Enlace Judío México.- La decisión del presidente Donald Trump de traspasar la embajada de Estados Unidos a Jerusalén se concretó el lunes pasado mediante una solemne ceremonia de inauguración que congregó a los representantes del gobierno israelí por una parte, y por la otra a la comitiva estadunidense encabezada por Ivanka Trump y Jared Kushner, junto a decenas de congresistas republicanos, hombres de negocios y ministros religiosos evangélicos.

El tono celebratorio de los discursos fue notable, pero más notable aún fue la atmósfera religiosa de tintes mesiánicos que en muchos momentos desplazó el carácter político del evento a un segundo plano. Y, es que como personajes centrales en el programa destacaron las figuras de dos pastores evangélicos norteamericanos, John Hagee y Robert Jeffress, cuyas intervenciones revelaron con toda claridad qué es lo que estuvo tras la decisión de Trump de mudar su embajada a Jerusalén.

Fue así como se escuchó en el recinto citar salmos, bendiciones y profecías acerca de los últimos tiempos que sobrevendrán después del Armagedón previo al retorno de Jesucristo y la redención final, cuando toda la humanidad reconozca su reino. Y fue así como los aleluyas resonaron como si se tratara de una misa televisada. Todo lo cual revela el porqué de la decisión de Trump de cambiar la embajada, a pesar de la oposición de tantos actores internacionales y de la advertencia de que sus efectos podrían ser altamente riesgosos.

Fue evidente que no se trató básicamente de una alianza estratégica con Israel en función de criterios geoestratégicos o de una simpatía especial por causas judías. Se trata en esencia de los cerca de 80 millones de evangélicos que forman parte de la población de Estados Unidos, la mayoría de ellos votantes de Trump, quienes lo favorecen al advertir que él puede poner en práctica políticas que apunten a lo que ellos están comprometidos con un fervor mesiánico: el regreso del pueblo judío todo a su tierra ancestral, la reconstrucción del Templo de Jerusalén y con ello, finalmente, el establecimiento del reino de Jesús sobre toda la humanidad. Mantener a esos votantes fieles a su gestión ha sido para Trump un objetivo prioritario que había que lograr a toda costa, aun con el riesgo de consecuencias graves en cuanto a una desestabilización todavía mayor de la de por sí convulsa región de Medio Oriente.

Por desgracia, eso es lo que ya se ha desatado. Ahí están así las manifestaciones simultáneas a la ceremonia que se llevaron a cabo en la zona limítrofe entre Gaza e Israel con sus decenas de muertos y miles de heridos palestinos; las protestas populares y diplomáticas surgidas a raíz de todo esto; la desaparición total de la posibilidad de diálogo entre israelíes y palestinos, diálogo que casi siempre fue conducido con la tradicional mediación de Washington; el preocupante triunfalismo del premier israelí Netanyahu, quien ganó puntos ante su público por algo que le llegó como inesperado regalo y por motivos que en su origen no tenían nada que ver con él; el distanciamiento cada vez mayor que tanto a raíz del abandono de Trump del acuerdo con Irán como debido a la mudanza de la embajada a Jerusalén se ha dado con los países de Europa Occidental a pesar de que desde el fin de la segunda guerra mundial habían formado parte de un mismo bloque. En síntesis, lo ocurrido la semana pasada confirma una vez más que no es la visión de estadista capaz de analizar y prever a largo plazo lo que motiva las decisiones de Trump, sino que lo que cuenta para su proceso de toma de decisiones es satisfacer a su público y garantizar su lealtad a él, independientemente de si con ello arrastra al mundo entero a crisis, incendios y catástrofes de dimensiones planetarias.

 

 

Fuente:excelsior.com.mx