Enlace Judío México.- Es importante fortalecer a nuestra comunidad y trabajar por la inclusión.

YONI MICHANIE

Era una mañana de marzo de 1992 en Buenos Aires. Las negociaciones entre israelíes y palestinos, bajo la administración de Bill Clinton, estaban adquiriendo un impulso sorprendente, y el mundo las observaba con ansiedad. En su oficina, mi padre escuchó la explosión, a escasas cuadras de distancia mientras el humo salía de la embajada israelí. Era reciente su traslado de Israel a Argentina, con lo que mi padre relacionó inmediatamente aquel estruendo con los que no hacía mucho había padecido durante los ataques a Israel por parte del líder iraquí Saddam Hussein un año antes, durante la Guerra del Golfo. “Sólo podía haber sido contra la embajada israelí”, conjeturó mi padre.

Pasarían sólo dos años más antes de que la comunidad judía en Argentina fuera golpeada una vez más por el terrorismo. Fue otra mañana, esta vez de julio de 1994. Esta vez contra el centro judío AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina).

Mis padres, como muchos otros miembros de la comunidad, corrieron hacia el lugar de la explosión y se reunieron con los equipos de intervención de las Fuerzas de Defensa de Israel que acudieron a contribuir con su experiencia. Encontrar supervivientes, cadáveres, remover escombros y consolar a las familias en duelo sería sólo el comienzo de un largo camino que le quedaba por delante a la comunidad judía argentina.

Durante años, por cuestiones de interés nacional, el corrupto gobierno argentino ignoró y borró las pruebas que responsabilizarían a Irán por el ataque terrorista. Aún hoy, la Cancillería argentina se niega a entregar todos los documentos que darían a estas familias desgarradas una sensación de cierre, de finalidad emocional. Esta forma clara e institucionalizada de antisionismo es sólo otro ejemplo que expone el desarrollo estratégico del antisemitismo moderno.

Esta fue la realidad en la que crecí, algo casi normal para un país en vías de desarrollo. Y es que la Argentina nunca permitió que mis identidades prosperaran: ser judío significaba ser siempre “extraño” en mi propio país. Algo que las comunidades hispanas a lo largo y ancho de Estados Unidos están también experimentando: el mensaje parece ser que hay que dejar en el camino parte importante de la propia identidad para poder pertenecer a una nación, o a una identidad mayoritaria.

Cuando yo tenía doce años, mi familia tomó la audaz decisión de mudarse a Estados Unidos y luchar aquí por el futuro de nuestra familia. Si bien disfrutamos de un mayor sentido de seguridad y de más oportunidades económicas, mi ‘interseccionalidad’, esa encrucijada de identidades, fue desafiada una vez más.

Fue inevitable la sensación de desarraigo que sobreviene a quien creció en una idiosincrasia particular, en un idioma específico. Ahora, como judío hispano, no podía evitar el sentimiento de pertenecer a una “doble minoría”. Y es que el sentimiento de ser un “forastero” parece haberse convertido en una norma de nuestra vida cotidiana, un sentimiento que consecuentemente se triplica cuando nos identificamos como “hispanos, judíos y sionistas”.

Por ello, es importante fortalecer a nuestra comunidad y trabajar por la inclusión. La discriminación se presenta de diversas maneras contra distintas minorías: ya sea subestimando a las comunidades latinas, representándolas de manera menospreciativa, o atacando a los judíos tras la fraudulenta máscara del antisionismo, es decir el antisemitismo de siempre apenas disimulado; el desprecio que aparece buscando excusas falaces.

La exclusión de una minoría, el ataque sistemático a la misma, termina, casi siempre, por trasvasarse a otras. Es, pues, preciso combatir toda forma de desprecio, de odio. Y es de vital importancia que las minorías sumen sus esfuerzos para hacerlo.

Un poema escrito por el pastor luterano alemán Martin Niemöller advertía del peligro de la desunión ante el odio, de la incapacidad de identificarse con el otro, de la empatía. “Cuando vinieron a por los judíos, no pronuncié palabra, porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a por mí, no había nadie más que pudiera protestar”, terminaba aquel texto.

*Yoni Michanie es coordinador del departamento Latino de CAMERA on Campus. Es americano, argentino e israelí y escribió este texto sobre las dobles (o triples) identidades.

 

Fuente:laopinion.com