Enlace Judío México e Israel.- Sylvia Plath (1932- 1963), murió hace cinco décadas, pero aún continúa suscitando las pasiones más encontradas, una obra breve pero intensa, una obra que se ha convertido en culto para un círculo de iniciados. Sobre todo sus poemas de Ariel (libro publicado póstumamente), representa un grito de rebeldía de un alma atormentada, que nunca encontró su lugar de acomodo en el mundo de los vivos.

PERLA SCHWARTZ PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Aún y cuando la poesía fue su principal interés literario, ella escribió una novela La campana de cristal (The Bell Jar), amparándose bajo el pseudónimo de Victoria Lucas, que para su infortunio fue publicada por primera vez, en forma póstuma en 1963, a los pocos meses de su aciago suicidio.

Novela perturbadora, que encierra entre sus páginas las memorias de una atribulada joven que no alcanzó el éxito deseado, una mujer obstaculizada por la agudeza de su mente y su cercanía con un estado de locura irreversible.

Esther Greenwood, la protagonista, lleva en su apellido su consigna- madera verde-, ella se erige como el alter ego de Sylvia Plath, una atractiva muchacha rubia que permanece oscilante entre su hipersensibilidad a flor de piel y su incertidumbre demoledora.

No en vano, las feministas del mundo anglosajón han tomado esta novela como uno de sus estandartes, puesto que narra el devenir de una mujer insaciable que da cruenta batalla para lograr permanecer impune en un mundo, en exceso hostil y represor. En su única obra en prosa, hábilmente, Sylvia Plath hace uso de la escritura como una catarsis, a través de la cual busca avasallar sus demonios interiores, impulsada por su imperiosa necesidad de depurar las heridas más profundas de su espíritu.

Greenwood es una joven que tiene la oportunidad de viajar a Nueva York por un mes, ha sido invitada por la revista “Mademoiselle” para perfeccionar sus conocimientos sobre la moda y la redacción de artículos periodísticos: “Yo estaba en el centro de un verdadero torbellino.”

La campana de cristal está planteada como una novela de iniciación, donde la incandescente Lady Lazarus- otro de los alter ego de Sylvia Plath-, se encuentra cobijada por el ardiente sol del verano y se impresiona en forma profunda por la ejecución de los Rosenberg, a quienes considera chivos expiatorios del sistema.

Greenwood /Lazarus es una becaria, quien a pesar de ir satisfaciendo sus objetivos de vida incipientes, siente un profundo vacío existencial que no logra subsanar. Se acompaña de algunas amigas que se encuentran tan desorientadas como ella misma. En la novela, subyace la perspectiva de una adolescente, que ante todo, busca ser poderosa e invencible, y aparecer la mayor parte del tiempo, en un primer plano, es decir ser el centro de atención de quienes la rodean:

“El silencio me deprimía. No era realmente el silencio era mi propio silencio.” Se dice a manera de consuelo. Cuando Esther se siente agobiada, un baño caliente la libera, y vuelve a retomar fuerzas para proseguir en su batalla. También da cuenta de sus salidas con algunos muchachos como Buddy Willard, la mayoría de sus encuentros con el sexo opuesto son fallidos porque ella es veleidosa y manipuladora.

De lo más atrayente de la narración de La campana de cristal, es cuando su autora deja entrever su gran pasión por la poesía, un sostén ante su equilibrio precario; poesía que está permeada por la presencia espectral de su padre fallecido en el momento menos esperado, ese padre que la dejó desgajada de sus raíces primigenias. Esa muerte que nunca supo asimilar y menos aún perdonar, por considerarla injusta, por haberle cortado de tajo, la posibilidad de un entrañable afecto.

Sin embargo Esther, como la propia Plath, se ven en la necesidad de resucitar del letargo y seguir insertas en el mundo. Un lenguaje coloquial preside la escritura de esta novela que es un espejo prolongación de la escritora, quien durante sus tres décadas de vida fue una mujer telúrica que buscó erigirse en una especie de Diosa, para ser amada y respetada por los demás.

Hay muchas páginas luminosas en esta novela, sobre todo las que se refieren a su orfandad emocional, a su impostergable necesidad de consolidar una relación de pareja. De manera paulatina, el lector tiene la oportunidad de irse mimetizando con un alma atormentada, la cual vive un intenso drama interior, por esa inevitable fractura entre su sensibilidad exacerbada y el ámbito que la rodea:

“El problema era que yo siempre había sido inadecuada (…) Vi mi vida extendiendo sus ramas frente a mí como la higuera verde del cuento. De la punta de cada rama, como un grueso higo morado pendía un maravilloso futuro rutilante. Un higo era un marido, y un hogar feliz e hijos y otro higo era una famosa poeta.”

Pero sobreviene el declive, los sueños se truncan en forma estrepitosa; y la novela deviene en la crónica de una depresión nerviosa, que busca ser curada a través de agresivos electroshocks que transforman a la protagonista en una especie de medusa a la deriva.

Páginas que se encuentran presididas por un dolor lacerante, páginas que se cobijan en una red de sombras impenetrables. La escritora describe las estancias en diversos hospitales psiquiátricos, donde Esther sucumbe al desencanto existencial. Pienso que es la parte medular, la que más aporta de La campana de cristal, por mostrar el cómo un ser humano se puede convertir en un títere que es manejado por los otros.

Tras una serie de fallidos intentos suicidas, Esther Greenwood se encuentra a la deriva y es incapaz de distinguir esa frágil frontera que separa la sanidad de la locura; sus experiencias al estar internada en los hospitales psiquiátricos son aterradoras. Tenemos el episodio, cuando se confronta ante el espejo:
“No era de ninguna manera un espejo, sino un retrato. No se sabía a ciencia cierta si la persona del retrato era un hombre o una mujer, porque el cabello estaba afeitado y brotaba en erizados mechones como plumas de pollo por toda la cabeza. Un lado de la cara estaba morado y sobresalía sin forma definida tirando a verde en los bordes y luego en un amarillo descolorido.”

Esther se muestra como una paciente difícil, coopera poco con los médicos y las enfermeras. Suele permanecer en la inercia, tiene pocas ganas de sobrevivir, ni siquiera su sueño de llegar a consolidarse como una gran escritora la sostiene. Se confronta con las partes más oscuras de su ser, tiempos en que reconoce su relación de amor-odio con su madre; incluso la doctora que la atiende se torna más su cómplice: “Yo me aferraba al brazo de la doctora Nolan como una tabla de salvación y de vez en cuando, ella me daba un alentador apretón.”

Cada sesión de la electroterapia significa para Esther el sumergirse en un túnel, del cual es difícil volver a salir. Pero toda pesadilla termina, la chica que se creía Dios sale del psiquiátrico, pero dicha experiencia la llevará como un tatuaje endeble en su espíritu. Se perturbará, de nueva cuenta, al recibir noticias del ahorcamiento de Joan, su amiga, quien parecía más fortalecida que ella misma.

Cuando Esther Greenwood sale del hospital, aspira a ser dueña de ella misma, está convencida que en breve encontrará a un hombre con quien compartir la vida. Pero prosigue frágil, tambaleante, y de hecho ese estado anímico, Plath la retomará en “Talidomida”, uno de sus últimos poemas: “¡Blanco escupitajo/ de indiferencia!/ Los frutos oscuros giran y caen. / El espejo se raja de lado/ a un lado, la imagen/ se esfuma y aborta como mercurio líquido.”

En suma, La campana de cristal es un libro eminentemente autobiográfico de Sylvia Plath, escrito con valentía y honestidad. Es la crónica del debacle y la reconstrucción de una joven hipersensible a mediados de la década de los 50, quien vive en una agonía continua, y que es su peor enemiga.

 

 

Plath Sylvia- La campana de cristal, Barcelona, Edhasa, 1982.

 

 

 

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