Enlace Judío México.- Esperanzas convertidas en pesadillas

Aparece en la televisión. Es el ministro de Defensa. Un político. Dice que “nosotros” no le tememos a nada. Convence a los demás. Es desinteresado, heroico, es uno de los representantes del gobierno de Israel. Yo no creo que “nosotros no le tenemos miedo a nada”. Yo tengo miedo. Por mi familia, mis amigos, mi pueblo. Los niños.

SHULAMIT BEIGEL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

El espectáculo es aterrador, pero sus palabras me tranquilizan también. “Tenemos el ejército más fuerte del mundo”, dice. Pero yo, Shulamit, solo quiero la paz. Ya son tantísimas las incongruencias y las ridiculeces que distinguen nuestros escenarios del día a día, que ya hasta nos hemos acostumbrado. No estamos ahí, en Sderot, o en algún kibutz de la frontera. Vamos a la playa, calienta el sol. Todos los delirios que no imaginábamos se nos aparecen en esta tragicomedia de todos los días. Si no fueran tan terribles los repetidos sangrientos ataques de Hamás, o las terroríficas tragedias posibles que nos comentan los periodistas, hasta nos reiríamos. Cada tantos meses o años, con cada amanecer, nos enfrentamos a esta telenovela o drama incongruente cotidiana cargada de acertijos que se multiplican y ante los cuales ya no tenemos respuestas. Estamos en Tel Aviv, vamos a la playa calienta el sol, porque en el mar la vida es más sabrosa…

Quizá esta historia que vivimos sea solo un sueño…

Pareciera que nuestras vidas, la de todos nosotros, los israelíes, y la de los palestinos, no sigue últimamente pautas determinadas como pensábamos que es la cotidianidad. Y es que la historia del país, que creíamos que seguía una línea clara y determinada, no responde a normas prefabricadas de antemano. Pasan cosas terribles cada vez, y nos estamos acostumbrando.

Todo se ha convertido en un laberinto, con callejuelas que nadie parece saber hacia dónde van. A veces pienso que lo que observamos en la televisión tal vez no sea real, que las imágenes en las noticias que nos aturden los sentidos, son incomprensibles. Todos los buenos propósitos expresados ayer por Hamás van convirtiéndose de esperanzas en pesadillas devastadoras. La cruda realidad nos ha llevado a tantas revelaciones, que cada día nos desaniman nuevamente. Pero tal vez, solo tal vez, toda esta pesadilla será un comienzo de algo bueno. De una paz duradera. Sé que no, porque nadie parece desearla, pero tal vez.

Un río que fluye y nada más.

David se despierta un buen día, tras una larga noche en un refugio, y se pregunta por el sentido de su vida en Israel. Fue una sola noche, así que se va a trabajar, como lo ha hecho durante años, desde que llegó de la Argentina, pero se da cuenta de que la vida no se reduce, o no debería reducirse, a trabajar, misiles, guerras, trabajar, misiles, guerras. Decide estudiar filosofía judía, y durante más de un año se dedica a estudiarlo todo, desde el antiguo testamento hasta Maimónides, Martin Buber, Baruch Spinoza, Gershom Scholem, en adelante. Pero sigue sin encontrarle sentido a su vida. A lo mejor el secreto está en consagrarse más a la familia, piensa, así que empieza a dedicarle mucho tiempo a su esposa Ana Luisa y a sus cinco niños, pero tampoco ellos le dan sentido a su vida, así que decide abandonarlos. Por un tiempo.

Se va del kibutz y piensa qué hacer. Entonces se le ocurre que tal vez el secreto consista en ayudar a los demás, así que se matricula en la universidad hebrea de Jerusalén para estudiar enfermería. Se gradúa con todos los honores y se va a África en un proyecto de médicos y enfermeras del mundo, para curar la malaria, el sida, el ébola, y ayudar a las mujeres en sus partos, pero sigue sin encontrarle sentido a la vida.

Se va entonces a Estados Unidos pensando que “a lo mejor haciéndome rico, encontraré el sentido de la vida”, así que se convierte en un hombre de negocios, capitalista, invierte utilizando sus ahorros de toda la vida, y empieza a ganar dinero, millones de dólares, y compra una casa, coche, todo, todo lo que se puede comprar, pero se da cuenta de que la vida tampoco es eso. Decide cambiar de táctica y se enamora de la idea de la pobreza, la humildad y todo lo demás, así que regala todas sus pertenencias y se dedica a mendigar por las calles, pero aun así después de un tiempo sigue sin encontrarle sentido a la vida.

Le da por pensar que quizás lo encuentre en la literatura, y entonces intenta escribir una novela, poesía, ensayos, etc. pero mientras más escribe, más se le escapa el significado de la vida.

Finalmente decide buscarlo en la religión. Se vuelca entonces hacia Dios, y aunque es judío se hace musulmán, lee y estudia el libro sagrado del islam, el Corán, pero en vano. Se vuelca al cristianismo, busca a Jesucristo, nada, se va a la India a buscar a Buda y el budismo, busca a un rabino, pero ninguna religión le ayuda a encontrar el sentido de la vida.

Hasta que un buen día oye hablar a un amigo israelí, de un gurú que vive en la cima de una montaña en algún lugar del Tíbet. Según le dicen, ese gurú sí que conoce el significado de la vida. Así que David viaja hacia el Este, recorre caminos que ni conoce, sube una montaña, y otra montaña, y finalmente encuentra las escaleras que conducen al lugar donde vive el gurú. Sube con ansiedad las escaleras, ciento cinco escaleras, y casi se cae tratando de llegar hasta arriba.

En la cima ve que hay miles de peregrinos, algunos israelíes a quienes escucha hablar hebreo, y tiene que esperar durante varias semanas para ver al gurú. Cuando por fin le llega su turno, se dirige a un gran árbol bajo el cual se encuentra el gurú desnudo, sentado con las piernas cruzadas, los ojos cerrados, meditando en perfecta armonía y paz interior.

David le dice entonces: “He dedicado muchos días buscando el significado de la vida, pero no lo he conseguido, así que he venido a pedirte humildemente, maestro, que compartas tu secreto conmigo, pues estoy desesperado”. El gurú abre los ojos, mira a David, y le dice con toda tranquilidad, en inglés: “Amigo mío, la vida es un rio”. David se le queda mirando, fijamente, sin poder creer lo que sus oídos escuchan. “¿Qué has dicho que es la vida?” pregunta otra vez. “Que la vida es un rio”, le repite el gurú pacientemente. Y entonces David le responde furioso: “Eres un tonto”, le grita. “He desperdiciado meses de mi vida y casi me he muerto viniendo hasta aquí para que ahora me digas que la vida es un estúpido rio? ¿Un rio? ¿Te estas burlando de mí o qué? Esto es lo más estúpido y superficial que he oído en toda mi vida. ¿Esa es la conclusión a la que has llegado después de dedicarle toda tu existencia?”. Y el gurú le responde: “Sí. ¿Qué pasa, acaso no es un río la vida? Me estás diciendo que no es un rio?”
Prefiero no contarles el fin de la historia de David. Que cada uno saque sus propias conclusiones.
(Basado en una historia de El proyecto Lázaro de Aleksandar Hemon)

Pensamientos en un día menos caluroso que ayer, escuchando las noticias desde Israel.

Pienso que tenemos suerte de que el tiempo sea como una luz, ya que hay tantas sombras a lo largo de nuestra vida, y ni siquiera sabemos cómo será el futuro. Pero el tiempo pasa, como dice Mercedes Sosa, y su luz nos va iluminando, permitiéndonos descubrir las conexiones entre las cosas que antes no veíamos. A veces de repente la confusión en la que vivimos se aclara, y encontramos o pensamos que encontramos ahí la verdad, o algunas verdades. Creíamos que lo sabíamos todo, que lo entendíamos todo, pero empezamos a darnos cuenta de lo extraña que es la vida solamente después de haber vivido bastante. Es entonces cuando captamos muchas cosas. Envejecemos y miramos hacia atrás y entonces nos decimos: Ahora sí que lo veo todo claramente.

Algunas de mis amistades dicen que su camino a la revelación, a la verdad, ha sido corto. A mí me ha parecido largo y ni siquiera sé si he encontrado respuesta a la pregunta más difícil que siempre me he planteado: el sentido de la vida.

Shabat shalom