Enlace Judío México e Israel.- La rutina es la misma: un intento de acuchillamiento, y un palestino eliminado o arrestado; globos incendiarios, incendios en Israel, y una célula de Hamás bombardeada sin que sepamos el número de muertos; disturbios cada viernes en la valla fronteriza, y dos o tres palestinos muertos al tratar de infiltrarse a Israel o al dispararle a los soldados; dos, tres o seis misiles disparados contra Sderot o sus cercanías, y un bombardeo israelí que destruye instalaciones e infraestructura de Hamás. Y a la semana siguiente, otra vez.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Para nadie es una sorpresa que el conflicto entre israelíes y palestinos está estancado. Prácticamente no ha cambiado en nada desde hace dos años, salvo por la novedosa estrategia palestina de usar globos incendiarios. Pero la esencia es la misma: ataques de baja intensidad que no aniquilarían a la población israelí, pero que buscan aterrorizarla (es decir: terrorismo) y respuestas del ejército israelí que aplacan a los palestinos por momentos, pero que no son una disuasión definitiva.

Las críticas al gobierno de Netanyahu vienen de ambos lados. Los “derechistas” más duros exigen una respuesta contundente, aplastante, contra Hamás; los “izquierdistas” opinan, en contraste, que Netanyahu sigue insistiendo en una estrategia fallida que sólo aísla a Israel y perpetúa el conflicto.

Las dos me parecen opiniones inexactas (la izquierdista más imprecisa que la derechista).

Empecemos por las críticas de Lieberman y otros entes de la derecha israelí: ¿realmente tiene sentido una respuesta más contundente? Desde 2009, ya se han implementado tres operativos masivos contra Hamás, que incluyeron bombardeos múltiples sobre sus instalaciones y una invasión terrestre por parte de las tropas del Tzahal.

El saldo fue el siguiente: del 27 de diciembre de 2008 al 18 de enero de 2009, se llevó a cabo la Operación Plomo Fundido. Murieron 11 soldados y 3 civiles israelíes, y 1314 palestinos, de los cuales alrededor de 700 eran milicianos activos de Hamás. Hubo 236 heridos israelíes y más de 5 mil heridos palestinos. Luego, entre el 14 y el 21 de Noviembre de 2012, se llevó a cabo la Operación Pilar Protector. Murieron dos soldados israelíes y hubo 3 soldados y 96 civiles heridos; por los palestinos, murieron 56 personas (la mayoría milicianos de Hamás) y hubo 546 heridos. Finalmente, entre el 8 de julio y el 26 de agosto se llevó a cabo el mayor conflicto que haya habido entre Israel y Hamás, la Operación Margen Protector. Israel sufrió la baja de 66 soldados muertos y 469 heridos, y de 5 civiles muertos y 837 heridos; los palestinos sufrieron la baja de alrededor de 2200 muertos (por lo menos, el 50% de ellos combatientes de Hamás y otros grupos), 250 capturados, y 10,626 heridos.

Pero los conflictos siguen. Eso significa que ni siquiera este tipo de operativos representa una solución para el conflicto, salvo en el plazo inmediato. Sin embargo, eventualmente los palestinos radicales vuelven a las actividades agresivas, y se reinicia la rutina de los ataques de baja intensidad.

¿Cuáles serían las consecuencias de un operativo israelí de mayor fuerza o contundencia? Recursos no faltan. Se tienen las armas y los efectivos suficientes para hacer algo todavía más drástico, y prácticamente se puede desmantelar a Hamás.

Pero todos los analistas han señalado que eso sería un error. Si Hamás es destruido, alguien necesariamente tendrá que ocupar su lugar en el liderazgo palestino en Gaza, y es un hecho que sería un grupo todavía más radical. Aún con su política irracional cuyo objetivo final es la destrucción de Israel, Hamás sabe perfectamente que en una confrontación de gran escala sería aplastado por las fuerzas del Estado Judío. Por eso, más allá de sus berrinches y amenazas rutinarias de “abrir las puertas del infierno”, sólo estira la cuerda hasta que intuyen que se llegó al límite que no deben pasar. Y entonces paran las agresiones.

En el caso de que Hamás fuese desmantelado, si un grupo más radical tomara el control en la Franja de Gaza esa noción de contención palestina se perdería completamente. Es casi seguro que el fanatismo religioso los llevaría a declarar una guerra abierta con Israel, y entonces las fuerzas de Tzahal no sólo tendrían que responder de un modo más duro aún, sino que tendrían que imponer el control militar israelí sobe todo Gaza. Eso implicaría entrar en una fricción demasiado grave con la comunidad internacional, pero –acaso lo más complicado– obligaría a Israel a hacerse cargo de casi 2 millones de palestinos, la mayoría de ellos en condiciones de pobreza.

Sin duda, proliferarían los grupos extremistas y se reiniciaría el ciclo de atentados terroristas similares a los que hubo en los años 80’s y 90’s, y los servicios de inteligencia y defensa de Israel tendrían que concentrar muchos de sus esfuerzos y gastos en este asunto. Una situación poco conveniente si se toma en cuenta que el verdadero riesgo mayor sigue siendo Hezbolá y, por rebote, Irán.

Por ello, la terca realidad indica que la solución propuesta por Lieberman y otros –ser más drásticos– no es la conveniente, debido a que destaparía una dinámica incontrolable en la que cada vez se tendría que ser más drástico, hasta llegar a esta situación indeseable, incluso para Israel.

¿Cuál es la otra sugerencia? La izquierda generalmente apela a que el gran error de Netanyahu ha sido concentrar los esfuerzos en el uso de la fuerza, y cerrar los canales diplomáticos para tratar de buscar una solución de otra naturaleza.

En palabras simples, esta perspectiva está peor que la anterior porque parte de un absoluto desconocimiento de la realidad.

Es increíble que a estas alturas del partido, la izquierda no se haya dado cuenta que Hamás simplemente no cree en, ni pretende, ni desea la implementación de una solución diplomática. Su objetivo ha sido, y lo sigue siendo, la destrucción de Israel. Los dilemas para Israel y Hamás son distintos. Mientras que en el bando israelí se busca controlar la situación en lo que pueda llegar la oportunidad o la coyuntura para implementar una verdadera solución, en Hamás se busca controlar la situación mientras llega una verdadera oportunidad para destruir a Israel. Lo dicen. Lo proclaman. Insisten en ello sin ningún empacho. Lo presumen delante de todo el mundo.

Y, sorprendentemente, la izquierda habla de buscar una solución diplomática.

Se puede hacer diplomacia con otros agentes alrededor del conflicto, como Egipto, Jordania, Arabia Saudita o hasta Qatar. Pero Hamás jamás dará su brazo a torcer y no va a cambiar sus objetivos. Irán tampoco. Hezbolá tampoco.

Por ello –y vamos de regreso a la molesta realidad– es que el conflicto ha sido el mismo independientemente de quién gobierne.

Con frecuencia, los críticos de izquierda olvidan que Netanyahu no ha gobernado los 70 años de existencia de Israel. Olvidan que hasta 1977 el gobierno siempre lo tuvo la izquierda, que entre 1977 y 2001 se alternaron Likud y Avodá (derecha e izquierda) en el poder, y que desde 2001 se han alternado Likud y Kadimá (derecha y centro).

Olvidan también que los peores conflictos siempre se dieron cuando gobernaba la izquierda. Las grandes guerras árabes-israelíes ocurrieron antes de 1977, así que todas fueron enfrentadas por Primeros Ministros de izquierda. Luego, la Segunda Intifada –el peor evento entre israelíes y palestinos– le explotó en la nariz al último Primer Ministro de izquierda, Ehud Barak (por cierto, justo un poco después de que le ofreciera a Yasser Arafat prácticamente todo lo que él pedía).

Si nos atenemos a la simple evidencia histórica, es un hecho fuera de toda duda de que no depende de la política israelí si el problema con los palestinos se perpetúa o se agrava. Lo he señalado en otras ocasiones y lo repito ahora: la violencia palestina tiene vida propia, agenda exclusiva. No depende de lo que haga Israel. Por supuesto, los palestinos aprovecharán cualquier pretexto para acusar que es el Estado Judío el que provoca la violencia. O incluso otros interesados en el conflicto. Por ejemplo, cuando Estados Unidos anunció el movimiento de su Embajada a Jerusalén, los palestinos respondieron con violencia. Llovieron todo tipo de críticas contra Trump y su política exterior. Pero seamos honestos: ¿habría sido diferente si Trump no hacía ese movimiento? No. Los palestinos sólo habrían esperado otro pretexto para desatar la violencia. Y si no lo encontraban pronto, la habrían desatado por iniciativa propia.

Siempre ha sido así. Y lo peor del caso es que la comunidad internacional siempre ha respondido igual: exigiendo “contención”, pero sólo cuando Israel toma represalias. Es decir, presionando a Israel como si este fuera el único responsable de la situación.

Y si la comunidad internacional siempre responde igual, los palestinos siempre se van a comportar igual. No importa si en un momento catastrófico llegara Tzipi Livni al poder. En dos o tres semanas tendría que comenzar a gobernar como Netanyahu ante la imposibilidad de que los palestinos cambien de postura. Fue lo mismo que le sucedió a Shimon Peres, a Itzjak Rabín, a Ehud Barak o a Ehud Olmert. Al final, tras comprobar por la ruta más difícil y penosa que los palestinos eran siempre intransigentes, tenían que tomar las decisiones difíciles y lanzar los ataques preventivos, disuasivos o punitivos.

Me atrevo a afirmar contundentemente que este es uno de los pocos conflictos a nivel mundial en el que sólo hay que señalar a un culpable, y son los palestinos (específicamente, sus dirigentes; aplica también para Al Fatah, que no es muy diferente a Hamas; si se comporta mejor es porque tiene más presión internacional).

Eso no significa que Israel este exento de fallos. Pero la realidad es que si Israel falla o hace todo perfecto, los palestinos no van a tomarse la molestia de cambiar su postura. Menos aún de corregirla. Siempre e inequívocamente, sin importar quién esté al frente del gobierno israelí, van a continuar con su discurso “contra la ocupación”, van a utilizarlo como justificante pseudo-moral para sus agresiones terroristas, y van a insistir con su rutina de violencia.

La solución, por lo tanto, no pasa por las oficinas de ningún líder palestino.

La única solución posible en este momento pasa por una imposición arbitraria por parte de la comunidad internacional hacia los palestinos. Decirles “se va a hacer esto, y se aguantan”.

Por supuesto, esa solución se tiene que negociar en Ryad, toda vez que Arabia Saudita va consolidando poco a poco su liderazgo en el mundo árabe. Eventos como la ejecución del periodista Kashoggi sólo son escándalos momentáneos que ya pasarán a segundo plano (porque a fin de cuentas, el asesinato –artero, sin duda– de un periodista de claras filias islamistas, pro-palestino y encantado con el terrorismo no le pesa, en realidad, a gobiernos como el de Trump).

Lo interesante es que no es iluso pensar que pronto pueda darse una verdadera opción para negociar un acuerdo que se ha tardado demasiado en llegar. El heredero al trono saudí, Muhamad ibn Salman, es un político joven, parte de una nueva generación que no creció bajo la sombra del conflicto árabe-israelí. Para él las peroratas anti-israelíes de Nasser, Khadaffi, Hussein o Hafez el Assad no significan absolutamente nada. Le preocupan más los planes expansionistas de Irán, o que los palestinos han sido un barril sin fondo en el que se han desperdiciado sin sentido 32 billones de dólares.

Estoy seguro que él entiende a la perfección que la única ruta viable para ese conflicto es que Israel, Estados Unidos, Egipto, Jordania y Arabia Saudita se pongan de acuerdo, y simplemente decidan qué país árabe va a quedarse con la tutela del “territorio palestino”. Va a ser una solución molesta, pero funcional. Por supuesto, es de esperarse que los palestinos reaccionen furiosos e incluso violentos, por lo que es previsible otra tanda de conflictos serios en el mediano plazo.

Pero en ese caso, lamentablemente, sí tendría sentido un ataque israelí más drástico dirigido a desmantelar la dirigencia de Hamas, con la salvedad de que se haría para que de inmediato otro país árabe –o mejor aún, una coalición– se hiciera cargo del asunto.

La única duda real es qué postura vaya a tomar el rey Abdalá de Jordania. Es tan impredecible que no se puede confiar del todo en él, y en una de esas no sería raro que la solución pasara también por poner un Ammán un gobierno menos veleidoso. Si se da esa combinación, lo más seguro es que Jordania se convierta en lo que siempre debió ser, o –de hecho– lo que es por derecho histórico: el Estado palestino.

 

 

 

 

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