Enlace Judío México e Israel.- El reciente y trágico atentado en una sinagoga de Pittsburgh ha removido y sacudido muchas, demasiadas cosas. Y, como suele suceder en este tipo de coyunturas, no faltan quienes no puedan evitar sacar lo peor de sí mismos. En el caso que nos ocupa, me he percatado que muchos –judíos, específicamente– han dejado aflorar su miedo.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

No me refiero al miedo natural de sentir que, siendo judío, en cualquier momento y cualquier lugar puedes toparte con un antisemita armado que se suelte a disparar. Eso como reacción es de lo más natural y humano. Inevitable, me atrevo a decir.

Me refiero a otro tipo de miedo. El miedo del judío que no tiene las agallas suficientes como para reivindicarse como judío –y como víctima– en una situación como esta.

Su reacción inmediata es de lo más predecible: ante una desgracia como la ocurrida en Pittsburgh, de inmediato procederá a culpar a otros judíos. La tangente más solicitada es atacar a Benjamín Netanyahu, a su gobierno, o incluso a todo Israel.

Es una tara cultural bastante frecuente en los abiertamente antisemitas ambientes de la izquierda europea. Ahí tenemos el caso de Francesca Mogherini, tan propensa a verdaderos gestos de imbecilidad, como cuando intentó explicar la relación causa-efecto de un atentado en Francia perpetrado por el Estado Islámico, y dijo que la culpa era de Israel porque como trata mal a los palestinos, los musulmanes se enojan y atacan a los franceses.

A ese nivel. Imagínese usted, querido lector.

Pero la lógica no judía es diferente. Mogherini sólo es portadora de un viejo prejuicio tan irracional e idiota como lo que dijo, en el que se carga la idea de que siempre se tiene que culpar al judío por todo. En el caso de los judíos que de inmediato se han lanzado a la yugular de Netanyahu y su gobierno por el atentado en Pittsburgh, la lógica es otra.

Tiene en común con el caso de Mogherini en que se manifiesta buscando siempre a un culpable judío (y el origen es el mismo: 19 siglos de antisemitismo europeo), pero tiene como elemento exclusivo el intento de reivindicación.

¿De qué manera me convierto –o, por lo menos, eso creo– en un judío que no pueda ser acusado por las desgracias de la humanidad? Acusando a otro judío (o, mejor aún, a “los judíos”) de esa desgracia.

La lógica de quienes ahora se quejaron de Netanyahu es simple: el gobierno israelí es tan malo que provoca que odien a los judíos y los ataquen.

Se tiene que ser un absoluto ignorante para creer en algo similar. El odio al judío viene de muy antiguo. Vamos, el peor episodio de odio contra los judíos –el Holocausto– ocurrió cuando no existía el Estado de Israel, así que todo intento por relacionar como causa-efecto la conducta de Israel con los ataques hacia los judíos en cualquier lugar del mundo, no sólo es falaz sino incluso tonto.

El autor del atentado en Pittsburgh jamás hizo un comentario de solidaridad hacia los palestinos. De hecho, por el perfil racista neo-nazi que tiene es de suponerse que siente por los palestinos tanto desprecio como por los judíos o los hispanos. Las motivaciones políticas vinculadas con el conflicto en Medio Oriente no fueron parte de su lógica. Probablemente ni siquiera sepa qué pasa allá.

Ahora bien: aún en el caso de que hubiera apelado a eso –la política israelí o el desempeño de Netanyahu–, habría sido un razonamiento (sic) retorcido. Por ello resulta doblemente indignante que si él no solicitó esa justificación, sean otros los que lo hagan. Y triplemente peor, si son judíos.

El judío que todo el tiempo está buscando un culpable judío para de inmediato acusarlo y si puede, entregarlo, se comporta con la misma lógica que los judíos del infame Judenratt (la policía judía, integrada por judíos, que ayudó a los nazis a controlar a los demás judíos). ¿Por qué hubo judíos dispuestos a colaborar con Hitler vendiendo, literalmente, a sus propios hermanos? Porque creían que así iban a sobrevivir. Que el antisemita perdonaría al judío que se pusiera en contra de los demás judíos.

Al final, corrieron con la misma suerte que la gente a la que ellos mismos traicionaron. Y la corrieron porque no importó su conducta durante el Holocausto. Lo único que importó es que eran judíos.

El antisemita jamás nos va a perdonar lo que somos. No importa qué posición ideológica tomemos, o incluso si no tomamos ninguna. En el momento de lanzarse contra “los judíos”, será contra todos. No va a perdonar a los judíos que le hayan ayudado en la construcción de su prejuicio.

Así que es miedo. Uno de los miedos más terribles posibles, porque hunde sus raíces en problemas atávicos que se vienen heredando desde hace 19 siglos. Es el miedo de aquel que ya hizo del terror su zona de confort. Confía en que sabrá sobrevivir, y no asimila la posibilidad de tomar responsabilidades. Por eso, se aterra cuando ve a los demás judíos levantarse y tomar sus vidas en sus propias manos. Entonces nos dice “no, por favor, vamos a hacer enojar a nuestros enemigos y nos van a atacar…”. Y si sucede un ataque, agrega “¿lo ven? Es culpa nuestra por pretender tanto. No hay que olvidar que sólo somos judíos…”.

Estamos hablando de gente que vive en occidente en el siglo XXI, pero cuya alma se quedó en los guetos de la II Guerra Mundial. Se refugian en su noción de que los judíos somos sobrevivientes y, en el peor de los casos, podríamos sobrevivir a otra tanda de actividad genocida.

Por eso se escandaliza e indigna cuando ve a un judío defenderse. No porque crea que el antisemita se va a enojar y va lanzarse en contra de ese judío que se defiende, sino porque sabe que el antisemita se lanzará contra todos los judíos. Y eso lo incluye a él mismo.

Al final de cuentas, la suya es la rabia de aquel que no soporta que el otro sí sea capaz de enfrentar la vida y poner a sus enemigos en su lugar. Es envidia en uno de sus formatos más primitivos. El dolor de ver que el otro es capaz de defenderse, y creer que uno mismo no lo va a lograr.

Por eso pasa lo que pasa en las redes sociales. Apenas en un poco más de un día, me he hartado de ver twitts que dicen, en resumen, “qué desgracia lo sucedido en Pittsburgh, pero… ¡Maldito Netanyahu!”

Discúlpenme si no me alineo a esa modo timorato de reaccionar ante la vida.

Prefiero seguir del lado de los judíos que se defienden –en Pittsburgh o en la frontera con Gaza, escribiendo o con un arma–, que asumen la responsabilidad de aplacar y derrotar a sus enemigos, y que sobre todo lo hacen sin remordimiento de conciencia.

No tenemos por qué pedirle perdón a la gente por el simple hecho de ser judíos. Tampoco por defendernos cuando nos quieren destruir. Menos aún por decirlo con todas sus letras cuando tenemos que enfrentar toda esa estulticia mediática.

 

 

 

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