Enlace Judío México.- El Reino Hachemita de Jordán tiene más que perder que cualquier otra parte a partir del establecimiento de un Estado de Palestina. Si bien los peligros potenciales y complicaciones de tal estado para Israel podrían ser significativos, Jordania enfrentaría amenazas tanto para su estabilidad social como para su idea fundacional: que gobierna a la población árabe en ambas orillas de su río del mismo nombre. Además de las dificultades políticas y de seguridad sustanciales que tal estado crearía para Jordania, podrían también poner en peligro su viabilidad continuada alejando de Amán el lugar del liderazgo político para una mayoría de jordanos hacia Ramala.

ABE HAAK

Se está volviendo cada vez más claro que el Estado palestino es una idea moribunda. A pesar de los pronunciamientos oficiales, ninguna de las partes principales parece muy entusiasta en conseguirlo, menos que todos la AP.

Pero, si a través de alguna acción unilateral, fuera a ser declarado un Estado de Palestina en el territorio que comprende las áreas A y B, las repercusiones (en su mayoría negativas) afectarían al Reino Hachemita de Jordania más que a cualquier otra parte, incluida Israel.

Los peligros para el reino se manifestarían en tres niveles: la amenaza política, la amenaza de seguridad, y la amenaza existencial.

La amenaza política.

Con el establecimiento (o anuncio) de un Estado de Palestina, las tensiones que han caracterizado la relación entre las organizaciones palestinas y el Reino Hachemita desde la década de 1960 asumirían una concreción institucional, y se volverían un rasgo fijo de la nueva escena posterior a la independencia. La tensión reciente por el acceso y el manejo de la seguridad del área del Monte del Templo es un adelanto de los bochornos públicos y parálisis diplomática que afligirían la relación crucial entre Israel y Jordania como resultado.

Israel y Jordania están desarrollando relaciones institucionales muy estrechas – tal vez las más fuertes en la región. La integración económica se está moviendo rápidamente, con partes significativas del consumo de energía y agua de Jordania a ser proporcionado por Israel. Esta disposición está en camino de alcanzar tal nivel en el futuro cercano como para incrementar la probabilidad que una interrupción repentina tendría resultados catastróficos para el Reino.

La cooperación e integración en la esfera de seguridad son posiblemente igual de importantes. Durante décadas, los enemigos de Jordania, tanto internos como externos, han tenido que contar con un poderoso par de desincentivos cuando contemplan la acción violenta contra el gobierno: una primera línea de defensa consistente en un ejército jordano tenazmente leal, y una segunda en la forma de unas FDI desbordantemente poderosas.

Incluso con este contexto de creciente integración, la relación entre Jordania e Israel es tensada crónicamente por el aventurismo y rechazo del liderazgo de la AP. Esa tensión empeoraría drásticamente si el liderazgo palestino tuviera derechos de estado pleno en los foros árabe e internacional.

La amenaza para la seguridad.

Para un avance de la relación que tendría Jordania con un Estado de Palestina enfrente del río, uno puede observar la relación actual de Egipto con Hamás. La diferencia principal es que los problemas de Jordania serían muchas veces más grandes que aquellos que sufre Egipto hoy. Las razones son muchas:

1. La frontera de Jordania con la Margen Occidental es más larga y más porosa que aquella entre Gaza y el Sinaí.

2. La presencia de fuerzas políticas palestinas, especialmente aquellas apoyando a Hamas, son más grandes y están más atrincheradas en la vida política de Jordania que lo que están en la de Egipto.

3. El sur de Jordania es a la vez más populoso y en algunas ciudades (notablemente Maan) más radicalizado que las tribus del Sinaí que, bajo la bandera del ISIS, a veces han arrebatado el control de partes de la península de Egipto.

4. Tal vez lo más importante, bajo fundamentos culturales, lingüísticos y étnicos, la distinción entre egipcios y gazatíes es mucho más clara que aquella entre los árabes que viven a cualquier lado del Río Jordán. Como resultado, reprimir la subversión organizada o incluso una insurgencia de baja intensidad en Jordania se sentiría más como una guerra civil. Pondría a prueba la lealtad de las fuerzas armadas jordanas, especialmente si Israel es vista como el socio del gobierno jordano en tal campaña.

5. Por último pero no menor, Jordania tendría que contender con una situación de pesadilla de seguridad que probablemente se desarrollaría enseguida después de una declaración unilateral de Estado palestino. Tal declaración probablemente precipitaría una decisión israelí de retirar el enchufe de una AP corrupta e ineficaz, una medida que casi seguramente traería su colapso. Esto entonces sería seguido por una lucha sangrienta por la supremacía entre nacionalistas e islámicos, como ocurrió en Gaza. Debido a la falta de contigüidad entre muchos poblados en las Áreas A y B, el resultado no será una rápida victoria de Hamas como ocurrió en Gaza en el 2006, sino una guerra prolongada y de baja intensidad con asesinatos y estallidos esporádicos de violencia masiva. Israel probablemente se limitaría a contener y prevenir que la violencia se derrame dentro del Área C y más allá.

Sin importar quien gane la mano alta, los árabes de la Margen Occidental capaces de escapar de este desastre sangriento así lo harán en un apuro, y se dirigirán en la única dirección abierta para ellos: hacia el oriente a Jordania.

El Reino entonces será enfrentado con dos opciones poco felices: o absorber otra gran ola de refugiados intranquilos dentro de un sistema ya a punto de estallar, o reafirmar, con probable aquiescencia israelí, prerrogativas administrativas y de seguridad limitadas sobre las áreas afligidas en la Margen Occidental a fin de prevenir una catástrofe humanitaria más grande y el éxodo masivo que tal catástrofe precipitaría.

La amenaza existencial.

Es discutible que estas situaciones de amenaza pudieran ser manejadas por una dirigencia y ejército jordanos que han demostrado repetidamente resiliencia en crisis de mayor duración y severidad. Sin embargo, poner a un lado todos los retos situacionales que engendraría para Jordania una declaración de estado palestino, una amenaza estratégica a largo plazo cualitativamente mayor se desarrollará inevitablemente para el Reino a partir de la realización del estado palestino.

Es un hecho que la mayoría de los palestinos son jordanos y la mayoría de los jordanos son palestinos. Dicho más precisamente: una mayoría de los que se auto-identifican como palestinos dentro y fuera de Jordania llevan un pasaporte jordano (incluidos Mahmoud Abbas y Khaled Mash’al); y una mayoría de la población residente de Jordania se auto-identifica como palestinos. Este ha sido el dilema crónico de Jordania desde fines de la década de 1950, cuando el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser comenzó a incubar activamente un nacionalismo palestino separatista en desafío directo a la custodia formal de Jordania de los árabes de la Margen Occidental. Dicho simplemente, la identidad nacional palestina putativa fue el resultado de una campaña egipcia anti-hachemita comenzada a fines de la década de 1950 e institucionalizada con la creación de la OLP en la Cumbre Árabe de Cairo de 1964.

Esta campaña anti-hachemita fue el núcleo de la más peligrosa cascada de crisis de Jordania en 1959, 1967, 1970-71, 1986, y 1988. Una declaración formal de independencia palestina la llevaría a un nivel mucho más peligroso por la simple razón que un estado no puede sobrevivir mucho cuando una mayoría de sus ciudadanos reclama la identidad nacional de un estado vecino (y probablemente adversario).

Este concepto es comprendido fácilmente. Si, por ejemplo, una mayoría de los ciudadanos de Guatemala se auto-identificaran como mexicanos, Guatemala simplemente se convertiría en un vasallo cultural y político de México.
Similarmente, la identidad nacional de Jordania y su viabilidad política será difícil de sostener si una mayoría de sus ciudadanos debe lealtad política a un estado extranjero y vecino, aunque árabe. Tal estado sería capaz de dirigir indirectamente los asuntos de Jordania movilizando a una parte considerable de la ciudadanía para que haga su esfuerzo si sus intereses entran en conflicto con los del gobierno jordano.

Poniendo a un lado la postura oficial jordana hacia el conflicto, la clase política en el Reino debe estar al tanto de estas amenazas de un futuro estado palestino, especialmente las primeras dos. Pero también necesita estar al tanto que el edificio entero del movimiento nacional palestino es una construcción política de los enemigos árabes de Jordania que estuvo destinada a hacer ingobernable al país para el fallecido Rey Hussein. En sus orígenes y práctica, las organizaciones nacionalistas palestinas, sin importar su discurso, han sido más anti-Hachemitas que anti-Sionistas. Estas organizaciones siempre han afirmado representar a una mayoría de ciudadanos de Jordania, una afirmación peligrosa para cualquier país. Para Jordania, tal afirmación se vuelve intolerable cuando se concreta en un estado adyacente cuyo liderazgo tiene una historia de intentar serialmente de sabotear al régimen Hachemita.

En la visión de muchos jordanos, el anuncio de desconexión de 1988, el que reconoció formalmente a la OLP como representante único de los “palestinos” (una mayoría de los ciudadanos de Jordania), fue un error que rompió la unidad demográfica nacional del país en respuesta a las presiones políticas árabes. Las condiciones que generaron esas presiones ya no están – de hecho, se han revertido. Por consiguiente, Jordania debe considerar revertir el anuncio (el cual, constitucionalmente hablando, sigue siendo inválido hasta este día debido a que nunca fue ratificado por el parlamento de Jordania). Esto sería en el mejor interés de los ciudadanos de Jordania en ambas orillas, y en los mejores intereses de la paz y estabilidad en la región.

 

Abe Haak es un traductor jordano, certificado por ATA y educador.Trabajó como asistente de investigación en el Servicio de Investigación del Profesorado en la Escuela de Derecho de Harvard, y como Profesor Ayudante en la Universidad Senzoku en Japón. Abe enseña en los programas de traducción de alemán y árabe en la Universidad de Nueva York.

 

 

 

Fuente: The Begin-Sadat Center for Strategic Studies

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México.

 

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