Enlace Judío México.- Es prolija la historia del antisemitismo en Rusia, y empeoró en la URSS. El asunto, obviamente muy complejo, se puede revisar, nutrido por abundantes documentos, en el libro de Benjamin Pinkus, “The Soviet Government and the Jews”.

GUILLERMO SHERIDAN

Es prolija la historia del antisemitismo en Rusia. Empeoró en la URSS, como lo hace patente su recurrencia en los discursos de Stalin contra Trotski, plagados de desdén hacia los “cosmopolitas desenraizados” y los “zionistas”. El asunto, obviamente muy complejo, se puede revisar, nutrido por abundantes documentos, en el libro de Benjamin Pinkus The Soviet Government and the Jews

La postura soviética es que no había discriminación, ni maltrato ni antisemitismo ni nada; que no se oponía a la emigración y que, de hecho –como aseguró el primer ministro Nikita Jruschov en 1959– eran muchos los judíos que deseaban emigrar hacia la URSS pues saben que no hay sitio mejor (Pinkus, p. 69). En suma, según la URSS todas las nacionalidades de la Unión, la judía incluida, viven en paz y gozan de los mismos beneficios y derechos revolucionarios.

En 1961 se inició una campaña contra comerciantes judíos acusados de cometer “crímenes económicos”. Los juicios alcanzaron notoriedad mundial. A raíz de ello fue que, en febrero de 1963, el socialista Bertrand Russell exigió en carta pública a Jruschov justicia para los judíos perseguidos en la URSS. La reacción del premier fue tajante: en un discurso (Pinkus, p. 74) a los escritores e intelectuales soviéticos repitió la versión oficial y denunció a la “prensa burguesa occidental” de difamar a la URSS al divulgar la carta de Russell.

Pesaba también en el asunto la publicación de Babi Yar (1961) el poema de Evgeni Evtushenko que se refiere a la masacre de judíos que en 1941 cometieron los nazis en ese lugar de Ucrania. El poema no escondía su crítica al hecho de que el gobierno soviético se había opuesto a proclamar a Babi Yar como “lugar de holocausto”, en lo que Evtushenko veía una manifestación más de antisemitismo soviético:

Pueblo ruso, mi pueblo: te conozco.
Tú no odias ni razas ni naciones.
Manos viles trataron de infamarte
al usurpar tu nombre y al llamarse
“Unión del Pueblo Ruso”.

No perdono.
Que “La Internacional” llene los aires
cuando el último
antisemita yazga bajo la tierra.
No soy judío. Como si lo fuera,
me odian todos aquéllos.
Por su odio
soy y seré un verdadero ruso.

(Estrofa final de la versión de Heberto Padilla, que no me gusta mucho, hecha desde el inglés. Puede leerse completa aquí*. La “Unión del Pueblo Ruso” fue una organización antisemita de ultraderecha que, con el beneplácito del zar Nicolás II, organizó pogromos entre 1905 y 1917)

El Kremlin criticó a Evtushenko por “no expresar una condena verdadera a los fascistas que cometieron la masacre, como si sólo los judíos hubieran sido víctimas del fascismo, y no también los rusos y ucranianos” y concluyó que el poeta había mostrado “gran inmadurez política e ignorancia de los hechos históricos”. El hecho, sentenció Jruschov, es que “en la URSS no hay una cuestión judía, y quien insista en lo contrario está cantando una tonada extranjera” (Pinkus, p. 75).

A tono con esa “tonada extranjera”, Russell inició la creación de comités y congresos de intelectuales y científicos del mundo libre para denunciar el maltrato a los judíos en la URSS. En febrero de 1966, ante el “World Jewish Congress” (WJC), señaló la ironía de que “los judíos soviéticos, sobrevivientes de un pueblo cuya destrucción fue prioridad de la guerra nazi-alemana, aún enfrenten el dilema de la sobrevivencia como nación”. Y acusó de nuevo a Stalin y a su policía secreta de perseguir a la intelligentsia judía, de haber cerrado sus editoriales, escuelas y teatros, y de empeñarse en borrar todo vestigio de su existencia como nación.

A partir de 1960, en respuesta a la iniciativa de Russell, comenzaron a organizarse congresos y encuentros para discutir el problema, en alianza con organizaciones como la Liga en Defensa de los Derechos Humanos y el WJC. El gobierno de la URSS se atareó enormemente en impedir el primero de esos encuentros, en 1961 en París –que por cierto apoyó Jean-Paul Sartre–, así como los subsecuentes en Italia (1963), Francia (1964) y Suecia (1965).

En la siguiente entrega comentaré qué sucedió cuando Bertrand Russell invitó a Martín Luis Guzmán a organizar un encuentro en México…

 

 

Fuente:letraslibres.com