también es un camino inédito para nosotros y para el Ministerio de Ciencia porque es algo que empezó acá en Argentina y nos encantaría que cerrara su círculo aquí”.

¿Por qué es difícil ganarle al cáncer?, le pregunta el entrevistador.

“El año pasado organizamos el simposio Ganándole la guerra al cáncer. Hoy hay varios tipos de cáncer que son curables. Si un tumor, linfoma, leucemia u otro se detecta temprano, se puede tratar. La inmunoterapia, que es para estimular las defensas naturales de nuestro cuerpo, nos permite curar. Yo creo que la Medicina, más lento o más rápido, está cumpliendo su función”.

Comentando por qué es tan difícil derrotar al cáncer por completo, dice que en realidad, cuando uno habla de cáncer habla de muchas enfermedades completamente diferentes… Y  agrupamos a todas con la misma palabra.

Eso está mal. Es como hablar de infecciones con distintos microbios y ponerlas a todas en la misma bolsa como infecciones. El cáncer en muchos casos significa la proliferacion anormal de células por una desregulación genética, pero también una alteración del microambiente. Todos tenemos células malignas que están creciendo y son detectadas por un sistema inmunológico competente que las elimina“.

La teoría de las Tres E del inmunólogo Robert Schreiber, postula que hay tres E en el proceso de crecimiento de un tumor. Primero, una Eliminación, donde el sistema inmunológico perfectamente lo ve como algo extraño y lo elimina. Después, Equilibrio, donde coexiste el sistema inmunológico con el tumor, pero no lo puede matar porque lo empieza a no reconocer, se paraliza. Y después, Escape: el tumor ya produce mecanismos para poder escaparse. El tema es que cuando el tumor ya se hace clínicamente evidente y el paciente va al médico, probablemente ya esté en esa última fase. Y es un problema tratarlos porque es más fácil hacerlo cuando el individuo tiene un sistema inmunológico intacto y no desgastado a través de ese proceso.

Por eso es importante la prevención.

Muchos tumores se pueden prevenir“, dice Rabinovich. “Por ejemplo, el papiloma virus (VPH) o el de la hepatitis, a través de la vacunación. No fumar es muy importante. No consumir grasas en exceso, en el caso del cáncer de colon. La dieta. La microbiota (la flora intestinal) es fundamental. Pero más allá de todo esto, hay gente que se cuida y lo mismo tiene un cáncer. Ocurre que aparecen mutaciones que se van adquiriendo al azar, a lo largo de la vida. Si esas mutaciones impactan en regiones particulares, como protooncogenes o genes supresores de tumor, se generan células tumorales. El punto está en tener un sistema inmune competente para detectarlas y matarlas”.

Hay alimentos que permiten mejorar la microbiota, como el aceite de oliva, calabazas, carnes magras, legumbres, hongos y salmón, entre otros). “Antes se relacionaba la microbiota sólo con los tumores locales, por ejemplo, de colon, no con los de ovario o de mama. En un trabajo demostramos que puede influir a distancia y Gal-1 puede ser una especie de mediador“.

Para cuidarse, Gabriel trata de mantener una vida saludable, hacer deporte dos o tres días por semana. Dice que la parte neuroinmunológica es importante. Si aparece en algún momento, tratará de ver la mejor forma de encararlo con el mayor optimismo posible. “Una neumonía te puede matar más rápido que un tumor. Lo que me parece importante es enfrentarlo con las herramientas que te da la ciencia. Soy un fuerte defensor de lo que es la Medicina basada en evidencias”.

Rabinovich habla con pasión, pero sus palabras no tropiezan: es claro con lo que quiere transmitir. Sus ojos vivaces irradian cierta nostalgia y no es difícil imaginarlo de niño jugando entre mostradores de una farmacia. Sonríe cuando recuerda que, una vez, César Milstein (Premio Nobel argentino) le contestó por fax una pregunta y lo alentó para que terminara su doctorado. Al rato evoca de nuevo: “Yo estaba sentado ahí, en la silla donde estás vos, cuando sonó mi celular el 3 de mayo de 2016. Era el doctor David Sabatini que me pedía que no ocupara el teléfono porque me iban a llamar de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos. Me llamó el secretario y me dijo que había sido elegido como nuevo miembro. Dije guau y recordé que, cuando era chico, me preguntaba: ¿qué habrá que descubrir para tener semejantes honores, para ser parte de una Academia o para ganar un Nobel?

Algunos piensan que tiene chances de ser candidato a un Nobel, a lo que él comenta que está lejos de eso, “no ocupa mis pensamientos. Mi máximo sueño es ver a Gal-1 (bloqueándola o estimulándola), en forma de medicamento, apoyada justo al lado de un paciente que la necesita“.

Fuente: Clarín